Hasta que las estrellas desaparezcan

Capítulo 1: El descenso de una estrella

Verano de 1878

Olivia miraba las paredes del internado como si pudieran ofrecer alguna salida. Su pecho se sentía apretado, y el aire en su habitación parecía más denso de lo normal. Todo lo que había hecho era estudiar, ser la mejor. Siempre la mejor, sin descanso. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, sentía que no era suficiente. No para su madre.

Una suave llamada en la puerta la sacó de sus pensamientos. La enfermera del internado entró, pero Olivia apenas levantó la cabeza. Sabía lo que significaba esa visita.

—Tu padre está aquí —dijo la enfermera con una sonrisa amable, pero Olivia notaba el matiz de preocupación en su voz.

El viaje de su padre a los Estados Unidos tuvo lugar después de su diagnóstico sobre su colapso nervioso. Atravesó por una depresión durante su último año de internado, vivía con las consecuencias de sepultar sus sentimientos, la presión por ser la estudiante ejemplar y por enorgullecer a su exigente madre.

Olivia se levantó lentamente, tratando de reunir las fuerzas necesarias para enfrentar lo que venía. Su padre, siempre tan sereno, siempre entendiendo sin que ella tuviera que decir nada, la esperaba en la sala de visitas.

—Hola, pequeña —la saludó con su cálida voz, usando ese apodo que siempre la hacía sentir única.

—Papá... —murmuró Olivia, incapaz de contener las lágrimas que había estado guardando durante semanas. Se derrumbó en sus brazos sin decir una palabra más.

La abrazó fuerte, sin preguntar nada. La entendía.

—Vamos a caminar —dijo suavemente, después de unos minutos.

El parque cercano al internado era tranquilo. Un lugar donde el ruido de la ciudad se apagaba entre los árboles y el canto de los pájaros. Su padre la guió hasta un banco de madera. Se sentaron, y él miró el cielo, señalando las estrellas que ya comenzaban a aparecer en el horizonte.

—¿Por qué debo ser fuerte papá? ¿Por qué simplemente no puedo llorar?

—¿Sabes, Olivia? —dijo tras un largo silencio—. Todas las estrellas tienen su propio brillo, único y especial. Ninguna brilla exactamente igual que otra. Y tú... —la miró directamente a los ojos—, tú tienes un brillo como ninguna otra. Tienes un don excepcional, serás tan grande como lo has soñado.

Olivia bajó la mirada, insegura.

—Pero ella nunca está satisfecha... por más que lo intente.

Su padre suspiró.

—Tu madre ve el mundo de una forma distinta, pero eso no significa que no seas lo suficientemente buena. Tú decides quién eres, Olivia. No ella. Sigue tus sueños. Hazlo por ti.

Aquella frase resonó en su mente e intentó hallar el significado a las palabras de su padre, pero aquello solo parece ser una alusión a sus propios pensamientos. Se volvió temerosa a expresar sus pensamientos, por lo que se aíslaba como en la mayoría del tiempo. Tratando de disfrutar el pequeño momento con su padre, considerándolo un hermoso recuerdo.

—El camino que te toca recorrer no es sencillo, has encontrado distintos desafíos que de forma constante, tienen como objetivo hacerte daño. Has encontrado emociones con las que debes luchar para mantenerte estable, es parte de la vida —dijo—. A todo esto, mi mensaje siempre es el mismo; es humano desahogar las penas que cargamos, es humano dejarse vencer por el dolor cuando las energías desvanecen. Es humano tomarse un tiempo para reorganizar las ideas y sobre todo, necesitar apoyo.

—Papá…

—Quiero que recuerdes algo, es tu decisión avanzar por tu sueño y asegurar a pasos firmes el éxito. Eres Olivia Kimura y eso no lo debes olvidar, eres por siempre mi gran orgullo.

~~°~~

1989

Al cerrarse las puertas del ascensor mi cuerpo se apoya sobre la pared metálica, y un suspiro se escapa de entre mis labios cuando la cabina comienza a ascender. Debe reconocer mi excelente esfuerzo por no perder los estribos en esta ocasión, mi paciencia cuyo límite rebosa la línea de tolerancia está propensa a causar un disturbio en el sitio. He de aclarar que el cansancio no contribuye a la situación, mis brazos se cruzan entre sí como si aquello consiguiera alivianar el peso de mi propio cuerpo, la bolsa plástica golpea ligeramente mi abdomen y recibo la fría sensación de las bebidas.

Me he dedicado a la industria musical por más de nueve años, mi trabajo consiste en organizar las giras, supervisar las grabaciones de los álbumes de estudio, así como presenciar las ruedas de prensa y cerrar contratos comerciales con las empresas más importantes del país. Debo aclarar que trabajar con un artista cuyo éxito se encuentra en la cima, trae consigo un cansancio físico impresionante. O por lo menos solo se trata del cansancio físico cuando a Toshiki no se le ocurre armar un escándalo con los medios, mi estabilidad mental se ve atentada por un hombre cuya galanería llama la atención de las prensas amarillistas.

Cuando las puertas del ascensor abren paso hacia el duodécimo piso, me encuentro a unos cuantos pasos de su apartamento y nuevamente, un suspiro abandona mis labios. Mi mano se detiene sobre el pomo y mi cabeza se recuesta sobre la puerta en un intento por recobrar el sentido, mi mente lucha contra sí misma para no cometer un homicidio en este piso. Y tras unos segundos de espera consigo abrir la puerta del apartamento, antes de poder ingresar una peculiar figura se refleja por el pasillo en mi dirección y su risueña sonrisa consigue tranquilizarme en cuanto nuestras miradas se conectan.

—No te esperaba por aquí tan temprano, no te ves de buen humor —dijo.

—Créeme que no era mi intención, hubiese preferido tener que verlos en mi oficina esta mañana —me acerqué a él y elevando mi mentón a su dirección, Hiro sonríe enternecido.

—Ten algo de paciencia con él el día de hoy, la migraña lo está matando.

—He tenido paciencia las últimas dos semanas y los directivos comienzan a preguntarme sobre su avance.




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