Hasta que te enamores de mí [completa]

Parte I.

"Aprendemos a amar no cuando encontramos a la persona perfecta, sino cuando llegamos a ver de manera perfecta a una persona imperfecta"

Sam Keen.


 

He de admitir que me encantan los tacones... en el armario, verlos de lejos deslumbrar elegancia, no en mis pies. Hacen lucir a una mujer sexy, segura de sí misma al caminar. Además, como dicen por ahí, los zapatos siempre valdrán más que un hombre porque ellos nunca te romperán el corazón. Uff, cuánta razón tienen, aunque eso no es lo que viene al caso. Me dolían los pies, y eso, que solo había caminado unas cuentas cuadras.  

Venía saliendo de una fiesta, para ser más precisa, la fiesta universitaria que preparaban para los de primer año. No quería venir, pero la anfitriona de esta fiesta y dueña de la casa era mi mejor amiga, así que... básicamente no tuve otra opción.

Aunque, definitivamente este no era mi ambiente. Y ella muy bien lo sabía.

Mi casa no quedaba para nada lejos, básicamente Eva y yo vivíamos en el mismo vecindario, solo hacían falta unos cuantos pasos y estaría en casa sana y salva. Miré a quien salía del supermercado que quedaba en una esquina. 

—Mi querida musa —Apreté los labios al escuchar esas palabras. Sonrío, es lo único que puedo hacer al ya estar acostumbrada a que me apode de esa manera—, que suerte tengo de encontrarte a estas horas.  

El chico venía saliendo con varias bolsas en cada mano, mientras corría con una sonrisa enorme hacia mí, de esas que destellan inocencia por todas partes. Como siempre, vestía el tipo de ropa que usualmente llevaba, una gran sudadera que llegaba casi a su cintura, unos jeans y unos tenis. Su cabello largo en todas las direcciones menos en las que debería estar.  

—Kael —dije con una sonrisa poco simpática.  

Lo único que quería hacer era llegar a casa, quitarme mis tacones y dormir hasta que ya no supiera más de mi. 

Se aproximó hacia mí, caminando a mi ritmo.   

—Qué raro verte por aquí a estas horas. ¿Estabas en la fiesta de nuevos egresados?  

—Si —Lo miré y señalé las bolsas de sus manos—. ¿Estás haciendo las compras de la semana de nuevo? ¿Y a estas horas? —Me reí—. ¿No que era turno de Gael?  

Torció los labios pensativos y, luego empezó a caminar de espaldas, él quedando frente a mí.

—Sabes que soy como el pendejo de la familia. Cuando alguien no puede hacer algo, recurre a mí. Y, como soy un chico tan amable y que, lastimosamente se preocupa por los asuntos de los demás, siempre termino cediendo.

Su expresión no pudo evitar sacarme una sonrisa, a la que él respondió sonriendo también.

—No digas eso. Eres el más inteligente de todos, no tienes nada de “pendejo” —digo lo último poniendo entre comillas las últimas palabras.   

—No lo creo.   

—¿Por qué dices eso? —inquiero confusa.  

—Si no he podido conquistar a la chica que me gusta después de casi un año, creo que mis dotes de inteligencia y encanto no me sirven para nada.  

Casi me atoro con mi propia saliva. Nunca lograría acostumbrarme a sus ataques de poeta. Ya que esta no era la primera vez que lo hacía.

—Oye, ¿sabes que en menos de un mes es mi cumpleaños?, ¿verdad? —pregunto, tratando de cambiar el tema de conversación.   

Me miró confuso: —¿En serio?  

—No me digas que lo has olvidado —Lo miré con cara de pocos amigos, entrecerrando mis ojos.

Rió de repente: —¿Cómo crees que olvidaría el día en el que una estrella empezó a brillar en la tierra?  

Sentí mi mis mejillas calentarse. Lo dije, nunca me acostumbraría a su manera tan elocuente de expresar sus sentimientos.

—Ya deja de bromear.  

Se para frente a mí, obstruyendo mi paso, haciendo que choque con su pecho. Me alejo de él lo más rápido posible, mirándolo a los ojos, los cuales brillan gracias a la luz de la luna reflejados en ellos. 

—¿Bromear? Yo nunca bromeo contigo, Musa.  

—No me llames así, Kael —suelto e, intento no sonar poco simpática pero su actitud insistente no ayuda, encima su mirada penetrante hace que quiera apartar la mía—. ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?   

—No sé porque odias tanto un apodo como ese, ¿sabes acaso lo que significa?   

Suspiro sin poder evitar soltar una risa. Suena contradictorio, pero, su insistencia me parecía algo adorable: —Eres tan ridículo.  

—Y tú eres tan… hermosa —dice, mientras suelta un suspiro, sosteniendo mi barbilla para que nuestros ojos sean capaces de encontrarse.

No. No otra vez. 

Paro en seco al escuchar sus palabras e intento apartarlo, sin brusquedad, lejos de mí. Me lo ha dicho tantas veces y aun así no logro acostumbrarme.

¿Qué tengo que hacer, Kael Kurte, para que entiendas que jamás podré ser suficiente? 

—Kael, por favor no… 

—Es una pena que no sientas lo mismo.

Veo el brillo en sus ojos, lo que expresan, lo que intentan decirme. Sabía que tenía ganas de besarme y, lo sabía por la manera tan repetida y sin pudor en la que miraba mis labios, atentos, pero no daba el paso, jamás lo hacía, como si sólo estuviera esperando mi permiso, o algún indicio que le diera a entender que yo también quería lo mismo. Pongo mis manos en su pecho y lo alejo de mí, sin mirarlo a los ojos. Sabía que le dolía.

—Ya hemos hablado de esto —Encogí mis hombros—. Yo jamás podré corresponderte.

—El futuro es impredecible —dijo, mirándome divertido.  

—Pero mi futuro no lo es —respondí—. Lo único que quiero es que dejes ya este tema —Al terminar de escuchar mis palabras, me di cuenta de que probablemente había sido demasiado cruel—. Mira, Kael. Eres un chico increíble y lo que menos quiero es lastimarte, pero tienes que entender que no tengo sentimientos románticos hacia ti y nunca los tendré. 

—¿Estás segura de eso?  

—Te lo aseguro.

Si mis palabras lo lastimaron, no lo supe porque cuando esas palabras salieron de mi boca, lo único que hizo fue alzar ambas manos hacia arriba mientras caminaba hacia atrás, sonriendo como si esas palabras nunca hubieran sido dichas. 




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