Hasta que la Vida nos Reúna

Capítulo 19

Capítulo 19: Estrés

El miércoles siguiente fue el turno de Sussy. Era lo que habíamos acordado: un miércoles cada uno me haría compañía durante las horas que Steve visitara a Emma.

Pero ese miércoles iba a traernos otra sorpresa.

—¿Qué tal Timothy? ¿Es romántico? ¿Es ardiente? -le pregunté a mi amiga sobre su nuevo novio.

—¡Es ardiente! De romántico, nada, pero no importa. Tampoco es que lo voy a tener toda la vida.

—¿Te enamoraste alguna vez, Sussy?

—...Mmmm…Sí, pero no fui correspondida. C'est la vie.

E hizo un gesto con la mano restando importancia al asunto.

—Es triste, ¿viste?, amar y no ser correspondido. Pero se sobrevive -le dije, sonriéndole con cariño.

—¡Mami! ¿Puedo ir a la hamaca? Voy con papá Tiv.

—Está bien, hija.

Con Sussy los acompañamos al patio, donde había una hamaca que “sus tíos” le habían regalado, y le recomendé a Steve que no la hamacara fuerte, aunque ella se lo pidiera.

—Eta me la regaló Tío Immy y Tía Zuzy.

—Es hermosa tu hamaca -le dijo él con una sonrisa tierna.

—Esa -agregó mi niña señalando su pequeña bicicleta con ruedas de apoyo- me la regaló Tío Ticha de Azona.

Steve me miró con gesto interrogativo, ya que aún no entendía completamente a Emma.

—Tío Richard de Arizona -le traduje.

—¿Ya sabes andar solita? -le preguntó él mientras la hamacaba.

—Todavía no. Mami no tiene tiempo.

—Si quieres, podemos practicar el próximo miércoles.

—Síiiiiiii -dijo Emma feliz.

De pronto, antes de llegar a los sillones de mimbre donde íbamos a sentarnos con Sussy, se me nubló la visión, las luces de la tarde brillaron muy fuerte y las figuras perdieron sus contornos.

Y me caí.

El dolor en la cabeza me devolvió apenas la conciencia mientras sentía que unos brazos me alzaban en andas y la voz de Steve decía ronco y apresurado:

—Trae a Emma.

Y perdí el conocimiento.

* * *

Fui despertando de a poco y escuchando, aún con los ojos cerrados, voces masculinas hablando cerca.

—¿Quién es el marido? -dijo uno.

Silencio.

Al cabo de unos instantes la voz de Jimmy dijo:

—Somos amigos.

—Bien, el problema es…

Entonces abrí los ojos. La luz blanca de la habitación me hizo parpadear y tuve que esforzarme para hablar, pero quería que me dijeran a mí qué había pasado, y que mi hija no escuchara.

—¿Dónde está Emma?!

El hombre de la derecha, el de la bata, se acercó rápidamente con una sonrisa, mientras Jimmy y Steve, a mi izquierda, se mantuvieron en su lugar, mirándome ambos con cara de susto.

—Tranquila -dijo el médico-. ¿Quién es Emma?

—Mi hija.

—Está en el pasillo con Sussy -dijo Steve.

Me tranquilicé un poco, aunque pensé que estaría muy asustada.

—Bueno, vamos a hablar -dijo el médico, sentándose en una silla a mi lado-. El desvanecimiento que tuvo fue provocado por el estrés. Podría decirle que no es nada grave, pero el estrés es de cuidado. Usted es joven, sus órganos funcionan correctamente, pero para que esto siga así usted debe colaborar evitando situaciones de angustia y de ansiedad.

En ese punto levantó la vista hacia los dos hombres de mi izquierda, como pidiendo su colaboración, y yo pensé: “¿cómo podría?”.

—Le voy a aplicar un relajante en el suero y cuando se acabe le daré el alta. Esta noche podrá dormir en su casa - dijo con una sonrisa tranquilizadora.

Luego tomó un recetario del bolsillo de su chaqueta, un bolígrafo y escribió algo.

—Tomará este relajante hasta terminar la caja, una vez al día, preferentemente a la noche -dijo extendiendo la receta a Steve.

—No puedo estar dopada, doctor, tengo una niña pequeña.

—Necesitará ayuda entonces -continuó con su sonrisa amable-. De todos modos es un relajante suave. Además le indicaré unos días de descanso para presentar en su trabajo, hasta el lunes.

Se puso de pie y agregó:

—Ahora podrá pasar su niña.

Al salir el doctor entró Sussy con Emma. Mi hija se acostó a mi lado, me abrazó con fuerza y ya no quiso salir de mi cama. Era evidente que estaba muy asustada y me sentí culpable por eso.

Jimmy tomó la receta de la mano de Steve, le dijo algo por lo bajo y le pidió a Sussy que lo acompañara a la farmacia.

Cuando Steve se sentó a mi lado, le pregunté:

—¿Qué fue eso?

—Me dijo que me quedara a dormir en tu casa, para cuidarte, pero que me comportara si no quería perder los dientes.




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