Hasta que la Vida nos Reúna

Capítulo 18

Capítulo 18: Jimmy

En el momento en que Emma le pedía a Steve que le leyera un cuento, llegó Jimmy.

—¡Tío Immyyyy! -gritó mi niña mientras corría a los brazos de mi amigo.

Él la alzó en andas y la besó en la mejilla mientras ella lo envolvía con sus bracitos.

—Mira, está papá Tiv -agregó señalándolo con el dedito.

—Hola Steve -dijo Jimmy esforzándose para ser amable delante de Emma.

—Hola Jimmy -respondió él mostrándose también amable.

—Ve con tu papá, Emma, yo voy a hablar con tu mami -dijo Jimmy mientras bajaba a mi hija de sus brazos y dejaba una caricia en su cabecita.

Yo estaba a la mesa de la cocina, simulando leer un libro mientras controlaba la escena de mi hija y su padre.

Cuando Jimmy se sentó conmigo le ofrecí un café mientras conversábamos.

—¿Cómo la estás llevando? -dijo mi amigo por lo bajo.

—Bien, me senté aquí para evitar conversaciones.

Él me sonrió con ternura.

—¿Estás segura de que quieres esto, Hanna? ¿Por qué no le das otra oportunidad? Y conste que no lo digo por él, sino por ti. Creo que te haría feliz.

—Estoy bien así, Jimmy -le dije con una sonrisa sincera-. Y tú ¿cuándo me presentarás a una chica para ver si la apruebo?

En ese punto Jimmy se echó a reír y respondió demasiado fuerte.

—Tú sabes que es a ti a quien amo.

Se hizo el silencio. Steve dejó de leer y yo me volteé, con la excusa de servir el café, para ocultar mi turbación.

Era evidente que Jimmy se había propuesto molestarlo.

Enseguida Steve siguió leyendo el cuento y yo cambié de tema intentando disimular mi aturdimiento.

A la hora de cenar Emma volvió a invitar a Steve, pero él se excusó correctamente y se retiró. Jimmy también se despidió y salió tras él.

∼ * * * ∽

Steve

—Gracias por cuidarlas, Jimmy.

—No lo hice por ti, lo hice por ellas.

—Aún así, gracias.

Acabábamos de salir de la casa de Hanna y estábamos en la acera, ya cerca de nuestros coches.

Yo aproveché que estábamos solos para agradecerle a Jimmy lo mucho que había hecho por ellas, cuando yo no estuve presente como debería. Él siempre había sido un buen amigo; aunque no era tan cercano como David, había resultado estar más presente en nuestras vidas.

—La amas, ¿cierto?

—Siempre la amé -me respondió firme, mirándome directo a los ojos.

—Ella te merece.

—¿Lo crees?... Ella no piensa lo mismo. Le propuse matrimonio ¿sabes?, apenas supo que estaba embarazada y tú te habías borrado. Pero ella siempre fue tuya, te entregó su corazón y ya no tuvo vuelta atrás.

Eso no lo sabía, pero renovó mis esperanzas en reconquistar a Hanna.

Por otra parte sentí profunda admiración por la nobleza de Jimmy. Era una persona valiosa y merecía ser feliz. Había hecho todo bien, no como yo.

—Yo me voy a apartar, Steve, pero no la lastimes, porque volverás a probar mi puño. No actúes como macho en celo. Ella merece que la respetes.

—Lo sé.

—Si lo sabes, hazlo. Valórala. Es una mujer buena y responsable, talentosa e inteligente. No te aproveches de su único punto vulnerable: tú.

Me miró un instante más con una dureza que respaldaba sus palabras, se giró, se dirigió a su coche, y se fue.

Yo me quedé de pie en la acera, mirando la casa de Hanna, sabiendo que adentro estaban las dos personas que más amaba en el mundo, en un hogar en el que yo no tenía lugar.

No era culpa de nadie más que mía. No había luchado lo suficiente por ella y había perdido.

Ahora debía trabajar en recuperar su confianza, debía demostrarle que estaba dispuesto a luchar por ellas -y lo estaba- y a responder como se esperaba de mí.

Ya no era el joven que sólo sabía disfrutar de la vida, del amor y del sexo, se acobardaba ante el primer contratiempo y se dejaba engañar y llevar de las narices revolcándose en su dolor.

Hanna, teniendo aún años para disfrutar de la vida liviana de placeres sin responsabilidades, tuvo que madurar de golpe cuando se hizo madre apenas iniciada su vida sexual.

Había llegado mi turno de madurar.

A mis treinta y cinco años tomaría las riendas de mi vida, me haría responsable por ellas y me comportaría como un caballero, respetando sus derechos y sus decisiones.

Y si me hacían un lugar en su hogar, lo agradecería como una bendición. Pero si no, estaría presente en sus vidas desde fuera, siempre dando mi apoyo.

Había establecido mi propósito.

Grabé otra vez en mi retina la casa en la que me gustaría tener un lugar. Subí a mi coche y me marché a la soledad de mi departamento.




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