Los últimos días los había pasado ayudando a mis padres a arreglar su pequeño bar que, por culpa del último huracán, quedó arruinado por completo, no quedó nada más que su estructura, pero el techo había sido lo primero en volar, por lo que todas las cosas se terminaron arruinando. Todo lo que mis padres habían construido con el esfuerzo de años se vio dañado. Ya no había nada.
Y nadie podía ayudarnos, la mitad de los vecinos estaban en la misma situación que nosotros, pero aún peor porque ellos habían perdido sus casas. Su hogar creo que si nosotros perdíamos nuestra casa, también terminaríamos perdiendo nuestra cabeza. Los últimos días habían sido un caos. Tratábamos de buscar las partes del techo que se perdieron y también ayudábamos a los vecinos a arreglar sus casas y fijarnos en qué otra cosa podíamos ayudarlos porque algunos perdieron su ropa y camas.
Y a mí se me había ocurrido una estúpida idea, pero era la forma más fácil de ganar dinero rápido. Así que aquí estaba en la tienda de cambio dispuesta a vender todas las cosas que tengan un buen valor. Mis padres necesitaban el dinero ahora y era lo único que podía hacer para ayudarlos. De mi anterior trabajo me habían echado y mis ahorros ya fueron usados para arreglar varias de las máquinas que se rompieron.
Es lo único que puedo hacer.
La tienda estaba igual de siempre, llena de cosas de valor y otras que no valían nada, crucé mis dedos para que las mías valieran al menos lo que necesitaba para ayudar a mis padres. Mis joyas estaban aquí algo debería poder sacar de ellas. Tenía algo de oro, pero una parte de mí se negaba a entregarlo. Había sido un regalo de alguien en especial. Al menos en ese momento era alguien especial para mi. Ahora ya no. Todo cariño que sentí por esa persona estaba enterrado.
No había razones para que siga guardando algo suyo
--Hay alguien aquí—llamé, ya que llevaba más de tres minutos aquí y nadie había salido a atenderme. Podría hasta tomar el dinero e irme, pero no era eso, no soy una ladrona, por más que todos crean que lo somos. En especial los Kooks.
--Los malditos niños no saben esperar--Salió un enojado Barry con su típico cigarro armado encima. No había día en el que pudiera estar sin drogarse o venderla. Me caía mal.
--No, no sabemos. -Lo corte y dejé mi caja de cosas sobre el mostrador, la maldita pesaba para que la siga sosteniendo por más tiempo. -Necesito a la dueña de este lugar
--Y yo una siesta. A ver qué mierda tienes aquí. Escuché que tus padres lo perdieron todo. Es una lástima, me gustaba el lugar.
Movi la caja cuando acercó su brazo, no dejaría que tocara mis cosas. --Puedes llamarla.--Pedí estaba perdiendo la paciencia.
--Antes de llamarla, debo saber que lo que tienes ahí sirve porque no voy a llamar a la jefa para algo que no vale nada.
Respiré y conté hasta tres, no perdería la calma con alguien como Barry era un estúpido y yo podía ser mejor que eso. Si lo hago enojar, nunca llamará a su tía.
Pero Barry era Barry, y nada bueno sale de esa boca. Nunca.
Solo comenzó a sacar todas mis cosas, dejándolas desordenadas por el mostrador y solo decía que no con cada cosa que sacaba estaba perdiendo los nervios. Lo mataría si seguía jugando.
--Pero ¿qué tenemos aquí?—dijo mientras pasaba mi cadenita de oro frente a sus ojos. esa mierda valia. Siempre lo supe, por eso tampoco lo acepté la primera vez que me la dio. No podía aceptar eso. Valía la mitad de las cosas que había en mi casa.
--Ve por tu jefa o yo misma saltaré el mostrador
Gracias a dios, me hizo caso y desapareció por el mismo lugar por el que entro. Solté el aire que había acumulado y me apoye sobre el mostrador esperando a que la dueña de este lugar venga y acepte comprarme esa maldita cadena. Me incorporé cuando escuché los pasos, pero la persona que me miraba y sostenía mi cadenita no era la que esperaba.
Mi sangre se congeló
El no debía estar aquí.
Rafe Cameron no debía sostener la cadenita que una vez me regaló.