Hasta que tus padres nos separen.

V E I N T I S É I S

Termino de cambiarme con el uniforme de la funeraria «tendremos un velorio» y salgo del baño, me dirijo al área principal de los velatorios y todo está impecable.

El ataúd, las sillas de metal, el piso y absolutamente todo está deslumbrante, todo brilla cuán diamante.

Me acerco al ataúd y comparo al joven que está ahí con el de la fotografía que está adornando el lugar y sonrío con orgullo, hice un gran trabajo con el maquillaje, la palidez se esfumo de su rostro y logre dejarle el tono de piel tan vivo y jugoso como el que tenía en vida.

De a poco van llegando los familiares y los chicos son quienes les dan la bienvenida, conforme más se acercan al ataúd, más pesado se siente el ambiente por tanto dolor y sufrimiento con el que cuentan los familiares.

Cada minuto que pasa llegan más personas y logro entender que el chico fue muy querido.

—Señorita —me asusto ante la voz de Gonzalo.

—Dime —giro para encontrarme con el chico rubio y fornido, muy fornido para mis gustos «la ventaja es que cargar a los cuerpos es fácil para él».

—La señora que está allá —es sutil al apuntarla —es la mamá del chico y quiere hablar con usted.

—¿Conmigo? —pregunto incrédula levantando las cejas y asiente —que extraño, recuerdo perfecto que ya hizo la transacción del pago —a veces las personas quieren hablar conmigo para pedir algún apoyo económico o un descuento que se les da comprobando que realmente estén escasos de recursos monetarios.

—Así es, señorita.

—Iré a ver que necesita, gracias —sonrío y finge desmayarse ante eso, debo admitir que es gracioso.

Pensándolo bien he tenido suerte de que los chicos sean agradables, graciosos y sarcásticos, eso hace que el ambiente no sea más pesado de lo que ya es.

Voy saludando a los presentes conforme más avanzo hasta la señora que está esperándome devastada, pero intenta ocultar su dolor con una pequeña sonrisa.

—Buenas noches, ¿en qué puedo ayudarla? —no dice nada y me abraza con fuerza, sorprendiéndome, correspondo a su abrazo y el olor que desprende es similar al olor de la señora Nancy «a quién iré a visitar mañana».

—Gracias —menciona al separarse del abrazo —muchas gracias.

—¿Por qué? —la analizo con atención.

—Dejaste a mi hijo impecable, ni siquiera parece que está muerto —aprieta sus labios con fuerza para no llorar —se ve tan lindo como cuando dormía —esboza una sonrisa nostálgica —él me obligaba a mirar películas de terror y yo lo obligaba a dormir conmigo —para mí es muy común que las personas hablen de eso conmigo, soy una extraña para ellos, una extraña a la que tal vez sólo vean una vez en la vida y no ven nada de malo en contarme sus historias.

—Suena a que tuvieron una linda relación.

—La tuvimos —suspira —éramos inseparables, sólo me tenía a mí, sólo lo tenía a él y ahora no sé qué haré sin mi tesoro.

—Puedes adoptar a tu tesoro mayor, tía —¡joder, esa voz me suena familiar!

—¡Viniste, hijo! —la señora deja de prestarme atención y se lanza a los brazos del hombre alto, de peso promedio, ojos azules, tez nívea, cabello castaño y barba pronunciada.

—No podía dejarte sola en un día como hoy, lo lamento mucho, tía —besa su mejilla y la mujer se mira pequeñita a lado de alguien tan alto como Andrew «¡por eso me parecía familiar su voz!» —mis papás están en camino.

—¿Vendrá mi hermano? —cuestiona sin poder creerlo.

—Sí, tía, ambos vendrán, no podrían dejarte sola en un momento tan vulnerable como éste —deja un beso en el cabello oscuro de la mujer.

—Mira, es ella quien arregló a mi niño —cuando me ve, parece derretirse y me pongo nerviosa ante eso —¡hizo un trabajo increíble!

—Por algo su funeraria es la mejor de la ciudad.

—¿Es tuya? —abre los labios impresionada.

—Realment... —estoy por explicar cuando Andrew me interrumpe.

—Es toda suya, tía.

—Eres una emprendedora muy joven, eso es increíble.

—Muchas gracias por sus palabras y por confiar en la funeraria, si necesita algo me lo hace saber, estaré por allá —apunto a donde están los demás chicos y me marcho sin esperar su respuesta.

—Tengo hambre ligera —dice Ignacio haciéndonos reír.

—Sé a lo que quieres llegar —me divierte la sutileza que tienen para decir las cosas y me sorprendo ante lo mucho que los conozco a pesar del poco tiempo que llevamos trabajando juntos —en el almacén hay una caja plástica en color rojo, puedes tomar galletas de ahí, esas son para ustedes.

Una realidad de las funerarias son las típicas galletas y café que se ofrece en los velorios y otra realidad es que los que trabajamos aquí también solemos tener apetito de galletas, fue por eso que en mi última ida al supermercado compré algunas cosas para los empleados.

—Es la mejor jefa de todas —chilla emocionado —¿alguien quiere algo?

—Mejor te acompaño —dice Rafael y se marchan.




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