Amar. Amor. Amarnos.
Tres palabras que parecen iguales, pero no lo son. Vamos a ponernos un poco complejas por un momento.
Según la Real Academia Española, "amar" es:
"Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y la unión con otro ser."
Bonito, ¿no? Sí... pero, si soy honesta, no estoy de acuerdo.
La vida me ha enseñado que amar va mucho más allá de una definición académica. No se trata solo de buscar a alguien para llenar un vacío, sino de aprender, equivocarse, crecer y, sobre todo, entendernos a nosotras mismas.
Te lo pongo con un ejemplo: la primera vez que intenté hacer un huevo frito.
Siempre veía a mi mamá y a mi abuela darle un golpecito suave al cascarón en la orilla de la cocina: elegante, simple, sin dramas. Yo, novata absoluta, que apenas sabía hervir agua, decidí imitar la técnica... pero, claro, salió mal. Rompí el huevo con demasiada fuerza y terminé con la mano cubierta de yema y clara.
Sé que probablemente te reíste, o al menos pusiste cara de: "¿Qué rayos con esta tipa?" Y sí, yo también me río ahora. Pero ahí entendí algo: las primeras veces son maestras disfrazadas. A veces lo hacemos bien, otras metemos la pata, pero siempre aprendemos.
Y eso es lo que creo que pasa con el amor... y con amar. La RAE puede decir que son lo mismo, pero para mí no lo son. Amar es un verbo, una acción, una decisión consciente. El amor, en cambio, puede existir sin movimiento; es un sentimiento, sí, pero no siempre implica actuar. Y "amarnos"... bueno, ahí entra todo un universo aparte.