Haunter 1 - La Sombra del Cazador

Fuego y Azufre

—¡Cuidado!

El grito de Isaac me hizo reaccionar sobresaltada, y me hallé rodeada por los brazos de Price, que renqueaba hacia la puerta conmigo a cuestas. Trisha pasó corriendo a nuestro lado a dejar las cámaras en el césped, luego retrocedió a ayudar a Price a sacarme de la casa de huéspedes.

Oí a nuestras espaldas las voces de Isaac y Amy mezcladas con ruidos raros, como de fuegos artificiales y algo que salía a chorro.

Brandon… Sí, ya saben cómo funciona esto, es Brandon otra vez. Decía, Brandon alcanzó el porche jadeando y gruñendo, e hizo un último esfuerzo para salir al jardín.

—¡Llamen al 911! —gritó con voz enronquecida, girando hacia la casa.

Yo estaba demasiado débil, dolorida y aturdida para sostenerme de pie. Mis rodillas cedieron y caí al césped, arrastrándolo conmigo. Desde donde caímos sentados, vi que Isaac rociaba las llamaradas que brotaban del calefactor con un extintor, mientras Amy se apresuraba a apartar todo del hogar y recoger sus cosas.

Trisha había vuelto a entrar, y si no estaba alucinando, vi que Isaac le indicaba que filmara lo que estaba sucediendo.

—¿Qué ocurrió? —logré murmurar.

Brandon meneó la cabeza, su brazo todavía rodeándome, mirando hacia adentro como yo, la boca abierta en una exclamación silenciosa. El aire frío y puro me aclaró la cabeza sólo lo indispensable para darme cuenta que tenía la cara pegada a su hombro, y ambas manos en el césped entre sus piernas abiertas. Algo para morirme de vergüenza en alguna otra ocasión.

Amy salió corriendo de la casa de huéspedes, su bolsote al hombro, al mismo tiempo que Mike y Susan llegaban apresurados.

—¿Hay más extintores en la mansión? —preguntó Amy—. ¡Vamos a buscarlos!

Ella y Susan se alejaron corriendo mientras Mike nos esquivaba para entrar a la casa. Isaac lo vio venir, le tendió el extintor y corrió al comedor con Trisha pisándole los talones.

Amy y Susan regresaban con otros dos extintores cuando Trisha salió, filmando en su teléfono con una mano y con los lentes de Brandon en la otra. Isaac se nos unió un momento después, cargando un gabinete de computadora y un bolso lleno de equipo de filmación.

—¡La chimenea se prendió fuego! —exclamó jadeante.

—Vamos a la mansión —nos dijo Trisha.

—Pero yo no puedo entrar —objetó Brandon poniéndose los lentes.

Yo sólo podía mirar todo estupefacta, sin registrar realmente lo que estaba pasando.

—No puedes quedarte aquí afuera —replicó Isaac—. Vamos. Fran se lo explicará luego a su mascota.

Escuchamos las sirenas que se acercaban por Greenwich Road.

—¡Levántense, chicos! —urgió Trisha—. Esto va a salir en las noticias locales. Pero si ven a Brandon aquí, saldrá en los canales nacionales.

Eso pareció hacerlo reaccionar. De alguna forma se las compuso para arrodillarse, e Isaac lo ayudó a ponerse de pie. Brandon me tendió la mano, pero yo era incapaz de incorporarme. Trisha me sujetó los antebrazos y pude alzarme un poco.

—Ven, damisela en apuros —dijo Brandon con sonrisa fatigada.

No sé de dónde sacó fuerzas, pero pasó un brazo tras mis piernas, otro tras mi espalda, y me alzó, cargándome todo el camino hasta la mansión. Entramos por la puerta trasera al mismo tiempo que un camión de bomberos cruzaba el portón abierto. Isaac sostuvo a Brandon para que llegara conmigo hasta la mesa. Entonces él y Trisha soltaron los bolsos que traían y volvieron a salir apresurados, sin dejar de filmar en ningún momento.

—¡Joseph! —llamé mientras Brandon me depositaba con suavidad en una silla para derrumbarse en la de al lado con un gruñido de dolor.

¿Estás bien? —preguntó mi teléfono.

—En un momento. Por favor, que alguien le pida a Kujo que no se vuelva loco porque Brandon está aquí. Ya está limpio y precisa cuidados.

Oí el eco distante de pasos que corrían escaleras abajo hacia el sótano.

¿Qué ocurrió? —preguntó una de las tablets.

—No estoy segura. Estaba inconsciente. Creo que el hogar de alguna forma se prendió fuego.

Me volví hacia Brandon y lo encontré todavía sin aliento y bañado en sudor, mirando a su alrededor con una mueca de desconfianza.

—¿Estás bien?

Cuando lo vi asentir, apoyé ambas manos en la mesa y traté de levantarme. Todavía me dolían los dedos por haberlo abofeteado, si pueden creerlo.

Cuidado, Fran. ¿Qué necesitas?

—Agua.

El refri se abrió y una botella de agua cayó al suelo, rodando hasta mis pies.

—Oh, genial, gracias. ¿Podrían ser dos?

Y fueron dos. Le tendí una a Brandon y bebí un largo trago de la mía. Él vació la mitad de la suya con ansias, cruzó los brazos sobre la mesa, apoyó en ellos la cabeza y se quedó dormido. Mis labios se curvaron en una sonrisa sin pedirme permiso. Hasta que me recliné contra el respaldo de mi silla y vi el largo rastro de sangre aguada que bajaba por su columna a manchar la cintura de sus pantalones.




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