Fue esa semana que empecé a escuchar los pasos que me seguían cuando salía a caminar. El rumor de ramillas que se quebraban y el leve crujido de hojas caídas me acompañaban hasta el Quabbin, desaparecía mientras yo me demoraba allí y luego regresaba conmigo a la mansión.
Estaba segura que se trataba de los fantasmas de al menos dos niños, y eso me desconcertaba. La familia Blotter, como cualquier otra hasta mediados del siglo veinte, cuando las vacunas se hicieron populares, había sufrido la muerte de varios bebés. Pero no había hallado nada sobre niños en edad de andar corriendo por el bosque que hubieran muerto en la mansión.
A medida que pasaban los días, sentía cada vez más convencida que lo que fuera que habitaba la mansión era inteligente y de naturaleza benigna. Al menos conmigo. Tal vez no fueran tan amables con quienes no les caían bien, y por eso Susan y Mike les tenían miedo. O quizás los Collins eran como el resto de la gente sensata, y sentían un miedo instintivo a lo que no podían ver ni tocar.
Por suerte siempre fui un poco rara, y a pesar de que la idea me atemorizaba, también sentía curiosidad por entender qué ocurría realmente en Casa Blotter.
Una mañana salí a caminar más temprano de lo que solía, para no tener que andar esquivando a Susan y Mike. No sé por qué, pero cuando llegué al Quabbin, no me dio por sentarme a escuchar música y disfrutar el paisaje como hacía siempre. Sentía que necesitaba aprender más sobre comunicación con fantasmas y todo eso, así que decidí ver algo de lo que Trisha había llamado los profesionales.
Después de tantas horas de Youtubers cazafantasmas, había notado que todos hablaban de un equipo llamado Los Cazadores, alabándolos como si fueran los abuelos de la investigación paranormal, superiores a los Warren y Hans Holzer. Una búsqueda rápida me informó que aunque distaban de haber sido los pioneros de ese género televisivo, ya iban por su novena temporada y eran considerados lo mejor de lo mejor. Las fotos me recordaron las bandas de rock que le gustaban a mamá: cuatro tipos vestidos de negro de pies a cabeza, en poses de macho que se precia, con un líder sexy y fornido. Su nombre era Brandon Price, y era el creador, productor e investigador principal del programa.
Antes de gastar dinero suscribiéndome a la plataforma de stream donde podía verlos, busqué si había algo de ellos en YouTube. No encontré ningún episodio gratis disponible, pero sí un clip de unos diez minutos. Más que suficiente. Ya había visto tantos cazafantasmas, que un par de minutos me bastaban y sobraban para saber si eran serios o unos payasos.
A los tres minutos ya estaba gruñendo y bufando. Ahora sabía de dónde habían sacado sus mañas los payasos de YouTube.
Estos Cazadores no sólo eran ruidosos y gritones, también saltaba a la vista que la mayoría de la supuesta evidencia paranormal que encontraban era falsa. Tenían un millón de cámaras estáticas, además de las portátiles que llevaba cada uno, y aun así casi todo ocurría fuera de cámara. Además, la mayoría de lo que ocurría eran experiencias personales: los tocaban, oían voces que ningún micrófono captaba, tenían atisbos de sombras justo fuera de cámara, sentían puntos fríos que la cámara térmica no registraba. Lo único que podía reconocerles era que al menos no trucaban cosas volando por el aire o apariciones. No hacía falta, porque el menor ruido recibía tres repeticiones. Y aunque alardeaban de machos, provocando y gritando órdenes, los rockstars chillaban y huían despavoridos apenas una puerta les crujía cerca.
¿Y estos tipos se habían hecho famosos por esto? ¡Malditos payasos! Me hubiera gustado verlos pasar la noche en Casa Blotter.
—No gastaré un centavo en ustedes —prometí.
Ja. En ese entonces no lo sabía, ni hubiera podido imaginármelo. Pero acababa de ver por primera vez al hombre que cambiaría mi vida. Quién lo hubiera dicho.
Durante mi tercera semana en Casa Blotter, decidí que me sentía lo bastante atrevida para intentar comunicarme con mis invisibles compañeros de casa. Descargué una app gratuita que ofrecía una versión simple de uno de esos artefactos carísimos que usaban los cazafantasmas.
Esperé a que los Collins se fueran, junté cuanto valor pude y me dirigí al salón oriental. Seguí el consejo que viera repetido en las reseñas de la app y apagué internet en mi celular. Entonces me senté donde siempre, en el sofá bajo la ventana, y respiré profundo, tratando de hablar de forma natural y sin que me temblara demasiado la voz.
—Me gustaría intentar algo —dije—. Si cualquiera de ustedes quisiera hablarme, pueden usar mi teléfono. —Lo señalé sobre la mesita de café frente a mí—. Se supone que captura sus sonidos y los transforma en palabras, para que una voz electrónica me permita escucharlas, de a una por vez. ¿Les gustaría probar?
Silencio. Ese silencio absoluto que me ponía más nerviosa que los ruiditos constantes. Entonces una voz brotó de mi teléfono y casi me muero de un infarto.
—Hola.
Me alegré de haber escogido la voz femenina de la app, que no sonaba tan robótica y escalofriante. De todas formas, precisé un minuto entero para recuperarme del susto.
—Lo siento, me tomó por sorpresa —murmuré—. Hola, gracias por responderme. ¿Puedo preguntarle cuál es su nombre?
En esta ocasión, la respuesta fue inmediata: —Ann.
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Editado: 22.07.2023