Hasta que tus padres nos separen.

T R E I N T A Y S I E T E

Me despierto y veo a Andrew, dormimos juntos como lo habíamos hecho anteriormente, la diferencia es que ahora somos novios oficialmente.

Sus manos están bien aferradas a mi cuerpo y las mías descansan en su pecho, no quiero despertarlo, pero está abrazándome con tanta fuerza que dudo que no note mi ausencia si intento huir de él.

Necesito ir a hacer mis necesidades fisiológicas y a darme un baño para estar fresca, hoy es la inaguración de la funeraria, sin embargo, tengo más ganas de disfrutar la presencia de mi novio.

No tengo palabras para agradecerle a la vida o al destino por poner a Andrew en mi camino, es un gran hombre en cualquier ángulo por el que lo vea.

No cualquier hombre espera tanto tiempo por ti, te soporta y te ama con todo y tus interminables defectos y aún con tu carácter, temores y demonios, y él, no se rindió conmigo.

Su pecho está desnudo, igual que sus muslos, lo único que está protegido con tela es su miembro inquieto, mismo que sentí endurecerse muchas veces durante la noche sobre mi cuerpo.

A papá le hirvió la sangre cuando miró a mi novio entrar a mi habitación de hotel, pero Faith logró tranquilizarlo al explicarle que mi novio es un caballero y que no haría nada que yo no le permitiera.

Tengo muchos meses sin hacer el amor, Ismael fue el primero y el último hombre con el que experimenté y no puedo negar que extraño sus caricias, de la misma manera en la que estoy segura de que disfrutaré las de Andrew «obvio en el momento adecuado».

Cierro los ojos con relajación al saber que estoy a lado de un increíble chico y estoy a punto de dormirme cuando uno de sus besos castos me despierta, me levanto de la cama de un salto y voy a lavarme los dientes con rapidez, quiero devorar sus labios, pero no lo haré hasta haber eliminado a mis bacterias.

—¿Por qué huyes de mí, flaquita? —me estremezco en cuanto aparece detrás de mí y me abraza por la cintura para luego besar mi cuello.

—Necesito lavarme los dientes —hablo con la boca espumosa por la pasta y me carcajeo ante mi cochina acción.

—No es necesario lavártelos si vas a besarme, quiero probarte al natural, princesa —va dejando besos en mi cuello y quita mi cabello con delicadeza para también besar mi nuca.

—Seguro me pedirás que terminemos cuando me pruebes al natural —enjuago mi boca, la seco y giro para que quedemos frente a frente.

—Eso nunca sucederá, princesa —inhala el olor de mi cuello —me gustas con todo lo que eres.

—Te quiero —confieso con nerviosismo, me acerco un par de milímetros más a él y cierro mis ojos para deleitarme con uno de sus besos, mientras explora mi boca, jalo su cabello y disfruto de sus manos aferrándose con fuerza a mi cintura.

—Te amo —susurra contra mis labios y me erizo por completo.

—Es pronto para hacerlo, cocodrilito —me inclino un poco y esparzo besos por todo su rostro, dejo un último beso en su nariz y salgo del baño dejándolo con ganas de más cariño, ¡qué tierno!

Me dispongo a ordenar la cama y Andrew me interrumpe.

—Déjalo, yo lo hago, princesa.

—No es necesario —digo con sinceridad.

—No empieces con tu terquedad, Karyme —cuando me llama por mi nombre significa que habla en serio.

—Ok, malhumarado —me cruzo de brazos ofendida porque me llamó así y él estalla de risa.

—¿¡Yo malhumorado?! —cuestiona incrédulo —eres tú la malhumorada, flaquita —sigo sacando chispas —¿estás enojadita? —cuestiona burlón.

—¡No! —exclamo.

—Oww, sí lo estás —me persigue por toda la habitación y cuando me atrapa, me besa como si su vida dependiese de ello.

—No lo estoy —murmuro en medio de nuestro pasional beso lleno de amor.

—Por más que lo intento no puedo darte la contraria, amor.

—Eso me gusta —trueno un beso en su mejilla —¿no crees que estamos excediéndonos con nuestros cariñitos? —me burlo.

—No, amor, estoy disfrutándolo en demasía —me abraza con fuerza —por fin puedo manosearte sin que te quejes, ¡esperé demasiado para esto! 

—Gracias, Andrew.

—¿Por qué?

—Por todo lo que has hecho por mí —cierro esa escena frotando mi nariz con la suya que es idéntica a la de un Dios griego —eres jodidamente guapo —confieso en voz alta, y ¡mierda! Estoy muriéndome de vergüenza.

—¿Te parezco guapo? —suelta risitas maliciosas y hace un gesto de egocentrismo.

—Deberías lavarte los oídos, creo que escuchaste mal —le enseño la lengua —no dije eso.

—¿Ahh, no? —eleva su ceja juguetón —¿entonces que dijiste?

—Nada —le doy un codazo —creo que ya es hora de que te vayas —sueno muy descortés.

—¿Tan pronto, flaquita? ¡Es muy temprano! —gruñe y se cruza de brazos esperando mi respuesta.

—Sí, recuerda que tengo que alistarme y me tardaré demasiado.

—Eso lo sé, demoras mucho, princesa.




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