Capítulo 21: Viernes de sorpresas
—Buen día, Hanna. Tengo algo que mostrarles en mi apartamento. Algo que acabo de completar. Si quieres, puedes venir más tarde con Emma.
Un mensaje extraño de Steve.
Era viernes. Ya casi terminaba mi jornada laboral y esperaba ansiosa la hora de recoger a Emma e irnos a casa a descansar, porque había tenido una noche terrible. Ciertamente había dormido gracias al medicamento, pero había tenido un sueño inquieto y me había levantado agotada.
—¿Es urgente?
—No, en absoluto. Puede esperar.
Quería tomarme unos días sin verlo, al menos hasta el siguiente miércoles que visitara a Emma, ya que su cercanía me estaba alterando las hormonas y nublando mi pensamiento. Corría peligro.
Sin embargo, no quise ser desconsiderada ni actuar como una cobarde, así que decidí que iríamos.
* * *
Cuando llegamos a su apartamento, en un edificio de lujo de la Quinta Avenida, él nos estaba esperando con una sonrisa de “esas”. Inmediatamente me arrepentí de haber ido, porque de entrada estaba utilizando uno de sus recursos para destruir todas mi defensas: su encantadora sonrisa de publicidad.
—¿Quieren tomar algo?
—Un café para mí.
—¿Emma? -preguntó él mirando a mi pequeña.
—Un jugo de futas.
Una vez que dejó la bandeja en la mesa petisa del living, y luego del primer sorbo a mi café, le pregunté:
—¿Qué tienes para mostrarnos?
Él nos guió hasta una habitación con enormes ventanales con una vista espectacular de la ciudad. Las paredes eran blancas al igual que la pequeña cama, la mesa de noche y la cómoda, con detalles de decoración en rosado, como el edredón, los almohadones, la lámpara y las cortinas. Sobre la cama había un gran oso de peluche blanco y, sobre la cómoda, algunas cajas de rompecabezas y una pequeña pila de libros de cuentos infantiles.
Lo miré sin comprender qué significaba todo aquello.
Su expresión era radiante.
—El cuarto de Emma, para cuando tú le permitas quedarse conmigo algún fin de semana.
Emma se abalanzó al oso de peluche y lo abrazó lo mejor que pudo con sus pequeños bracitos, para luego correr hacia los libros de cuentos, sentarse sobre la alfombra y comenzar a mirarlos.
—¿Me los leerás, papá Tiv?
—Por supuesto, cariño.
En ese momento llamaron a su móvil. Yo esperé que finalizara la llamada para volver a la sala antes de que se enfriara mi café.
Aún no procesaba la sorpresa, ya que desde que Emma nació, jamás me había separado de ella, salvo durante las horas de trabajo, pero la tenía cerca, en la guardería a un piso de distancia.
Entendía que él tenía derecho a tenerla aunque fuera unos pocos días, pero aún debía hacerme a la idea.
Lo que tampoco sabía aún era que ese viernes nos esperaban más sorpresas.
—Era mi madre -me dijo Steve con una sonrisa-. La semana próxima vendrá a Nueva York. Quiere conocer a su nieta.
Sorpresa número dos. Se avecinaba el primer fin de semana sin mi hija, y ya comenzaba a sentir la presión en mi pecho.
—¿Cuándo llega?
—El próximo viernes.
—¿Querrás tener a Emma ese fin de semana? ¿Y si me extraña? ¿Y si llora?
—No te preocupes. Creo que estás hablando por ti, porque la extrañarás mucho. Pero si llora puedo llevarla a la hora que sea.
—Me parece muy pronto, pero supongo que está bien -dije aún dudando-. Veremos qué dice tu mamá, si tiene ganas de convivir con una niña pequeña por un par de días.
—No te preocupes, tú relájate.
—¿Tendrás cuarto para ella ahora que armaste el de Emma?
—Le daré el mío, yo dormiré en el sofá. El de Emma era mi estudio, pero, como verás -dijo señalando un rincón de la sala- lo trasladé allí, no necesito tanto espacio.
Al parecer tenía todo resuelto. Sólo cabía esperar que Emma no sufriera, que se adaptara a esta nueva familia. Era una niña obediente y amable, en ese aspecto no daría problemas, pero el ambiente y las personas serían nuevos para ella. Eso me preocupaba.
En ese momento sentí que ya tenía suficiente para todo el mes. Por suerte aún contaba con los calmantes que me habían recetado para el estrés.
Pronto sabría -en pocos minutos en realidad- que la tercera sorpresa de ese viernes iba a golpearme como una bofetada.
Cuando tocaron insistentemente a la puerta me llamó la atención. No habían llamado al portero, lo que significaba que quien golpeaba vivía en el edificio.
Steve se levantó a atender y, cuando abrió la puerta, Amber entró decidida y muy seria.
Al verme sentada en la sala, su gesto serio se transformó en mirada de odio. Sin saludar, miró a Steve y le dijo:
—Tengo algo importante que decirte.