Hasta que las luces se apaguen

La Nota

A la derecha, pegada en el borde de la pantalla del computador con cinta transparente, aparece la notita que un día me dedicó.

Es un pedazo de hoja arrancada de una agenda. No dice mucho, pero está cargada de una intención sincera y verdadera.

Fue ese día que estuvimos juntos. Ella cogió mi agenda sin mi consentimiento y estampó su caligrafía en lo que eran solo hojas mías, sin intrusos ni extraños que mancharan mi rostro allí configurado.

Cuando la vi, esa caligrafía extrañamente elegante y bien formada, supe que alguien había entrado en esa pocilga oscura, solitaria y desordenada. No pude hacer más que darle la bienvenida y agradecerle el atrevimiento.

Me sentía querido, pero era un querer que no deseaba ni buscaba. Lo sentía incompleto, de a pocos y goteando. Yo quería todo su querer, toda su atención y comprensión. No quería sobras ni pocos de nada, lo quería todo y de una sola vez.

Yo la abrasé y la besé por la nota. Ella dijo que lo hacía con cariño. Ahora, no sé de cual cariño se refería.

No la leo mucho ya que me la sé de memoria. En ocasiones lo hago, siempre a la misma hora, cuando estoy triste y melancólico. Cuando la soledad no basta, cuando mis fuerzas no aguantan. Es una pequeña proporción de aliento en un ambiente que parece lo bastante pesado como para seguir andando. Sirve de recuerdo, más que nada, porque yo vivo de recuerdos y si hablo de recuerdos es porque ella ya no está, no está en su forma real y tangible. Ella se fue un día, sin despedirse, sin decir adiós. Solo dijo que volveríamos a encontrarnos, pero no dijo cuándo.

La tengo pegada, y su visualización me hace recordar. Es la nota del recuerdo, un recuerdo que se va disipando con el tiempo, perdiendo su poder y pesadez. Una nota como una hoja cualquiera, como la recomendación de Stephen King, como la anécdota del viejo Bukowski. Una excusa más para seguir adelante, pero entendí que no necesito más de ello. Son solo adornos para transformar el entorno.

Aun no sé si seguir esperándola o no. Supongo que el tiempo negará la intención.

Tengo la notita allí pegada que es sinónimo de su recuerdo, pero ¿De qué me sirve su recuerdo si no la puedo disfrutar a ella física, pura y real?

No la quito, la dejo allí mismo. Si me importara mucho, la arrancaría sin pesar alguno o la leería con repetido dolor y remordimiento. Simplemente sigue allí, como la confirmación de algo que ya pasó.

De eso me sirve el recuerdo, para aprender si es que puedo, para darle un valor que transcienda lo anecdótico, lo educativo, lo evocativo. Dicen que recordar es vivir, yo creo que recordar es vivir dos veces, tener una segunda oportunidad, ¿Para qué? Para repetir los mismos errores, esperando un final alternativo…




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