Hasta que las luces se apaguen

Me falta un pedazo

Le pregunté al día que apuntaba todas las mañanas, dijo que los recuerdos los había dejado al otro lado de las montañas.

Busqué en el aire del aliento en las mañanas, en el sudor del trabajo en cada jornada. En risas, en lágrimas, en lamentos y gritos de esperanzas.

Lo busqué en los buenos días, en el gracias y en el hasta luego. En el te amo, te extraño, te desprecio.

Le pregunté a conocidos que no eran amigos, solo supieron darme indicaciones extrañas de lugares que yo ya había olvidado.

Lo busqué en los recorridos del parque principal, los pasillos de los centros comerciales. En los gritos de los vendedores ambulantes, en las esquinas de los vendedores de aguacates.

Le pregunté al perro de la esquina, al gato de la vecina. El perro solo meneaba el rabo, mientras que el gato me daba la espalda con indiferencia.

Busqué debajo de sonrisas, detrás de gestos. En ojos que iluminan días, en caras que alegran vidas.

Busqué en vestidos de rosas, camisas tipo polo, sobre las huellas que dejan los zapatos en los días de lluvia.

Lo busqué en remolinos de aire de mariposas blancas, en el cálido asfalto de calles en días soleados.

Busqué en el transporte público, el que va lejos, el que viene cerca. En los transeúntes de todos los días y las mismas jornadas. En los desocupados de sillas de plástico, en los deshabitados de andenes y rincones de asfalto. En los viciosos de parques lejanos, en los ladrones de cuello firme, saco y corbata.

Busqué en bares, cafés, bibliotecas. En los licores de los viernes por la tarde, en los capuchinos con galletitas solitarias mientras se pintan sombras en todos los rincones del parque, en los estantes silenciosos y el polvo que se acumula en miles de libros apretujados y expectantes.

Lo busqué en recuerdos, palabras y lamentos.

En las letras de los libros, en la rima de los poemas, en los compases de mis canciones preferidas. En los estados de supuestos conocidos, en los mensajes que se eliminan a causa del olvido.

En las borracheras de la madrugada, en la complicidad de dos amantes en la cama, en el desespero del solitario en la ventana.

En asaderos, supermercados, fruvers y tiendas de barrio. Hasta en discotecas y sitios donde sólo en las noches es permitido hacer algo.

Nada me daba razón de ese trozo que se me había perdido, que me hacía falta, que me incompletaba.

Le pregunté a la luna en su indescifrable palidez, pero se ocultó detrás de una nube extraña.

Busqué en el recuerdo que se anexa a las fotos, en lo vivido de los videos de veinte y treinta segundos. En esos audios rápidos e inconexos, en la pereza de escribir, en la locha de borrar para corregir.

En las sonrisas que un día fueron mías, en los besos que nunca se dieron, en los abrazos que habían quedado en el pasado.

En las cobijas de noches frías, en el desvelo de un amor incompleto, en la canción que se repetía con elocuente satisfacción. En el rastro del alumbrado público, en los pies que se arrastran, en las miradas bajas.

Y cuando por fin, a causa de tanto buscar y no encontrar, di con el pedazo que me faltaba.

Al recogerlo, me di cuenta que ese solo era uno de todos los pedazos que me faltaban…




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