Hallé a los Collins en la cocina, hablando en susurros mientras Mike trataba de tomar un té sin que el temblor de sus manos se lo volcara en la camisa. Valeriana, sin duda. Yo necesitaba tres litros.
—Váyanse a casa —les dije, tan superada por la situación que sonaba amable—. Tómense el resto del día.
Susan me enfrentó como si yo fuera un asesino serial bañado en la sangre de su madre. —¡Les habla! —chilló—. ¡Habla con los espíritus!
Su acusación me desconcertó. —Pues sí. Cuesta ignorarlos, siendo tantos.
—¡Es maligna como ellos!
Una silla a mis espaldas cayó con el respaldo contra el suelo. Ni siquiera miré.
—No son malignos, Susan. Ya vete a casa, por favor.
Mike agarró a su esposa de la mano y se la llevó casi a rastras. La puerta trasera se cerró de un golpe tras ellos.
—Gracias —murmuré, volviendo a tomar las llaves de mi auto—. Iré a almorzar al pueblo. Me hará bien salir un rato.
La única mesera de la cafetería era una señora muy agradable que me recibió con una gran sonrisa y sin preguntas indiscretas. Decidí que la crisis demandaba medidas extremas y me pedí una hamburguesa completa, papas fritas y soda.
Necesitaba un abogado y no conocía ninguno. Mis amigas tampoco. Por suerte para ellas, nunca habían precisado uno. En el pueblo debía haber al menos un par, ¿no? Estuve a punto de preguntarle a la señora simpática cuando me trajo mi tonelada de comida, pero cambié de idea y recurrí a san Google. No dudaba que todo el pueblo tardaría un día como máximo en enterarse que la forastera había visitado a un abogado local, pero si preguntaba por uno en la cafetería, el rumor correría como fuego aun antes de que terminara el almuerzo.
La búsqueda me informó que había diez abogados en Hardwick. ¡Diez! ¿En un pueblito de tres mil personas? Sólo una mujer entre ellos. Seguí mi instinto y la llamé a ella. Poco después regresaba a casa, sintiéndome optimista tras mi conversación con la doctora Arbosky.
La caída de la noche me dio un retortijón de estómago, temiendo que los golpes comenzarían de nuevo ahora que estaba oscuro. No era agradable preparar la cena sola en la cocina, de espaldas a la puerta del sótano. Pero no sucedió nada. Esa noche pude dormir bien, y por la tarde del día siguiente volví al pueblo para reunirme con la doctora Arbosky.
La abogada revisó los documentos que había firmado con Jenkins y me señaló un par de cláusulas que podía usar a mi favor. Acordamos que nos mantendríamos en contacto, y de camino a Casa Blotter, me entretuve pensando cómo sería la mejor forma de lidiar con el astuto abogado de ricos y famosos.
—Tengo un plan —dije asomándome al salón oriental. —¿Quién viene a caminar?
Los pasitos de los mellizos pasaron corriendo hacia el foyer.
—Antes del atardecer —dijo la app de mi teléfono. Necesitaba más tablets.
—No te preocupes, Lizzie. Regresamos enseguida.
Llamé a Jenkins de camino al Quabbin. Sonaba genuinamente sorprendido cuando le pedí que me enviara por email los documentos que la señorita Blotter hubiera firmado con la producción de Cazadores.
—No es necesario, señorita Garner. Es mi trabajo encargarme de cualquier cosa que la señorita Blotter haya dejado sin resolver.
¿Algo huele mal en Dinamarca?
—Pero ella me convirtió en guardián legal de Casa Blotter, ¿verdad? De modo que todo lo relacionado con la mansión me concierne a mí, no a usted.
—Bien, sí, pero…
—Tras mudarme aquí, supe que ese show causó serios daños en la mansión.
—¿A qué se refiere? Nunca fui informado de nada.
—Créame, así fue. Lo que hicieron durante su última visita fue la verdadera razón por la que el inquilino dejó la mansión. La señorita Blotter se vio obligada a regresar y quedarse varios meses. Le llevó mucho tiempo y esfuerzo reparar lo que hicieron. Seguramente por eso intentó rescindir el acuerdo.
—¿Y usted cómo puede saber tanto? Hace tres meses ni siquiera sabía que Casa Blotter existía.
—Es un pueblo chico, doctor Jenkins. Los pueblos chicos tienen buena memoria y lenguas largas. Por favor, envíeme los documentos. No autorizaré la filmación sin leerlos.
—La señorita Blotter dejó un contrato firmado.
—Sí, pero ella ya no está, ¿verdad? Y eso significa que si les niego la entrada a Casa Blotter, el reembolso le corresponde a la Fundación, no a mí. Espero su email, doctor. Adiós.
Corté a pocos pasos de la orilla y respiré profundo, disfrutando esa vista hermosa ahora que los árboles comenzaban a cubrirse de rojo. Pero el sol ya estaba bajo y la temperatura también.
—Vamos, niños. A la abuela no le gusta que estén afuera tan tarde —dije, tomando el breve sendero que llevaba a la mansión.
Oí los pasos livianos a mi lado. Extraño: normalmente se me adelantaban corriendo.
—Lo tienen en el bolsillo —dije.
—Sí —respondió mi teléfono.
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Editado: 22.07.2023