—¿Ya te sientes mejor?
Asentí, levemente, aún un poco mareada y fuera de conciencia por el golpe que había sufrido justo una hora atrás. Me sentía un tanto incómoda ahora mismo, puesto que los hermanos Kurte me estaban mirando, observando cada movimiento que hacía, mientras me tomaba una pastilla para el sofocante dolor que yacía en mi sien.
Cuando choqué con aquel poste de luz, caí inmediatamente al suelo, y aunque estaba consciente, Kael me cargó en brazos hacia su casa.
Todo un caballero, ¿no?
Obviamente estaba avergonzada, porque inmediatamente Kael entró a la casa conmigo en brazos, los Kurte se alarmaron y empezaron a preocuparse. “Estoy bien”, les decía, observando como ellos corrían como locos por la gran casa, buscando algo para bajarme el hematoma que se había formado en mi sien; “estoy bien”, repetía nuevamente, pero para ellos era como si yo dijera “¡Rápido, que me muero!”
Sonreí y bajé la cabeza un poco ruborizada y avergonzada ante el recuerdo.
—¿Qué te hace gracia, Sammy?
Podía reconocer esa voz millones de veces, porque aparte de ser calmada y serena, él es el único que suele llamarme “Sammy”.
Gael Kurte.
Lo miré rápidamente y negué.
—Sólo recordaba los locos que están los Kurte —Solté otra pequeña risa y con ella se escuchaba como los trillizos se reían conmigo. Entre nosotros existía ese tipo de confianza, porque para mí, ellos eran como mis hermanos—. Les dije que estaba bien, no necesitaban llamar a un doctor.
Me encontraba sentada en el espaldar de la cama, al mismo tiempo que mis piernas eran cubiertas con una sábana, y en mis manos sostenía un vaso con agua.
Miré a los trillizos.
Kael se encontraba a mi derecha, sentado en una silla; Sael se encontraba frente a mí, recostado de lado en la cama, su cabeza siendo sostenida por su brazo, mirándome y prestándome atención. Y, por último; Gael estaba sentado a mi izquierda, mientras tecleaba algo en su laptop sin dejar de prestar atención a lo que estábamos hablando.
—Sabes que sí —dice Sael Kurte—. Cuando vimos a Kael saliendo de la casa para ir a buscarte, nos alarmamos, porque tenía una cara como si se hubiera muerto alguien —dice, burlándose de su hermano.
—Si lo hubieras visto, estaba a punto de llorar —dice, esta vez Gael.
—¡Claro que no! —Se defiende Kael.
Gael y Sael lo miran en modo: “ya sabemos que estás coladizo por ella”.
¿Y, quién no lo sabia? Si Kael se había encargado de hacerle saber a todo el mundo que era el único de la familia Kurte que no me veía como una hermana.
Miro a Kael de reojo y noto su leve rubor al igual que el mío. Rasca su nuca como si no supiera que hacer, y su mirada deambula en la habitación, perdida.
Ese tipo de gestos lo hacen ver tierno.
—¿Cómo estás, Sam? —habló Katrina, la Sra. Kurte, ingresando a la habitación, y a su lado, Samael, el Sr. Kurte—. Seguramente estos niños no te dejan descansar —dice, mirando a los chicos de una manera fulminante. Los tres se miran entre ellos y sonríen como ángeles.
—¿Te sientes mejor? —pregunta Samael.
—Estoy bien, gracias —respondo—. Pero estos trillizos no pueden estar separados de mí —bromeo—, parecen sanguijuelas.
—Y no te imaginarás como eran cuando eran pequeños, un total desastre —dice Samael, y eso nos induce a reír—. No podíamos comprarle algo a uno porque ya los otros dos querían algo igual. Y a los tres les encantaba vestirse del mismo color.
—Aunque, Kael era un poco diferente —interrumpe Katrina.
—Muchísimo más diferente —Le sigue Sael.
—Le gustaba vestirse con ropa de niña.
—Él decía que era quería ser gay.
No pude evitar soltar una pequeña risa y, en el momento en que me di cuenta de ello, me tapé la boca con mis manos. “Necesitaba ver fotos”.
—Que me gustara vestirme con vestidos y faldas, no significaba que era homosexual, sólo significaba que era muy inocente e ignorante —dice, defendiéndose.
—Gracias a Dios que apenas llegamos aquí, nos confesó estar enamorado de Sam, porque de verdad pensábamos que era gay —habló Sael, mientras sonreía de oreja a oreja. Lo miro mal. Él nota mi regaño y sonríe angelicalmente.
—Díganme que por favor tienen fotos —rogué.
—Oh, sí, tengo algunas fotos guardadas en el almacén —Katrina canturreó, emocionada por aquello que parecía ser una pesadilla para su hijo—. ¿Podrían acompañarme a buscarlas, Sael y Gael?
Sael empezó a quejarse—: ¿Y Kael? ¿Por qué no se lo pides a él, también?
—Sael, acompáñame.
El susodicho continúo objetando.
—Pero ¿por qué—
Gael se levantó de la silla y tomó a su hermano de las orejas, levantándolo y llevándolo afuera a rastras, mientras este se quejaba de dolor.
¿Ven porque decía que la familia Kurte estaba loca?
—Yo también puedo ayudar —Se levantó Kael, con la intención de seguirlos, pero su madre lo detuvo.
—No, tú te quedas aquí —le dijo entre dientes—. No querrás dejar a tu invitada sola, ¿verdad?
—Yo ya me puedo ir. Estoy mejor. Además, estoy siendo una molestia —hablé, levantándome, pero Katrina se acercó a mi, devolviéndome a la cama de un pequeño empujoncito.
—Tú te quedas aquí. Y no quiero que muevas ni un solo centímetro de tu cuerpo para salir de esta casa —dijo, con autoridad. Uy, sí que daba miedo—. Tus padres están fuera y, hasta que no lleguen, no puedes irte. Viene a ver, te da algo, te mareas, te desmayas y tu allá sola en la casa.
Le di una sonrisa de boca cerrada antes de verla marcharse por la puerta. La habitación quedo completamente en silencio. Estaba sola con Kael. Y, cuando me di cuenta de eso, mi cuerpo empezó a temblar involuntariamente.
Veía como me observaba y desviaba la mirada hacia mí. No sabía que hacer y yo tampoco. Este tipo de silencio jamás había ocurrido. Siempre que me decía como se sentía, cambiaba el tema de conversación y al final terminábamos riendo y contando anécdotas de cualquier estupidez. Pero ahora que le había dicho lo que estaba esperando decirle, todo había cambiado entre nosotros.