Si tú eres música, yo soy oyente.
Si tú eres sol, yo soy voz que acompaña.
Tú eres el sonsonete que se repite día a día, yo soy el que llora, el que se aflige, el que suspira.
Si tú eres acorde de excelente magnitud y sublime belleza, yo soy el simple soñador que te sufre.
Tú, nada más que tú.
Eres el tempo que acompaña los ritmos de mi endeble corazón, que canta con júbilo y alegría, ahora que ya no estás.
Pero la novedad de tu música se ha perdido.
Siempre creí que la impaciencia no me traería nada bueno, pero hoy la agradezco.
Aunque sigo escuchando los mismos sonsonetes, tú que te repites a cada minuto, a cada recuerdo, a cada jalón del viento que sacude los pensamientos.
No, ya no eres como antes, ya no eres novedad, sorpresa, magnificencia.
Aburres tú, o yo me aburro con facilidad. Pero tu música no resultó siendo más que cualquier otra.
Dichosa la voz que te reconozca y que sepa cantarte con todo el júbilo con que antes armonizabas los días de una vida traducida en monotonía.
Tú ya no estás y el rugido de tus voces, tan voraces en aquellas horas de sueños perdidos, sólo quedan como ecos vacíos que se pierden con el viento de días que pasan, sueños olvidados…