Hasta que te enamores de mí [completa]

Parte II.

"Amar a alguien que pasa de ti es como querer volar sin alas" 


Al abrir mis ojos, y ver los rayos del sol entrando por la ventana e, iluminando toda la habitación por completo, estiro mi cuerpo en mi cama, empezando por los brazos. En cuanto me levanto, empiezo a prepararme para ir a la Universidad, haciendo la misma rutina de todos los días como una estudiante universitaria. 

Soy una chica pelirroja, con un cabello extremadamente rizado y abundante, desde mi cuero cabelludo hasta la punta, y este, igual llega exactamente hasta mi cintura. Mucho se habla y se nota, que pelirrojas poseemos pieles demasiado pálidas, una de las razones por las que odio que mi tez sea muy clara y blanca.  

 


Realmente soy demasiado pequeña en cuanto altura se trata, lo que hace que las personas a mi alrededor se burlen de mí. Mi cintura era pequeña, otra razón por las que recibía burlas, diciendo que parezco anoréxica o que no como para estar flaca.  

Vaya personas ignorantes y de poca capacidad cerebral.

Bajo las escaleras, encontrando a mamá preparando el desayuno. Me acerco a ella y le doy unos pequeños besos en las mejillas.   

—Buenos días —dije mientras tomaba un panqueque que se encontraba en la mesa—. ¿Dónde está papá?    

Me miró a los ojos, sonriéndome. 

—Tu padre está en el trabajo, lo llamaron de algo a último minuto. Y buenos días para ti también, ¿no vas a desayunar?   

Preguntó cuando vio que tomaba un poco de jugo rápido, sin siquiera haberme tratado por completo el panqueque. 

Negué. 

—No, ya sabes que hoy tengo examen, así que con Eva nos reuniremos temprano para estudiar.   

Ella asintió y luego se acercó a mí, dándome un beso en la mejilla y dándome la bendición. La abracé sin dudarlo.    

—Ya me voy —dije mientras me separaba de ella y proseguía a salir de la casa—. ¡Te quiero!   

—¡Yo te amo! —La escuché gritar, detrás de mí.   

Salí de la casa mientras sentía como la brisa de las mañanas pasaba de una manera satisfactoria por mi cuerpo y cara. Como mi cabello se dejaba llevar por las leves corrientes del mismo. Como todas las mañanas, fijé mi mirada hacia la casa de mi vecino. Lo observé saliendo de la casa como todos los días, para acompañarme, ya que estudiábamos en la misma universidad.  

Inconsciente de mi acción, sonreí como de costumbre, imaginando cómo cada vez que me miraba, sus ojos se iluminaban, sus hoyuelos se marcaban en sus mejillas… Cómo corría hacia mí mientras sostenía su mochila para que no se le cayera… Y como a veces se le olvidaba cerrar la cremallera de la misma y todos sus cuadernos salían disparados. Ese es Kael Kurte. Un chico sin pelos en la lengua, desastroso pero tierno. 

Pero lo que observé, me desconcertó. Un carro blanco se aparcó al frente de la casa. Del mismo salió una chica morena, recostándose del carro y cruzándose de brazos. Kael corrió,  disparado hacia ella, abrazándola desde la cintura y plantando un beso en su mejilla, sonriéndole, eufórico. La chica hizo un ademán con la cabeza, invitándolo a entrar en el carro y… Él obedeció. El auto arrancó, dejándome totalmente desconcertada y parada en medio de la acera como una estúpida. 

Tomé el celular de mi bolso y marqué al celular de mi mejor amiga.   

—Eva, ¿podrías venir a recogerme?   

—¿Qué sucede?, ¿hoy no vendrás con Kael?   

Sentí como mi cuerpo se sacudió.  

—No hagas preguntas, solo pasa por mí —Me sorprendió mi mala actitud y estuve a punto de disculparme pero algo no me permitía hacerlo. 

Dijo un casi inaudible “está bien” y luego colgó.   

Al parecer todo lo que me había dicho sobre olvidarme era en serio… Muy en serio.   

