Hasta que la Vida nos Reúna

Capítulo 17

Capítulo 17: Arrepentimiento

Steve

—¡Imbécil! ¡Imbécil! ¡Cómo pude ser tan imbécil! ¡Me comporté como un imbécil abusivo!

Apenas Hanna cerró la puerta tras de mí, me encerré en mi coche pero no pude conducir. Apoyado en el volante y con la cara oculta en mis brazos, me culpaba una y mil veces por haber actuado como un idiota.

¿Por qué la besé sin estar seguro de que ella también lo deseaba?

Me desconocía. Siempre había sido un hombre decente, honesto. Jamás le había dado a una mujer nada que ella no pidiera, excepto con Hanna. Con ella siempre quería más, y había tenido la suerte de que ella siempre también lo quisiera.

Pero ahora era distinto. Ella ya no quería nada de mí porque había sido un patán cobarde, y además, como broche de oro, ahora ¡también un abusador!

Para colmo, quedé como un macho en celo. Ella iba a creer que por no tener más a Amber, la busqué como buscaría a cualquier mujer para sólo tener sexo. Y no era así. Yo a Hanna la amaba, sólo que ella no sabía cuánto. Pero no la culpaba, porque tenía sus razones. No debí haber desconfiado de ella; debería haberla buscado en Arizona, casa por casa si era necesario; debería haber desconfiado de Amber y haber revisado más exhaustivamente mi teléfono.

¡Debería haber hecho tantas cosas distintas!

Por fin arranqué el motor y me marché, avergonzado de mí mismo.

Aunque, si quisiera no ser tan duro conmigo, podría justificarme.

En todos estos años nunca había dejado de amarla. Y verla esa noche, en su rol de madre, avivó mi llama. Ella seguía siendo perfecta: bella como una diosa, gentil, amable, tierna y dulce en el trato con nuestra hija…

“Nuestra hija”... sonaba extraño, y era tan real. Era tan nuevo para mí, pero ¡tan fuerte! ¡Amaba tanto a su madre! que no podría amar menos el fruto de nuestro amor. Y si ella ya no me amaba, eso no podría evitar la fuerte adoración que había empezado a sentir por esa niña, tan hermosa y buena, tan sensible y amable.

Llegué a mi apartamento sin saber cómo. No había sido consciente de las calles por las que conduje. Pero al acostarme ya tenía definido mi propósito: velaría por esa niña mientras tuviera vida, haría todo lo que estuviera en mi poder para que fuera feliz.

Antes de dormir decidí también que debía disculparme con Hanna esa misma noche, y que jamás volvería a forzarla a algo que ella no deseara. Yo no tenía ese derecho, en cambio ella tenía todo el derecho de ser feliz, con quien fuera que ella eligiera.

Le escribí un mensaje, porque sabía que no respondería una llamada.

—Por favor, discúlpame Hanna, si es que puedes. No mereces, y nunca mereciste, mi comportamiento tan insensato. Sé que te lastimé de forma irreparable, y sé también que el que ama nunca lastima. Sin embargo, por alguna extraña paradoja, te amo, a pesar de las heridas que te causé y que no podré reparar nunca. Te prometo que jamás volveré a insistir sobre esto ni a faltarte el respeto, y te suplico que no me alejes de Emma. Quiero hacer todo lo que me corresponde como padre y amarla más que a mi vida, porque ella lo merece.

Que tengas un buen descanso, a pesar de mí

∼ * * * ∽

Hanna

Me senté en el patio cuando reconocí que me sería imposible dormir. La cama me quemaba la piel y el alma por eso elegí el fresco de la noche.

¿Por qué hizo eso? ¿Por qué lo arruinó todo? Si ya estaba siendo difícil para ambos. ¿Cómo pensó que yo cedería después de lo de su secretaria?

Dijo que ya no estaba con ella. Quizás porque descubrió que lo manipuló a su antojo. ¿Y pensó que eso le daba permiso para llevarme a la cama? ¿Qué pretendía? ¿Cambiar una mujer por otra? Si tanto necesitaba tener sexo, había muchas opciones, pero no conmigo.

En otro tiempo, uno que ya sentía como de otra vida, lo habría aceptado, porque lo deseaba con el alma y con todo mi cuerpo. En aquel tiempo en que había sentido la conexión, lo había elegido a él y no me importaba si él no sentía lo mismo. Pero ahora era madre, estaba Emma en mi vida. Ella no me pidió nacer; yo la traje a este mundo y debía hacerme responsable por ella. No podía acostarme con cualquiera, y mucho menos si ese cualquiera era su padre, porque si volvía a no funcionar, la única perjudicada sería ella. Yo no quería ser responsable de una ruptura en nuestras vidas que perjudicara a mi hija.

A pesar de todos esos argumentos, muy realistas y justificados por cierto, volví a recordar el beso. ¡Cuánto lo había añorado! Muchas veces en la soledad de la noche había vuelto a sentir sus besos, el roce de su boca y de sus manos, el calor de su cuerpo. Entonces me levantaba a tomar aire fresco, aún en las noches heladas del invierno, para calmar el ardor que me nacía desde dentro y se hacía tan difícil de tolerar.

A él no le sucedía eso, tenía con quien calmar el fuego.

Ante esa idea volvía a nacer el enojo, y lo recibía con los brazos abiertos porque me hacía bien y me daba fuerzas.

Yo nunca busqué con quién calmar el fuego. Me dediqué a ser madre y guardé a la mujer en el closet.

Y no es que me faltaran oportunidades.




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