Hasta que te enamores de mí [completa]

Parte III.

“No es la distancia lo que me duele, sino el ver cómo te estás alejando de mi alma” 

Últimamente, las clases se volvían más pesadas. Más asignaciones, menos horas de entrega. Me había pasado semanas y días en la misma rutina: universidad, cama, comida, escritorio. En ese orden. Me sentía estresada. Sentía que, a parte de la universidad algo más estaba consumiéndome, estaba desviando mi atención.

Me tiré en mi cama, oliendo el olor a lavanda que tenían las sábanas tras mi madre lavar cada una de ellas. Como amaba el olor a ropa limpia.  

Me di un baño e intenté una y mil veces concentrarme en los trabajos que tenía pendientes sobre mi escritorio de la universidad, clamando por mi presencia, pero no me enfocaba para nada. Y eso me ponía de mal humor. Me puse mi ropa deportiva. Por alguna razón estaba estresada y quería despojarme de lo que sea que me estaba haciendo sentir así. Odio cuando no puedo concentrarme claramente en algo.  

¿Qué pasa conmigo?   

—¿A dónde vas, Sam? —Doy media vuelta antes de salir por la puerta de la casa para encontrarme con los ojos de mi padre, los cuales me miran enterrados, tal vez porque él más que nadie sabe que descargo mis frustraciones cuando hago ejercicio—. ¿Sucede algo? —pregunta mientras se levanta del sillón, acercándose a mí.  

—Estoy bien. Es sólo que la Universidad me tiene un poco agotada, ya sabes, trabajos y compromisos.   

Él me sonríe, se acerca a mí y me da un abrazo. Se mueve de un lado a otro mientras sus fuertes brazos me acorralan desde mi cuello.   

—Sabes que te amo, ¿verdad?   

Sonreí y también lo abracé. Mi padre era ese tipo de hombre sentimental y muy expresivo. Si quería llorar, lloraba, si quería reír, reía, si se quería vestir de Cenicienta solo por su hija, lo haría, si tenía que maquillarme, me maquillaría, porque así era mi padre. Un hombre capaz de hacer lo que fuera por su gente. Y, por eso, lo amaba tanto.

—Sí, lo sé. Yo también te amo —Sus brazos soltaron mi cuerpo y me miró a los ojos—. ¿Pasa algo? Te veo raro. Como cansado. ¿Ayer trabajaste hasta tarde una vez más? ¡Papá!

Negó riendo.   

—No pasa nada. Me siento bien. Ve a hacer lo que tengas que hacer.  

—Sí quieres me puedo quedar a ver la telenovela que tanto te gusta.   

—Me gusta, pero, así nos dejas unas horas solas a tu madre y a mí —dice, levantando las cejas con una sonrisa picarona. 

Lo miré asqueada.   

—¡Papá! —Golpeo su pecho suavemente—. ¡Demasiada información!   

—¡Ay, no te hagas! Ya eres mayorcita como para saber lo que hacen los padres cuando los hijos no están.

Mis ojos salieron de su órbita. 

Borrar información. 

Borrar información.

Borrar información.  

Lamento la molestia, pero la información no puede ser borrada, por favor intente más tarde.   

—¡Ya no digas más!  

Después de despedirme y escuchar algo que sé que me dejaría traumada por varios meses u años (vaya Dios a saber cuánto tiempo), salgo de la casa y me pongo a correr un poco por el vecindario. Pasan las horas y estoy de vuelta en la calle de mi casa. Estoy cansada.

Mi vista va automáticamente al chico que está sentado en el porche de su casa.  

No puedo creer que enserio haya cambiado después de todo, y haya cumplido su promesa de alejarse de mí. Y voy a ser sincera, verdaderamente nunca esperé que el cumpliera su palabra porque después de todo, llevaba poco más de un año confesándome su amor, y de la nada, de un día para otro, me olvida.  

Como tantas veces, sus ojos ámbar enfocan los míos, y en ese momento siento que mi mundo empieza a dar vueltas. En ese preciso momento una rara sensación invade mi estómago, dificultándome tragar... Hasta respirar.   

Está sentado con ambos codos en sus rodillas mientras me observa fijamente… pero algo tiene distinto (aparte de su notorio cambio de apariencia) que me hace mirarlo de otra manera. 

Porque es como si su mirada ahora pesara más que antes.   

¿Qué está pasando conmigo?  

De repente, Kael se levanta y sus ojos se abren con gran asombro. Extiende su mano tratando de señalar algo enfrente de mí, pero cuando lo hago y capto su lo que quería decirme, estoy tirada en el suelo, con un dolor insoportable en mi cabeza y tal vez con un hematoma que durará días.   

Porque sí, yo he chocado con un poste de luz mientras lograba entender la razón de mis confusos y raros sentimientos.   

Y ahora lo había descubierto…   

Kael era mi frustración.   

Kael era mi estrés.   

Kael se había convertido en mi falta de concentración.   

—¿Estás bien?   

¿Qué demonios pasa conmigo? 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.