Y lo hizo demasiado rápido.   

Bien.    

Mientras más rápido, mejor... supongo.
...  

—¿Por qué te desagrada tanto la idea de que a Kael le gustes? —Me reclamó mi amiga—. No termino de comprenderlo. Es un chico simpático, inteligente, amable, muy lindo y carismático. ¿Quién no querría un chico así? Estás bastante mal de la cabeza, amiga. 

—Eva, no empieces, ¿sí?    

Me siento en el comedor, con mi charola de comida en la mano, depositando la misma en la mesa.   

Eva rueda los ojos mientras le da un mordisco a su manzana. 

 —No es nada de “Eva, no empieces” —dijo, imitando mi voz y actitud—, es solo cuestión de que te des cuenta del gran chico que te estás perdiendo. 

—Si tanto te gusta, ¿por qué no te vas tú con él? Digo, si lo defiendes tanto.   

Me da un golpe en el hombro haciendo un mohín. 

—¡Claro que no! Sabes que él no es el Kurte que me interesa.  

Claro que no se me olvida, si me vive molestando para que encuentre la manera de hacerla encontrarse con Sael... Sael Kurte.   

Kael, Gael y Sael son trilizos, y son mis mejores amigos desde que se mudaron aquel verano a mi vecindario. Y, aunque el encuentro no fue el mejor, no, diría que fue la peor primera impresión de todas, aquí estamos. 

—Nadie sabe, tal vez algún día le llame “cuñado” a los hermanos Kurte y, “suegros” a sus padres. Y, ¿quién sabe? Tu podrías también si dejaras de serle tan indiferente al pobre chico —La miro mal pero no puedo evitar sonreír—. Es que, niégame que los hermanos están buenísimos. Es más, niégame que nunca has sentido ningún tipo de atracción por Kael. 

Rio por eso, lanzándole una uva de mi ramo. Me llevo un par de ellas a la boca.  

—Esto es delicioso —mascullo con la boca llena, tratando de ignorar las incongruencias de Eva—, amo las uvas.   

Escuché la risa de mi mejor amiga.   

—Por cierto, ¿por qué no viniste con él? ¿Qué pasó? Lo vi llegando con Carla.   

Fruncí el ceño. 

—¿Cara?, ¿qué Carla? —pregunté con la boca llena.   

—Carla Jiménez. 

Rodé los ojos.  

Esa Carla.  

Sólo el hecho de escuchar ese nombre me revolvía las entrañas.  
  
Ella no me caía para nada bien. Diría que problemas que quedaron en el pasado pero para mí no es fácil olvidar. Lamentablemente al caso, es la mejor amiga o no sé qué de Kael. Llevamos un resentimiento desde hace mucho tiempo, así que es algo más allá de lo personal.   

Dejé de pensar en cuantas razones podrían haber para cometer algún asesinato y, aunque no fuera la mejor aún seguía teniendo la cualidad de ser meticulosa cuando me lo proponía.   

Presto suma atención a mi hermosa comida cuando saco los pensamientos negativos de mi mente. Por ahí dicen que cuando comes no puedes pensar en nada más, y eso es juntamente lo que hace mi mejor amiga con sus palabras, distraerme.   

—Demonios —La miré, un poco desconcertada por su expresión. Eva estaba mirando a un punto en específico, así que volteé mi cabeza en algunos treinta grados para observar lo que ella estaba viendo, o más bien, a quien ella estaba observando—. ¿Es ese nuestro Kael Kurte?   

Y hablando del rey de Roma, por la puerta se asoma.

Mis ojos se abrieron más de lo que mis párpados me lo permitían. ¿Ese es Kael? Lo miré con la boca totalmente abierta. No podía creerlo. Me negaba a hacerlo.   

Su cabello, abundante y largo, ahora era mucho más corto, sin nada en los costados, y cayendo mechones rizados en su frente. Traía unas gafas de cristales transparentes, una camisa negra con rayas, sin abotonar los primeros botones de arriba, dejando la parte superior de su pecho a la vista.   

