Haunter 1 - La Sombra del Cazador

La Sombra en el Rincón

Los golpes volvieron a durar toda la noche, de modo que Lizzie me acompañó hasta mi dormitorio y prometió quedarse hasta el amanecer, para ayudarme a sentirme más segura. Edward permanecía en el sótano vigilando a la sombra, y su último reporte era que la cosa permanecía en su rincón, golpeando las tablas y gruñendo, pero no parecía tener energía para seguir haciéndolo mucho más.

—Tal vez mi miedo la alimenta —comenté metiéndome en cama.

—Es posible —terció Lizzie.

Otra razón para enfrentarla, aunque ignoraba por qué estaba tan segura que eso me ayudaría a comprender la situación y resolverla.

—Necesitamos un médium o algo así —murmuré teléfono en mano.

Por supuesto que Trisha aún no se iba a dormir. Se asustó cuando le conté lo que me estaba pasando (omitiendo a los Blotter, claro) y se ofreció a ayudarme a encontrar alguien que al menos pudiera aconsejarme.

—Dame un par de días —dijo, igual que Price.

Trisha opinaba que lo que necesitaba era un médium que pudiera ver y escuchar a las entidades. Antes de despedirnos, prometió mantenerme al tanto.

No esperaba dormirme a pesar de los golpes, pero sólo me despertaron en un par de ocasiones, así que pude levantarme temprano como siempre. Tomé laptop y teléfono, llené mi tazón de café bien caliente y me dirigí a la casa de huéspedes, dejando que Susan perdiera tiempo preparando un desayuno que yo no pensaba tocar.

Ya que tenía el stream gratis por un mes, decidí ver un poco más de Cazadores. No que me hubiera convertido en fan del show de la noche a la mañana, sino por el notorio cambio que viera en Brandon Price. Sentía curiosidad por ver si se debía a la sombra que dejara en el sótano o si seguía allí en episodios posteriores.

¿Te sientes bien? —preguntó la app de mi teléfono cuando entré a la casa de huéspedes.

No sabía quién era, pero no importaba. Expliqué lo que me disponía a hacer mientras abría la laptop sobre la mesa de café.

No te molesto más.

Me limité a asentir con una sonrisa fugaz. Y me puse cómoda para disfrutar las increíbles aventuras paranormales de Brandon y su pandilla.

Como su última visita a Casa Blotter había sido el final de la quinta temporada, comencé mi maratón con la sexta. Me dediqué a ver el primer episodio, el de la mitad y el final de cada temporada, para ahorrarme tanto circo y observar los cambios con el paso del tiempo.

No hacía falta ser psíquico, ni siquiera terapeuta, para advertir cómo cambiaba progresivamente la personalidad de Price. Costaba creerlo. Este tipo tan atractivo, puro músculos y testosterona, parecía encogerse con cada temporada. No porque hubiera descuidado su físico escultural ni le pesara la edad; era su forma de pararse, de caminar, de comportarse en general. Ya no erguía la cabeza seguro de sí mismo: parecía habérsele hundido entre los hombros, como si tuviera agua fría cayéndole encima constantemente. Y mantenía los brazos pegados al cuerpo, siempre listos para cruzarse en un gesto defensivo que escudara su pecho.

Seguía vistiendo de negro de la cabeza a los pies, pero su estilo iba cambiando con el tiempo. Los jeans a la cadera, ajustados a su trasero perfecto, fueron reemplazados por anchos pantalones cargo. Y ya a mediados de la séptima temporada desaparecieron las camisetas ceñidas de mangas cortas, dando paso a camisetas sueltas de mangas largas, que usaba debajo de una sudadera con capucha y una chaqueta aunque estuviera en pleno verano en medio del desierto de Arizona. Su lenguaje corporal y su nuevo estilo sugerían que intentaba cubrirse, protegerse, esconderse, poniendo tanta distancia como pudiera con lo que lo rodeaba.

Comenzó a usar unos lentes grandes y gruesos, y gorras de beisbol que no se quitaba aunque le fuera en ello la vida. Una prolija barba de pocos días le cubría la mitad inferior de la cara, y sumada a los lentes y las gorras, ocultaban casi por completo su expresión a menos que le hicieran un primer plano con la luz correcta.

El maquillaje todavía funcionaba, haciendo que los milímetros de piel que mostraba se vieran diez años más joven de lo que era en realidad.

Ahí estaba, la fatiga, el miedo, el desasosiego de alguien que se ganaba la vida jugando con fuego, el precio de saber tanto más que en la primera temporada, especialmente sobre cosas dañinas y oscuras. Me daba escalofríos.

A tono con su actitud apocada, hablaba con más lentitud, y su voz se había hecho más grave, como yo lo escuchara la noche anterior. Y la forma en que hablaba de los pormenores de las investigaciones, las cosas que decía, todo señalaba una obsesión con la muerte que me resultaba chocante. Y también de las consecuencias de que el camino que eligiera había resultado mucho más arriesgado de lo que había creído en un principio. Señalaba a alguien que hubiera querido renunciar y dejar todo, pero que sabía que estaba hasta el cuello, porque la fama y el dinero eran adictivos, y no renunciaría a ellos aunque le costaran el alma.

Volví a la mansión al mediodía, preguntándome si lo había entendido bien o era mi típica imaginación tropical. Di una vuelta a la casa, descubriendo la hilera de angostas ventanas que se abrían a pocos centímetros del césped en un flanco del edificio. De modo que el sótano tenía ventanas, y le entraba luz natural durante casi todo el día.




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