Hasta que te conocí [serie Arévalo #3]

Epílogo

Sentí la arena entre mis dedos, el sol estaba empezando a ocultarse, cerré los ojos al escuchar las olas, recordé el día que llegué buscando la paz y realmente la encontré en este lugar.

- ¿Estás bien papá? - sonreí y abrí los ojos.

- Si hijo, estoy bien - me agaché y quedé a la altura de sus ojos - Nunca te lo he dicho pero bendigo el día que te me acercaste para saber que me pasaba - toque su mejilla.

Él me sonrió, sentí unas patitas en mi pierna, bajé la mirada y me encontré con los ojos ansiosos de Rufus, pidiendo su caricia, acaricié su cabeza y me puse de pie, tomando de la mano a mi hijo, hicimos nuestra caminata en silencio.

La casa estaba en silencio algo extraño con mis dos hijas, sabía que los gemelos estaban dormidos, fruncí el ceño y vi la sonrisa traviesa en Julio, se soltó de mi mano y corrió hacia el patio junto a Rufus.

Me dirigí hacia ahí y sentí un nudo en mi corazón, había un letrero en letras grandes: " Felicidades al mejor papá y esposo del mundo".

Mi cumpleaños, lo había olvidado nuevamente, aunque esta vez no fue por soledad, ni tristeza, sólo me había acostumbrado a pasarlo por alto pero esta vez me alegraba en gran manera al tener a una estupenda mujer y unos niños maravillosos.

Julieta me abrazó fuerte, cerré los ojos al aspirar su perfume, ella y mis hijos eran mi mejor regalo.

- Felicidades cielo - me miró a los ojos, esa mirada me hacía sentir el hombre más afortunado del mundo.

- Papá - me agaché para abrazar a Sofía de reojo vi a mi sobrino Marco, suspiré, quizás estaba siendo demasiado paranoico pero notaba que Sofía era muy pegada a su primo y aun era difícil para mí aceptar que algún día mis hijos se iban a enamorar, deseaba con todo mi corazón que no sufrieran.

Sébastien se me acerco con una gran sonrisa.

- Treinta y un años, casados y con hijos – me estrecho en sus brazos – Felicidades hermano por todo lo que has logrado.

- Felicidades Sébastien, me siento feliz de volver a celebrar un cumpleaños contigo – mire a Lena quien ya se le notaba su pancita – Al fin ¿cuántos hijos son?

Me sonrió enigmático,

- Eso mi querido hermano, será un misterio hasta el día del nacimiento –

Silbe

- Tu silencio me dice mucho hermano, creo adivinar que es mas de un hijo el que tendrán – se encogió de hombros.

- Puede que solo sea uno pero no te daré el gusto de saberlo aún – levanto ambas cejas.

Me sentí feliz al ver a mi familia reunida, fueron cinco largos años donde viví en la soledad pero todo había cambiado, al fin había llegado mi tiempo de ser feliz.

- No veo a Max – mire hacia donde se encontraba mi padre - ¿No se ha marchado del país?

Mi gemelo me sonrió y negó con la cabeza

- Espero que no se marche, el cómo tu también ha sufrido – me señalo mi gemelo.

Parte de la noche que duro la celebración, mi corazón se sentía henchido de felicidad, ya no había culpa en mi por el daño que le hice a mi gemelo y a Lena, podía verlo a los ojos, podía acercarme a Marco y abrazarlo sin culpa, desvié la mirada hacia la pelirroja que había logrado ese cambio en mi.

Cuando todos se fueron y los niños ya se habían dormido nos sentamos en la terraza a contemplar el cielo estrellado, escuchando las aguas del mar.

- Soy feliz Salomón y tu eres el mayor responsable – tomo mi mano y me miro a los ojos – Te amo.

Bese sus dedos y cerré los ojos.

- Esto será para siempre Julieta – ella asintió – Aún nos espera un camino largo por recorrer pero lo haremos juntos.

- Siempre juntos Salomón Arévalo, no creas que te dejare ir tan fácilmente – me sonrió.

- No iré a ningún lado Julieta Arévalo, lo prometo.

Se acurruco en mi pecho y ambos nos quedamos mirando las estrellas, nuestra vida no era perfecta, como toda pareja teníamos nuestros desacuerdos y nuestros pleitos pero algo que Julieta me había enseñado que había aprendido de Antonio era a que jamás nos íbamos a dormir molestos, teníamos la mesa que llamábamos "deja tu problema aquí", ahí nos sentamos y conversábamos lo que nos molestaba y llegábamos a un acuerdo donde ambas partes cedíamos, yo hoy era padre, tenía que ser un ejemplo para mis hijos y sobre todo ser siempre el amor de Julieta.

Se podría decir que éramos felices, ella era mi mayor regalo, era una mujer de carácter y sobre todo alguien que como yo también había aprendido de sus errores.

Ambos habíamos renacido.

 




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