Capítulo 26: La visita de Dorothy
—Buenos días, es un placer señora Jones.
—Llámame Dorothy, por favor -respondió ella con una sonrisa amable.
Apenas escuché aparcar el auto de Steve, había salido a recibirlos en la acera.
La señora Jones era una mujer elegante y fina, casi tan alta como su hijo, de cabello rubio, ojos azules y piel muy blanca. A pesar de su acento inglés, su voz sonaba dulce y cálida como la de Steve.
—Pasen por favor -dije señalando la puerta para que se adelantaran.
—Tienes un jardín precioso.
—Muchas gracias. No tengo suficiente tiempo para cuidarlo, pero intento mantenerlo.
En ese momento la mujer miró a su hijo, y después entró a la casa.
—¡Agüelaaa! -dijo Emma corriendo a saludarla con los brazos abiertos.
Ese recibimiento de mi hija me produjo una intensa emoción, ya que siempre había creído que ella no tendría abuelos para disfrutar, y ahora se le estaba dando la oportunidad gracias a esa mujer que parecía aceptarla con tanto cariño.
Al parecer a Dorothy también la emocionó porque la levantó y la abrazó cerrando los ojos de los que asomaban algunas lágrimas.
Al saludo de Emma se sumó el de Sussy, a la que había obligado a quedarse cuando ella se disponía a volver a su apartamento para no molestar.
—Mi tía Zuzy se cayó y se golpeó el ojo y la fente -le dijo mi niña a su abuela.
—¡Oh! Entonces habrá que cuidarla hasta que se cure -respondió ésta, evidentemente informada por Steve para no hacer preguntas.
Los invité a sentarse en la sala y les ofrecí un aperitivo, mientras yo ultimaba los detalles del almuerzo.
—Te ayudo -dijo Steve.
—Yo tiendo la mesa -agregó Sussy.
Le di instrucciones a ella acerca de cómo organizar los platos, cubiertos y copas, ya que tenía en mente una mesa entre sencilla y elegante, y a Steve sobre cómo cortar el pollo asado, mientras yo agregaba la crema, el queso y el tomillo a la salsa de champiñones y regresaba a la sala para no dejar mucho tiempo sola a Dorothy.
—Tienes una hermosa casa, Hanna.
—Muchas gracias -le respondí con una sonrisa agradecida-. La compré después de que nació Emma.
—¡¿Tú la compraste?!
—Sí, claro. Tenía muchos ahorros. Soy una persona de gustos austeros. Desde que llegué a Nueva York renté un departamento económico y me trasladaba en subte o en metro, lo que me permitió ahorrar bastante.
En ese punto Steve ya había regresado de la cocina y se había sentado cerca de Emma para ayudarle con su juego.
—Me dolió mucho dejar ese apartamento -dije mientras le dirigía a él una mirada furtiva-, pero era pequeño y yo quería que Emma tuviera su propio cuarto, un jardín y un patio con juegos. Y encontré esta casa que me gustó, dentro de lo que podía gastar, en este barrio que además es agradable y tranquilo. En fin. También tuve que comprar el auto.
—¡También el auto!
—Sí -dije riendo-. Liquidé mis ahorros. Y ahora ya no puedo ahorrar mucho, sólo para la universidad de Emma. Los niños son caros.
La señora Jones miró a su hijo con gesto severo, pero no dijo nada. Supuse que lo que tendría para decirle lo haría más tarde cuando estuvieran a solas.
—Yo soy cara -dijo Emma de pronto, demostrando lo atenta que estaba a nuestra conversación.
—Claro cariño -dijo su abuela-, todo lo importante es caro.
—Mami es cara también -agregó mi pequeña.
—Claro que sí -dijo Dorothy con ternura.
Luego me miró, y continuó.
—¿Sabes que crié a mis dos hijos sola?
—Lo sabía.
—Fue difícil. Cuando mi marido murió yo era joven, y si bien ya trabajaba, debí incrementar horas además de cuidar a mis niños, que aún eran pequeños. Fue duro, aunque no cambiaría nada.
—Hizo un buen trabajo.
—Eso creo… Lo que quiero decir… es que te comprendo y te valoro, Hanna. Veo que eres una mujer fuerte, que has logrado mucho y estás haciendo un excelente trabajo con Emma. Es una niña buena y dulce, creo que va a ser una persona noble. Pero tú tienes la oportunidad de no hacerlo todo tan sola. Podrías aceptar la ayuda de mi hijo para que sea más aliviado para ti.
—La aceptaré, Dorothy. Muchas gracias -le respondí con una sonrisa.
La mujer me estaba vendiendo a su hijo y yo no veía por qué no tranquilizar su espíritu. Aunque lo que ella no sabía era que la proximidad de su hijo me producía reacciones inquietantes: una fuerte necesidad de su presencia, de su voz, de su mirada, de su contacto; y un fuerte rechazo cuando lo pensaba con la otra mujer y con su otro hijo.
Pero no pretendía arruinar la velada en aras de la sinceridad.
A continuación los invité a pasar al comedor. Steve me ayudó sirviendo el pollo, mientras yo servía la salsa y las espinacas al vapor.