Me levanto de la cama con muchísimo frío rondando en mi cuerpo, llevo minutos intentado calentarme y son intentos fallidos, cosa que me parece muy extraña considerando que llevo puesta una abrigadora pijama y los cobertores que me entregó la abuelita de Andrew son muy gruesas «al parecer el invierno ha llegado con intensidad a Kansas».
Camino hacia el pequeño ropero de madera, lo abro y sólo hay toallas que huelen a suavizante de bebé, hurgo en cada rincón de la habitación buscando algo con lo que pueda protegerme y no lo logro.
—Mierda —digo malhumarada y me lanzo a la cama de nuevo.
Me enredo cuán tamal en las mantas, espero unos segundos y nada positivo sucede.
Desesperada por entrar en calor «y sin importarme las consecuencias de mis futuras acciones» coloco mis pantuflas, camino con sutileza hasta la rústica puerta, giro la perilla con delicadeza y salgo de la habitación, atravieso el pasillo y la última habitación es la de Andrew, tomo una larga respiración y toco la puerta decidida.
Escucho unos pesados pasos acercarse a la puerta y deseo morir en cuanto la perilla gira y la puerta se abre al mirarlo semidesnudo, ¡joder!
—Princesa —articula frunciendo el ceño e incrédulo al mirarme afuera de su habitación —¿qué sucede? —su voz me relaja al instante y hasta siento el frío disminuir «¡estoy volviéndome loca y bipolar si se trata de él!».
—¿Estabas dormido? —paso saliva muy intranquila, su cabello está más alborotado de lo normal, admiro en silencio su musculoso cuerpo y lo que más llama mi atención es una cicatriz de gran tamaño que se aloja en su abdómen bajo, no dejo de preguntarme qué le habrá pasado ahí «mi curiosidad por conocerlo aumenta cada segundo con más intensidad».
—No —declara —estaba pensando en ti y en tu bonita sonrisa.
—Andrew —es lo único que logro decir tontamente «¿en qué jodido momento volví a comportarme como adolescente con hormonas alborotadas?».
—Por Dios, princesa, ¡estás congelándote! —exclama en cuanto me mira castañear mis dientes.
—Tú también deberías estar helándote, ¡estás desnudo! —suelta una ligera carcajada coqueta.
Me abraza con fuerza y aunque está desnudo, su cálida esencia logra calentar a mi helado cuerpo, mis manos hechas un témpano de hielo descansan en su espalda calientita y ni siquiera se inmuta de eso, está muy ocupado olfateando mi cabello.
—Hueles delicioso —ante su confesión me pego más a su cuerpo sorprendiéndolo, descanso mi cabeza en su grueso y varonil hombro y me animo a acariciar su cabello.
—Estás muy despeinado, ¿sabías? —murmuro para no despertar a sus abuelitos que deben estar durmiendo plácidamente.
—Igual que tú, bonita —confiesa juguetón y acaricia el nido de pájaros que se encuentra en mi cabeza.
—Siempre estoy despeinada —suelto risitas sin preocuparme —y no me llames así —luego de eternos minutos me alejo de su cálido abrazo sin muchas ganas de hacerlo y lo que me propone me deja estupefacta.
—¿Quieres dormir conmigo? —indaga con tanto respeto que me dan ganas de llorar —¿no quieres? —cuestiona preocupado al ver como una lágrima salada sale de mi ojo derecho —si no quieres está bien, lo respetaré, pero no llores, bonita, por favor —suplica aterrado y limpia mi lágrima, en serio estoy muy rara y sentimental.
—Abrázame —ordeno, lo hace sin mucho que pensar y de la nada me rio —¿no tienes frío? ¿Por qué estás en paños menores? ¡Vas a resfriarte! —lo regaño.
—No tengo frío —responde a una de mis preguntas —y estoy en paños menores porque sabía que soñabas con verme como la cigüeña me trajo al mundo —es exageradamente espontáneo al bromear y nos parecemos un poquito en eso.
—Jodido ególatra —me carcajeo.
—No puedes negar que te gusta lo que ves —guiña el ojo y, no, ¡no puedo negarlo! —volviendo al tema —la seriedad vuelve a él —¿quieres dormir conmigo? —niego sin estar muy segura de mi respuesta—¿quieres que duerma contigo? —esa pregunta no me la esperaba y sólo por eso decido asentir —vamos, bonita —entrelaza nuestras manos y siento cosquillitas ante su reseca mano.
—Pero... —giro un poco para encontrarme con sus penetrantes ojos azules —estás en bóxer y... —me interrumpe.
—No sucederá nada malo —besa mi frente.
Caminamos hasta la habitación que me asignó su abuelita, abre la puerta, me deja pasar y cuando cierra la puerta, nervios afloran dentro de mí, estamos solos en una significativa habitación, él está semidesnudo, nuestras manos están entrelazadas y siento miedo, pero no es de ese miedo sexual, sino de ese sentimental, ese miedo real, profundo y jodidamente peligroso.
—Acuéstate, princesa —sugiere apuntando a la cama que está hecha un caos por las múltiples maneras en las intenté abrigarme,
—¿Abusarás de mí? —indago con interés y sonrío coqueta.
—Puede que lo haga si sigues sonriéndome así, princesa —su pulgar se pierde en mi grueso labio inferior y aunque su piel está descuidada, su tacto es delicado.
—Ok —suelto risitas, Andrew estaba sembrando tanta confianza en mí que no podía imaginarlo haciéndome algo que no fuera correcto —mi lado es el de la pared —advierto apuntándolo con el dedo.