Hasta que la Vida nos Reúna

Capítulo 34

Capítulo 34: Como en la otra vida

Al cerrarse las puertas del elevador, Steve me tomó por la cintura con un brazo apretándome contra su pecho fuerte, mientras con la mano libre me tomaba de la nuca y se apoderaba de mi boca.

Rodeé su cuello con mi brazo libre -con el otro sostenía mi ramo de lirios azules- decidida a sumergirme en el torbellino de sentimientos que me invadía y desbordaba desde que él había regresado a mi vida. Él también había reprimido sus impulsos hasta que yo le diera permiso, y esta noche se lo había dado, y ninguno de los dos podía ni quería frenar la urgencia que nuestros cuerpos demandaban.

Al abrirse el elevador nos apartamos con dificultad, caminamos los pocos pasos que nos separaban de su puerta tomados de la mano, y cuando por fin estuvimos dentro, en la intimidad de su apartamento, tomó el ramo de mis manos, lo apoyó sobre una mesa de la entrada, y con urgencia reprimida me alzó en andas y me llevó a su cama.

Una vez allí sus manos me recorrieron. Saboreé de nuevo la miel y el fuego de sus labios amados. Volví a sentir el fuego en mi piel al roce delicado de sus dedos.

Y mientras él recuperaba el arte de tocarme y de encenderme, nos quitamos la ropa con ansiedad y, como antes, como en la otra vida nuestra, esa que creíamos olvidada, por fin consumimos la pasión hasta quedar exhaustos.

* * *

Steve

Desperté con el cuerpo desnudo de Hanna entre mis brazos. No podía haberle pedido al universo un mejor despertar.

Después de tantos años, después de tan larga ausencia, por fin volvía a sentirla vibrar bajo mi peso.

—¿Amanece? -preguntó en un susurro, con los ojos aún cerrados.

—Aún no, duerme.

—No quiero dormir -dijo girando hacía mí y buscando mi boca.

Claro que iba a encontrarla. Siempre estaría dispuesto a satisfacerla. ¡Nos habíamos amado tanto en tan poco tiempo! Y sin embargo siempre había más fuego para dar. Con Hanna no se acababa nunca. Toda ella era amor y fuego.

Y volvimos a amarnos hasta el amanecer.

* * *

Hanna

Por lo amplios ventanales vidriados del cuarto de Steve, desde la ancha cama y cubiertos por el edredón blanco, desnudos y abrazados, vimos elevarse el sol por encima de los edificios orientados hacia el este de la isla de Manhattan, tiñéndolo todo de naranja.

Fue un espectáculo maravilloso.

Quise grabar en mi memoria ese instante por si no volviera a repetirse. La emoción era intensa. La paz del cuarto, el cuerpo desnudo de Steve apretado al mío, el abrazo, el mágico espectáculo de la naturaleza sobre una ciudad que no era la nuestra, pero que se había convertido en nuestro hogar.

Sólo algo me faltaba.

—Me hubiera gustado que Emma hubiese podido ver este amanecer mágico.

—No en estas circunstancias -susurró él besándome la nuca.

—¡Claro que no! Pero me hubiera gustado.

—Podemos traerla a dormir otro día, pero es difícil la hora -agregó mientras continuaba besándome.

—Ya no sigas. Debemos ir a buscarla.

—Aún es temprano. Te prometo que a las nueve estaremos en casa de Sussy.

Ya no pude ni siquiera protestar. Él continuaba con sus besos y anulaba mi voluntad. Entonces me entregué nuevamente al placer, esta vez teñido de naranja.

* * *

Él acariciaba mi pelo desordenado sobre la almohada, y me decía en voz baja e íntima:

—¿Sabes? Todos estos años te soñaba así por las noches: tu pelo rojo esparcido en la almohada, tu boca semiabierta cuando llegabas al éxtasis, tu cuerpo arqueado debajo del mío… Y al despertar, antes de abrir los ojos, veía los tuyos verdes mirándome con amor y tu boca perfecta regalándome una sonrisa perfecta.

Su mano fue bajando lentamente hasta llegar a mi vientre.

—Siempre amé tus pecas -continuó en un susurro-, pero hoy descubrí algo más que compiten con ellas: tus estrías -dijo acariciando con sus dedos mi vientre y provocándome una profunda excitación.

Aún así reí avergonzada.

—¡Mis estrías! -dije tapándome la cara con la mano.

—Son la huella de Emma. La marca de que llegó a este mundo como fruto de nuestro amor. ¿Qué puede haber más bello que eso?

Este hombre no me daba paz. Continuaba practicando el arte de apoderarse de mi voluntad y hacerme caer otra y otra vez en la tentación.

Me volteé hacia él y lo besé, tratando de comerme su boca antes de que algún otro giro del destino me lo arrebatara de nuevo.

* * *

A las nueve en punto estábamos llamando por el portero al apartamento de Sussy.

Apenas abrió la puerta escuché la vocecita de mi hija proveniente del cuarto de mi amiga.

—Mamiiiii.

Fui hacia ella, la tomé en mis brazos y la llené de besos. Entonces volví con mi niña a la sala.




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