Haunter 1 - La Sombra del Cazador

A Traición

Me hallé sentada en la cama, sin saber bien qué me había despertado. El siguiente golpe sacudió toda la casa. Salté de la cama y corrí fuera del dormitorio. Había una sola razón para que Kujo hiciera eso: Brandon se había acercado demasiado. Estaba a mitad de camino del primer piso cuando Amy salió corriendo de su habitación, gritándome que me detuviera. No lo hice, y corrí a la cocina, esperando encontrarlo llamando a la puerta trasera o algo así. Un escalofrío me corrió por la espalda al encontrar la puerta trasera abierta de par en par.

Entonces vi que la puerta del sótano también estaba abierta, y escuché la voz de Brandon demandándole a Kujo que apareciera.

—¡Muéstrate, demonio! —gritaba.

¿Qué mierda le había picado? ¿Estaba loco?

—¡Brandon! —llamé, precipitándome hacia el sótano.

La escalera estaba a oscuras, y tuve que ir más despacio y mantener las manos en la pared para no errarle a los escalones y bajar a los tumbos. Oí el ruido de tablas golpeando la caldera. Quería decir que Kujo estaba cumpliendo su promesa de no atacar a Brandon.

—¿Eso es cuanto puedes hacer, maldito hijo de puta?

Estaba a pocos escalones del sótano cuando alcancé a oír los gruñidos. ¡Mierda! Nunca había escuchado a Kujo gruñir tan alto. Una caja se estrelló contra el piso, al parecer llena de cosas de vidrio que se hicieron añicos.

—¡Vamos! ¡Da la cara si te atreves!

—¡Brandon! ¡Detente! —exclamé, irrumpiendo en el sótano.

Lo encontré cerca del pilar central, gritando y rociando agua a su alrededor, mientras Isaac filmaba en una de sus cámaras portátiles con un gran panel de luz infrarroja.

—¡Detente! —repetí, apresurándome a lo largo de la pared izquierda hacia el rincón—. ¡Kujo, por favor! ¡Déjame a mí!

—¡Ahí está! —gritó Brandon, abalanzándose para cortarme el paso.

Retrocedí amedrentada, porque se veía y conducía como si hubiera perdido la razón, pero me alcanzó en un instante. Apenas me sujetó el brazo, fue como si una onda de ultrasonido estallara en el sótano, haciendo vibrar el suelo y las ventanas. Isaac cayó sentado con un grito de terror, mientras las cajas prolijamente apiladas contra la pared comenzaron a salir volando, desde el rincón hacia nosotros, y un gruñido furioso llenaba el aire.

Por puro instinto, empujé a Brandon fuera del camino y me agaché, cubriéndome la cabeza con los brazos. Fue como si un viento de fuego puro me atravesara, alcanzando a Brandon en su costado y arrojándolo al suelo.

—¡NO! —alcancé a gritar antes que el dolor me derribara.

No perdí la consciencia por completo, pero lo que siguió fue una sucesión de hechos y sonidos confusos. Oí un largo gemido que sonaba a mi nombre, pasos apresurados a mi alrededor, voces fuertes. Un par de manos me sujetaron los brazos y me soltaron cuando grité de dolor. Un momento después, alguien me cargaba escaleras arriba y me sentaba a la mesa. Un hombre gritó de dolor, otros hombres discutían a voz en cuello, las alacenas se abrían y las sillas caían, las puertas se azotaban. Sentí un par de manos que intentaban quitarme la franela y una exclamación ahogada.

—Kujo —logré murmurar, cubriéndome los ojos de la luz brillante que llenaba la cocina, ese dolor horrible, paralizante, quemándome el estómago, la espalda y los brazos.

—Tranquila, Fran, no trates de hablar.

Ésa era Amy, bien cerca de mí. Busqué su mano a tientas y la sujeté.

—¡Kujo! —repetí, procurando ignorar el dolor.

—Luego, muchacha. Primero debemos atenderte.

Mi vista se aclaraba, como mi cabeza. Aparté a Amy y me apoyé en la mesa para incorporarme. Antes que nadie pudiera detenerme, alcancé a tientas la puerta del sótano.

—¡Fran, aguarda! —exclamó Trisha, siguiéndome.

—No quiso lastimarme —dije, dando un paso tras otro por pura obstinación—. Trató de protegerme y me interpuse en su camino. ¡Mierda! —El dolor me obligó a detenerme y precisé un momento para reunir fuerzas y seguir adelante.

—Bien, bien, permíteme ayudarte.

Mi amiga me sujetó una mano y rodeó mi cintura con su brazo. La cocina era un griterío, y oí muebles moviéndose. Reconocí las voces de Amy, de Brandon, de Isaac, hasta de Mike. No podía importarme menos lo que estuviera ocurriendo allí. Sólo quería llegar al sótano.

Trisha me guió por el angosto espacio entre los muebles antiguos hasta el pilar central, porque el suelo frente a la pared izquierda era un reguero de cajas caídas y objetos destrozados.

—¿Kujo? —llamé, indicándole a Trisha que se detuviera para acercarme con lentitud al rincón, casi doblada de dolor—. Kujo, mi niño, ¿estás bien?

El roce apagado en el rincón ayudó a atenuar mis miedos.

—Lo siento tanto, Kujo —balbuceé, incapaz de contener las lágrimas—. No pude cumplir mi promesa de mantenerte a salvo.

Alcancé el borde de la caldera y me arrodillé con lentitud, agitada en el esfuerzo por controlar el dolor.

—¡Perdóname, Kujo! —gemí.




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