Hasta que nos volvamos a ver

3. Presentación

Capítulo dedicado a Marina Flores

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Cuando el agua cayó sobre mí, juro que quise golpear a alguien. No soy violento y lo sabes, pero es que estaba condenadamente fría. Sin embargo, cuando vi la ira en tus ojos, todo mi mal humor se evaporó.

Te veías ridículamente cómica llamándome estafador, mentiroso, ciego y no recuerdo qué más. Yo no entendía nada y, a pesar de que intenté permanecer serio, tu impotencia me divertía. Sí, lo siento, no soy tan perfecto como creías.

En ningún momento se me pasó por la cabeza que estuvieses hablando de mi hermano, pues llevábamos solo tres horas en la ciudad; era demasiado pronto como para que ya estuviese metido en problemas. Me equivoqué; sin dudas ese fue un récord para él.

Aquí debo hacer una pequeña confesión. ¿Recuerdas la cajita de cupcakes que apareció esa misma noche en tu puerta junto al dinero que gastaste por culpa de mi hermano? Sé que piensas que fui yo, pero no, fue Noah quien lo dejó ahí.

Un poco sorprendida, miro al chico a mi lado que tiene toda su atención concentrada en sus zapatos y su ceño fruncido me dice que, lo que sea que esté cruzando por su mente, no es nada bueno.

Siempre pensé que Nathan había dejado los pastelillos en mi puerta para resarcir el daño de su hermano, pues si hay algo en lo que destacaba Nath era en arreglar los desastres de su gemelo.

—¿Qué? —pregunta el chico a mi lado al percatarse de que lo estoy mirando.

—¿Recuerdas el día en que nos conocimos?

Una risa baja retumba en su cuerpo, provocando cosquillas en mi interior. Noah no es de mucho sonreír, pero conmigo se permitía bajar la guardia de vez en cuando y me enternecía cuando lo hacía. Tengo que admitir, y sin que nadie lo sepa, que siempre me gustó la sonrisa de Nath, pero la de Noah la amaba; tal vez por las raras ocasiones en las que conseguía verla.

—¿Cómo olvidarlo, pastelito? —Me guiña un ojo ante ese mote ridículo.

—Según tu hermano, la caja de cupcakes y el dinero que apareció en mi puerta al final del día la dejaste tú.

Suspira profundo.

—Nathan es un chismoso.

—¿Por qué me dijiste que había sido él?

Su mirada se encuentra con la mía por unos segundos y, aunque hago lo posible por sostenérsela, termino desviándola ante su intensidad.

—Tenía una imagen de chico malo que mantener —dice sin más y luego se encoge de hombros.

—Sabes que te odié por mucho tiempo, ¿no?

—Adoraba hacerte rabiar, April, era la mejor parte de mi día. —Se apoya en el espaldar del banco y se cruza de brazos—. Por cierto, ¿eso es lo que hace mi hermano en sus diarios? ¿Contar nuestros secretos?

Aunque me dedica una sonrisa ladeada, esa que indica que todo le resbala, puedo ver una nota de preocupación en sus ojos.

—¿Por qué preguntas? ¿Te preocupa que me cuente algo que no deba saber? —bromeo mientras un amago de sonrisa aparece en mi rostro, pero se esfuma con rapidez cuando su mirada vuelve a hacer contacto con la mía.

—Nathan era mi confidente, pastelito; obvio que hay cosas que le conté, que nadie debería saber.

—Prometo que, si me encuentro algo comprometedor, no se lo diré a nadie.

Bajo su intensa mirada, vuelvo a concentrarme en los cuadernos. Paso la hoja, respiro profundo y regreso a la lectura.

Aún recuerdo como si hubiese sido hoy cuando, a la mañana siguiente, tocaste la puerta de mi casa y mi madre te abrió. Te presentaste de esa forma tan curiosa que solías usar cada vez que conocías a alguien nuevo y ella te dejó entrar. Cuando llegaste a la cocina, casi me atraganto con mi cereal.

Juro que en ese momento pasaste a ser la niña más hermosa que había visto jamás. Llevabas un lindo vestido rosa pastel con corazones rojos, unas sencillas sandalias blancas y tu castaña melena estaba recogida en dos trenzas largas que enmarcaban tus cachetes rellenos. Lucías adorable.

Sonrío como una tonta, mientras a mi mente vienen los recuerdos de ese día.

Si bien me había confundido encontrar la cajita de cupcakes en mi puerta, estaba casi convencida de que había sido obra del gemelo simpático, pues el otro no tenía cara de ser de los que se arrepentían; aun así, quería convencerme, así que, apenas desayuné bien tempranito en la mañana, fui a su casa.

Su madre me recibió y tal y como me enseñó la mía, sonreí ampliamente. Uno de mis hermanos solía decir que cuando sonreía para agradarle a alguien parecía el gato de Alicia en el país de las maravillas y solo asustaba, así que disminuí la amplitud del gesto.

De igual forma y mirando en retrospectiva, no creo que a ella le haya asustado. La señora Smith lucía encantada.

—Hola, me llamo April London Santalusa, sí, horrible, pero mi madre no tiene la culpa de tener ese apellido. —Me encogí de hombros—. Mi padre me dice Primavera, mi madre Cariño, mi hermano menor A y el otro tonto más chico, Bolita. Usted puede llamarme como más le guste y, creo que no se lo he dicho, pero soy su vecina de al lado. ¿Puedo pasar?




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