Hasta que las luces se apaguen

Sábado en la noche

 

Esta noche salí a caminar. Frío, mucho frío. Un saco bien abrigado y las manos en los bolsillos. Dejaba que el viento ligero empujara mis pies, guiándome por las calles, no tenía a donde ir.

Procuré perseguir sombras que se me escapaban con relativa facilidad. Era frustrante no dar con ellas, cierta impotencia me embargaba. Esa típica sensación de frustración al dar con el resultado de una gran expectativa que no ocurre. Todos la conocen, ¿No?

No sé si era muy lento o demasiado estúpido para ello, o talvez era porque arrastraba los pies. Los tenis los tenia rotos y cansados, por eso no llevé ni celular ni nada, quería como desprenderme, como perderme, como olvidarme de todo y que todos y todo me olvidara, al menos por un rato, ¿Era aquella una sensación autentica de libertad? Yo solo estaba cansado y quería hacer algo diferente.

En mi ignorancia de la ciudad, traté de buscar las calles más remotas y solitarias, talvez porque me gustaba, lo necesitaba, o ambas cosas. Sentía la suela de los tenis rosar ligeramente con el suelo, en especial la parte del tacón, donde estaban rotos y, ¡Vaya maravilla! Reconocía el sonido de esa ligera caricia, escuchaba mis pasos en el frío, solitario y seco asfalto. No recordaba la última vez que escuché mis propios pasos, normalmente, escuchaba mis propios pensamientos, o bueno, ellos se adueñaban de mi. Pero esa noche encontré una posibilidad ¿Qué significaba aquello?

No lo sabía con certeza, sentía que algo estaba ocurriendo. Comprendí que solo se necesita un segundo para que pase algo, esa noche había decidido que algo ocurriría y así era: Estaba andando, aun y a pesar de que me dolían los pies, las manos, los ojos, la nariz, la lengua. Estaba andando, aunque no sabía hacia dónde. Estaba andando, aunque arrastrara los pies. Estaba andando, aunque me demorara en llegar a algún lugar. Estaba andando, era lo importante.

Pero estaba cansado, y eso que apenas llevaba un tercio de lo que representaba una vida ¿Qué sabía yo de la vida?

No mucho, por no decir que nada. El frio en la noche me lo había dicho: La vida era un solo día. Que amanecía y luego oscurecía para ¿Amanecer una vez más? No lo sabía.

Sabía que aquello era una oportunidad, y que la estaba desperdiciando. Me tentaba mucho la idea de dejar esa oportunidad perdida, porque estaba cansado, pero me resistía. ¿Por qué lo hacía? No lo sabía.

Carajo, solo respuestas a medias, eso no eran respuestas en lo absoluto. No era una novedad descubrir que no sabía mucho, aun así, lo seguiría intentando ya que, si daba esa oportunidad por perdida, lo más probable es que la siguiente lo hiciera igual, y la siguiente, y la siguiente. Entonces, todo era un cumulo de oportunidades perdidas, talvez hasta que un día nos decidamos y le demos a ese día lo que se merecía, una oportunidad basada en una decisión, fundamentada en una determinación.

Eso pasaba por mi cabeza mientras yo seguía arrastrando mis pies, que eran pesados a esas horas de la noche. Y las cuestiones de la vida se decoraron con luces de muchos tamaños y colores, tres mujeres en tacones altos, pantalones muy ajustados, camisas escotadas, chaqueticas que solo cubrían los brazos, a ellas como que no las atormentaba el frío, o las motivaba alguna otra cosa. Las estrellas más brillantes que parpadeaban tímidamente en el cielo oscuro. En pareja de novios bien vestidos, bien perfumados, bien dispuestos. Un combito de amigos, gente muy joven que pretendían ser mayores, bien preparados para la noche. Verdad que era sábado, se me olvidaba, parecía que el único que no sabía que era sábado en la noche era yo. También la Luna, que jugaba a las escondidas con las nubes como cómplices.

Me había desviado de mi rumbo. Oía a licor, saboreaba la música. Aunque se me antojaba una cerveza, talvez dos. Que carajos, solo en un taburete de bar, solo con las sombras, las oportunidades en la vida, mis certezas que eran ingenuos resplandores de una sabiduría en pañales.

Todo eso para reencontrarme con la misma casa, la misma puerta, las mismas escaleras. El mismo cuarto, la misma luz, el mismo hedor. La misma cama, las mismas cobijas, los mismos sueños, el mismo desespero.

Nada ha cambiado…




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