Hasta que nos volvamos a encontrar

CAPÍTULO 5

Llegamos a Yamashiro sin dificultades. La casa de Taro-san era grande y hermosa aunque nada suntuosa. El hombre solo era un importante comerciante pero no un millonario. Solo tenía un próspero negocio que le reportaba una buena situación económica un poco mejor que muchos en la ciudad.

El comerciante negociaba con índigo. Traía el preciado tinte desde la provincia de Awa, según lo que Megumi-san me contó por el camino, y lo comercializaba en todo el sur del país. Lamentablemente, ni todo el oro del mundo le servía para curar la dolencia de su hija. La muchacha, de unos 16 años, tenía una seria lesión en su columna fruto de un golpe que sufrió al caer cuando era una bebé. La pobre estaba tullida en vista de todo el reposo que había tenido que hacer durante toda su vida a raíz del dolor de su columna.

Mis conocimientos de medicina natural no solo tenían que ver con el uso de hierbas medicinales, sino también con el “Seitai”, que en parte es algo así como quiropráctica japonesa. Y es que Minoru-sama se preocupó de enseñarme muchas cosas, entre ellas, técnicas terapéuticas para mejorar las dolencias en huesos, músculos y articulaciones. Incluso me enseñó a usar las ventosas. Por Dios que voy a extrañar a ese anciano.

_Kyomi, queremos que conozcas a alguien_ le dijo Megumi-san a su hija.

_No tengo ganas de conocer a nadie, madre_ le dijo la muchacha con disgusto sin siquiera elevar la vista en dirección nuestra.

_Ella es Sakura-san, Kyomi. Te ayudará con tu problema de salud_ le dijo con cariño, pero ni por eso la chica se dignó a prestarnos atención.

_Hola Kyomi, es un gusto en conocerte. Presiento que seremos muy buenas amigas_ le dije con entusiasmo pero poco sirvió ante la hostilidad de ella.

_No me interesa tener ninguna amiga_ iba a responderle cuando Taro-san me llamó hacia afuera. Juntos nos fuimos caminando por el patio de la casa hasta lo que sería mi nuevo hogar.

_No se sienta mal por la actitud de mi hija. Debe entender lo frustrada que se encuentra dada su situación. Jamás ha podido caminar por más de unos cuantos metros y con ayuda, y el dolor que siente la tiene siempre con lágrimas en sus ojos, aunque su dolor más fuerte es el emocional. Ella siempre ha querido ser como el resto de las chicas de su edad y llevar una vida normal, pero nunca ha podido hacerlo. Le pido por favor que no se rinda con ella. Trate de ayudarla_ me rogó el afligido padre.

_Haré mi mayor esfuerzo Taro-san_.

_Esta será su habitación. Yoriko, nuestra doncella, le traerá sus comidas mientras usted ayuda a Kyomi_.

_Antes de comenzar a tratarla, necesito ir a las cercanías para buscar hierbas. Necesitaré preparar algunos ungüentos para aliviar sus dolores_.

_Por supuesto, le diré a Yoriko que la lleve después de comer. Mientras, puede acomodar sus cosas_.

_La verdad es que no traigo nada conmigo. Incluso la poca ropa que traía me la dejé olvidada cuando fui en su ayuda_.

_Pero qué desconsiderado de mi parte. Le diré a Megumi que revise sus ropas. Seguro debe haber algo que ya no ocupe y pueda regalárselo a usted, Sakura -san_.

_Se lo agradeceré enormemente. Al menos hasta que pueda juntar algo de dinero y poder yo misma comprarme algo_. Taro-san asintió con la cabeza y se fue. El lugar era más grande de lo que pensaba y eso era estupendo porque haría de ese cuarto, no solo mi lugar para dormir, sino también el laboratorio en donde prepararía mis remedios, infusiones y ungüentos.

Quizás la suerte había decidido no ser tan mala conmigo. Quizás y sólo quizás, la fortuna estaba cambiando para mí.

 

Después de comer, tal y como dijo Taro-san, Yoriko, la mujer que trabajaba en esa casa, me llevó a un bosque cercano y me dejó allí para buscar mis hierbas. Había de todo tipo de hierbas: menta, hierbabuena, manzanilla, ortiga, diente de león, ruda y otras cuantas más. Sin embargo tenía claro que la mayoría que necesitaba tendría que obtenerlas de algún mercado en la ciudad si es que las comercializaban.

Estaba en plena faena de recolección, cuando escuché una ronca y varonil voz detrás de mí. Del susto, dejé caer todas las hierbas al suelo, cosa que no me causó mucha gracia.

_Te ves muy entretenida, hermosa flor de cerezo, ¿me permites que te ayude?_ me dijo.

_¡¡Demonios!! ¡¡Que te parta un rayo!!_ dije completamente enfadada con el hombre aún a mis espaldas.

_Vaya, vaya, qué boca la tuya. Eres toda una damita_ dijo el infeliz socarronamente mientras reía por lo bajo.

_Ni soy una damita ni necesito ayuda, y aunque…._me di vuelta para enfrentarlo y mis ojos quedaron abiertos como platos. Era un hombre muy alto, al que tuve que mirar hacia arriba para poder encontrar sus oscuros y profundos ojos. Tenía un cuerpo sumamente corpulento y un rostro anguloso con una insipiente barba candado que lo hacía ver atractivo en sumo grado. Su pelo lo llevaba atado en una coleta y aunque sus ropas no eran elegantes ni mucho menos, su aspecto se veía bien cuidado. Me miraba con una ceja levantada y una de las comisuras de su boca, estaba ligeramente elevada como si quisiera provocarme con una media sonrisa. _.....la necesitara, serías al último que se la pediría. Ahora si me disculpas_ me di la vuelta y comencé a recoger las hierbas toda furiosa.




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