La noche anterior me la pasé consolando a mi hombrecito, quien está más frágil que una burbuja y me duele en demasía no poder hacer algo para levantar su ánimo, lo único que necesita para recuperar esa brillante sonrisa es que su papá regrese y lamentablemente eso no sucederá.
Está dormido cuán angelito, llorar por tan prolongado tiempo, cansa y abruma, mi chico es la clara prueba de eso.
No me quiero mover de su lado ni un segundo, no sabiendo lo despedazado que está.
Velo sus sueños admirando su varonil y tierno rostro, pronto estaremos así a diario, pronto velaré sus sueños y él velará los míos, pronto dormiremos a diario en la misma cama como marido y mujer, al menos eso es lo que deseo con todo mi corazón.
—Lo haré, te lo aseguro, papá —habla dormido y deseo que lo que está soñando logre tranquilizarlo.
No soy de la clase de personas que se aterrorizan por las despedidas paranormales, extrañas o irreales, soy fiel creyente de que todo puede ser posible sin importar el grado de locura que exista en ello.
Ismael da algunas vueltas en la enorme cama que me pertenece, pero que amablemente he compartido con él durante mucho tiempo, igual que mi tiempo, mis besos, mis brazos y todo mi amor.
La funeraria está cerrada hasta nuevo aviso, ayer recibimos dos llamadas urgentes y no pudimos atenderlos porque fue el velorio del señor Gallagher en la funeraria contraria a la suya, esa fue su voluntad y todos la respetamos.
Me levanto con cuidado de mi cama y me dirijo a mi closet a buscar un vestido negro diferente al que utilicé ayer, hoy será la misa para despedir al gran hombre que se ha marchado.
La idea de la misa fue de la mamá de Isma, piensa que al hacerlo, el cuerpo de su esposo reposará en paz eternamente y sus hijos respetaron la decisión a regañadientes, pues la iglesia no es un lugar que suelen frecuentar «ni yo».
Tomo el traje negro que lavé en la madrugada y comienzo a plancharlo para que mi cielo se vea tan elegante y presentable como siempre y en ese momento lo veo abrir sus ojos adornados con enormes pestañas.
—Hola —corro a su lado esbozando una enorme sonrisa.
—Es mágico despertar y ver a una bella mujer como tú, amor —dice adormilado, me jala a su lado y me besa hasta dejarme sin aire.
—¿Sabías que te amo? —cuestiono al tiempo que nuestras miradas están unidas y nuestro corazón late en sintonía.
—Aún no me queda claro, amor —frunce el ceño y sé que está ocultando toda su tristeza en esa coquetería.
—¡Te amo! —lo abrazo con fuerza y beso sus hombros desnudos —¿ya te quedó claro? —frotamos nuestra nariz y asiente.
—Haré esto más seguido, nena.
—Hazlo cuando desees, cielo —entrelazo sus labios con los míos, nuestras lenguas empiezan a explorarse con timidez y poco a poco van desenvolviéndose como de costumbre, nuestras respiraciones agitadas y el sonido de nuestras lenguas chocando es lo único que se alcanza a escuchar en mi habitación, las cosas suben de temperatura y me detengo de inmediato, quiero que Ismael se olvide de todo lo malo, pero no de esa manera.
Curva sus labios cuán niño pequeño, le hago cosquillas y vuelvo a lo que estaba haciendo antes de que despertara, siento su mirada pesada sobre mi trasero, después la desvía y suspira cansado.
—Lo que sucedió ayer no es una pesadilla, ¿cierto? —niego y sus ojos se cristalizan —¿puedo darme una ducha, cielo? —lo conozco aún más que a la palma de mi mano y sé que quiere ducharse para que sus lágrimas se pierdan entre el agua.
—Por supuesto, mi amor —sé lo mucho que ama que lo llame así y por esa razón lo hago —lo tuyo es mío y lo mío es tuyo.
—¿Eso incluye tu trasero, amor?
—¡Isma! —logra sacarme una carcajada y me siento la peor mujer del mundo, debí ser yo quien lo hiciera reír a él y no viceversa.
Termino de planchar su traje, se lo entrego, nuestros dedos se rozan y siento una cálida electricidad recorriendo todo mi cuerpo, una electricidad sana que estoy dispuesta a sentir por el resto de mi vida si se trata de compartirla con Ismael.
Ordeno la cama sabiendo lo delicado que es mi chico con la organización «somos lo contrario» y salgo de mi habitación dispuesta a preparar el desayuno.
Las ideas no son claras en mi cabeza, es por esa razón que decido hacer un clásico desayuno estadunidense; huevo revuelto, tocino, café, jugo de naranja y pan tostado con mermelada de fresa.
—¡A desayunar, mi amor! —anuncio que todo está listo para que mi tesoro más preciado se apresure, un desayuno frío no es agradable.
—Enseguida voy, nena —menciona con un ligero tono de voz, no sé cuánto vaya a soportar mirarlo y escucharlo tan decaído, de lo que estoy segura es de que lo comprenderé así tarde años en recuperarse.
El timbre de casa suena y mi piel se pone de gallina, la única persona que me visita es mi chico y él está duchándose, ¿quién será?
Veo por la ventana un masculino y maduro rostro, chillo internamente de emoción y abro la puerta al ver que se trata del hombre que me ha consentido tanto hasta convertirme en una mujer mimada.