Kael lucía diferente y no sólo yo lo pensaba, porque todos en el comedor lo mirábamos con gran asombro, porque, aunque Kael era conocido entre todas las personas por ser un chico muy interactivo, expresivo y amable con los demás, normalmente nunca se vestía de esa manera tan… extravagante. Ese no era él. 

—Dios, viene con la estúpida de Carla.   

Si no hubiera sido por las palabras de mi mejor amiga, ni siquiera me hubiera percatado de eso. Ambos venían riendo y conversando como si lo que sea que estuviera saliendo de sus bocas fuera muy interesante. Mi mirada se fue de un momento a otro desde sus ojos a sus manos… tenían sus manos entrelazadas la una con la otra. ¿Espera?... ¿no eran ellos mejores amigos? Sí, claro, ningún hombre y mujer pueden ser amigos, por lo que veo. 

Me sobresalté cuando la mirada de Kael cayó sobre mí, atrapándome infraganti. 

Se acercaba hacia nosotras… Se acercaba hacia nosotras… ¡Joder, se acercaba hacia nosotras! Sentí algo removerse en mi interior y reconocí ese cosquilleo de inmediato. Estaba nerviosa y… enojada… ¿pero por qué me sentía así? Aparté la mirada de inmediato y observé como mi mejor amiga me miraba perspicaz y con una ceja arqueada.    

—Hola, Eva.  

¿Por qué demonios siento este maldito cosquilleo? 

Eva ensancha sus comisuras, sonriendo con picardía. Yo, por mi parte, no podía subir la mirada. Por algo no quería mirarlo.   

—Kael Kurte —Mencionó con lentitud—, ¿qué ha pasado contigo? ¿Desde cuándo eres tan atractivo? Tenías todo bien escondidito, eh. 

Solté un bufido.   

Ni tanto.   

—Cualidades natas, de las cuales no puedo platicar el secreto.    

—Haría de todo contigo, menos hablar —La miré con el ceño fruncido.    

Suspiré profundo para no decirle las mil y unas palabras profanas que existían.   

—Hola, Sam.   

Al fin la hipócrita decidió hablar. 

La miré, sonriendo... falsamente.   

—Carla, ni siquiera me había percatado de tu presencia.   

—Ni de la mía tampoco, al parecer —habló él.    

Lo miré por segunda vez a los ojos. Le sonreí de la misma manera, mientras de una manera inconsciente apretaba mi puño. Vi como la mirada de Kael se fue hacia mis manos y sonrió de repente.  

—Es que se nota que no está muy de humor hoy, ¿verdad, Sammy? —habló Carla. Me sonrió con altivez mientras ella tomaba la mano de Kael para ponerla en su cintura—. No te preocupes, todos nos levantamos con el pie izquierdo alguna vez.  

Esa hija de la...

—Bueno, chicas fue un placer verlas hoy, pero esta señorita y yo, tenemos algo que hacer. Adiós, Eva —Fijó su mirada en mí… y sonrió—. Adiós, Sam.   

Continué sonriendo como si el hecho de que la estúpida de Carla estuviera ahí… Con él… No me hubiera molestado.    

—Por cierto… —Se detuvo antes de seguir su camino, me miró y luego señaló mis manos, sonriendo divertido—. ¿Por qué tanto odio con las pobres uvas? —dijo esto y luego se marchó.    

¿A qué se refiere…?  

Miré mis manos.   

—Joder.   

Había aplastado todas las uvas y ahora tenía todo el jugo de ellas, esparcido en mis manos y brazos. 

—Ay, amiga, ¿qué vamos a hacer contigo? —Agarré una servilleta y limpié mis manos.   

¿Qué demonios acaba de pasar?  

¿Y ese cambio de apariencia?   

¿Y sus manos entrelazadas?   

¿Su manera de hablarme?  

¿Me dijo “Sam”?   

¿Me ha llamado “Sam”?   

Él jamás me había llamado Sam.   

Y eso… dolió.  




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