Capítulo 36: Confrontación
Ese miércoles yo acababa de dejar mi coche en el aparcamiento del edificio de la Revista. Después de bajar a Emma, caminábamos hacia el elevador para acceder al primer piso donde se hallaba la guardería en la que dejaría a mi niña, para continuar luego hasta el segundo piso, a las oficinas donde yo trabajaba.
Antes de llegar al elevador vi a una mujer acercarse apresuradamente a nosotras. Cuando estuvo cerca, la reconocí: era Amber.
—¡¡¡Tú, maldita bruja, ya deja en paz a mi hombre!!!
Tomé a mi hija en brazos y corrí al elevador.
Esa mujer parecía desquiciada. ¿Cómo se atrevía a hablarme así delante de mi niña? No entendía nada de psicología infantil -que debería ya estar estudiando-, y en su terrible egoísmo no pensó en el impacto que podía provocarle a mi hija su actitud.
—Mami, ¿qué le pasaba a esa señora?
—Parecía enojada, mi cielo.
—¿Por qué te dijo buja?
—Seguramente me confundió con alguien más.
Emma afirmó con la cabeza y no volvió a preguntar.
La llevé a la guardería y permanecí unos minutos para observar si no estaba asustada. Cuando estuve segura de que se encontraba bien, la despedí y me dirigí de regreso al elevador para volver a bajar y confrontar a Amber.
Ya no la encontré. Y si bien había alterado mis nervios, hice un esfuerzo por calmarme porque debía subir a trabajar. Sin embargo, esta vez no lo dejaría pasar. Decidí que esa misma tarde iría a su apartamento a hablar con ella, porque no podía permitirle que volviera a insultarme frente a mi hija.
Lo del video no importaba, al fin y al cabo éramos adultos tratando de luchar por el amor. Pero mi hija era sagrada. Con ella no tenía que meterse si no quería enfrentarse a la ferocidad de una madre que defiende a su cachorro.
* * *
Suponiendo que Steve habría ido a trabajar esa mañana, sabía que, tanto él como Amber, terminarían una hora después que yo, por lo que primero fuimos a casa, bañé a Emma y luego le di un yogurt con cereales, porque tal vez cenaríamos un poco más tarde. Todo dependería del desarrollo de lo que sucedería después.
Alrededor de las cinco, cuando supuse que él ya estaría en su apartamento, le escribí.
—¿Estás en casa?
—Sí. ¿Puedo ir?
—Voy yo. Salgo para allá.
Media hora más tarde golpeaba su puerta.
Steve abrió con evidente angustia.
—¿Están bien las dos?
—Sí. ¿Puedes cuidar de Emma por un rato?
—Sí, claro.
Alzó a Emma y le dio un beso sonoro.
—Hola princesa. Papá te echó de menos. ¿Vamos a tu cuarto? Te esperan tus juegos.
Mientras Emma lo abrazaba fuertemente por el cuello, él me miró con angustia, pero yo no le expliqué nada. Simplemente salí y me dirigí al apartamento de Amber, a dos puertas de distancia.
En el momento en que estaba a punto de golpear, la puerta se abrió y un hombre alto, rubio, con el pelo despeinado, la camisa abierta, una campera de abrigo bajo el brazo y abrochándose el pantalón, se detuvo en seco, me miró y, sin más, salió del apartamento murmurando “está loca” mientras se dirigía hacia el elevador.
Recordé el video y entonces comenzaron a aclararse mis dudas. Pero había ido allí por otro asunto, y de eso me iba a encargar.
Como él dejó la puerta abierta, me atreví a entrar. No se veía a Amber por ningún lado.
Caminé hacia el escritorio en el que una laptop encendida tenía pausado un video que yo ya conocía bastante bien, y que alguien había estado viendo.
Desde el cesto de papeles, a un costado del mueble, llamó mi atención una hoja arrugada, que había sido abollada antes de ser arrojada, con el membrete de un laboratorio.
Eso no era lo más llamativo, ya que ella estaba embarazada y se haría pruebas periódicas, sino las tres palabras escritas como una especie de título, en letras mayúsculas: INFORME DE PATERNIDAD. ¿Por qué lo habría tirado?
Más abajo, entre las arrugas del papel, también en letras mayúsculas, en medio de un largo texto, alcancé a leer: PROBABILIDAD DE PATERNIDAD DEL 0% - CONCLUSIÓN: PATERNIDAD NEGATIVA.
Me quedé confundida. No era la información que yo había recibido. De hecho, era exactamente lo opuesto.
En ese momento ella salió de lo que probablemente sería su cuarto, completamente desnuda, con una sonrisa dibujada en su rostro.
—¡¿Qué…?!
Y volvió a entrar rápidamente por donde había salido.
Inmediatamente me apresuré a tomar el papel del cesto y esconderlo en mi chaqueta. Me estaba convirtiendo en ladrona y no me sentía bien con eso, pero me justifiqué pensando que debía analizar minuciosamente ese resultado.
A los dos minutos reapareció Amber envuelta en una bata, con el cabello aún desordenado.
—¡¿Qué haces aquí, zorra?! -me gritó con odio-. ¡¿Cómo entraste?!