Haunter 1 - La Sombra del Cazador

Ha Sido Un Placer

Estuve como una zombie por un par de horas, tratando de asimilar que Kujo era libre al fin, estaba de regreso en su hogar, y en camino a salir de mi vida. Sabía que debería haberme sentido feliz. Por una vez había logrado lo que me había propuesto. Nada más y nada menos que liberar un ser cautivo y regresarlo a su hábitat natural, seguro y a salvo. No lo había hecho sola, y era excelente que hubiera hallado toda la ayuda que necesitaba, ¡porque lo había logrado! Eso sólo hubiera debido hacerme sentir orgullosa de mí misma. Pero me sentía para el mismísimo diablo. Me había encariñado demasiado con él, y ahora me sentía como si me hubiera cortado una mano o algo así.

Y había algo más zumbando en un rincón de mi cabeza. Al día siguiente regresaría a Casa Blotter sola. No más aventuras, no más suspenso, no más asuntos de una noche con celebridades dudosas. Todos regresarían a sus vidas, y yo a mi existencia silenciosa y solitaria, en la que nadie, vivo o no, tenía ninguna necesidad de mí.

Bien, si iba a seguir sintiéndome así, lo mejor que podía hacer era empezar a tomar notas para escribir un melodrama, en vez de compadecerme tanto de mí misma.

Mientras buscaba mi camino a tientas entre tantos sentimientos encontrados, dejé que Brandon me condujera a su camioneta y me llevara al hotel donde pasaríamos el resto de la noche. Recuerdo haber pensado que era obvio que sería un cinco estrellas, considerando que la mitad de nuestra comitiva estaba habituada a esa calidad, pero no recuerdo el nombre del hotel ni dónde quedaba.

Tan pronto terminamos de registrarnos, Brandon dejó atrás a los demás para llevarme de la mano al ascensor.

—¿Cómo estás? —inquirió con una sonrisa cálida, reteniendo mi mano en la suya.

Me encogí de hombros. No lo sabía.

Un momento después se hacía a un lado para dejarme entrar primero a la habitación, y lo escuché seguirme y cerrar la puerta. Pero se detuvo a dos pasos del umbral, de modo que me volví hacia él.

—¿Quieres que me quede, o me pido otra habitación? —preguntó con suavidad, sus ojos entornados, observándome.

Lo enfrenté frunciendo el ceño. ¿De qué hablaba?

—No precisas quedarte si no quieres —respondí.

Él asintió con una sonrisa fugaz y dejó su bolso en una silla, acercándose para volver a abrazarme.

—Claro que quiero quedarme.

Ni siquiera intentó besarme. Me abrazó estrechamente, en silencio, como hiciera en Pennhurst, dejándome ocultar la cara contra su pecho con un suspiro agitado.

—Vamos a dormir —susurró.

Nos desvestimos como si hiciera cincuenta años que estábamos casados y nos acostamos en ropa interior.

—¿No precisamos cambiar tus vendajes? —preguntó.

Meneé la cabeza, ignorando la incomodidad de mis quemaduras para apretarme contra su costado. Se tendió de espaldas, un brazo bajo mi cuello, y me instó a descansar la cabeza en su hombro, guiando mi mano a su pecho.

—Buenas noches —murmuró, besándome la frente, y apagó la luz.

Su teléfono nos despertó lo que pareció cinco minutos después. Era de día y el sol estaba alto. Era Isaac, para avisarle que ya tenían pasajes reservados en un vuelo por la tarde y preguntarle si quería quedarse en el hotel hasta el mediodía. Estábamos en la misma posición en la que nos habíamos dormido, y Brandon me estrechó contra su costado mientras le respondía a su amigo.

—¿Desayuno en la cama? —preguntó apenas cortó.

Asentí, haciéndolo reír al rozarle el pecho con mi pelo. Me sentía tan bien así, allí, con él. Lo escuché pedir el desayuno y traté de dormir cinco minutos más.

—Vamos, déjame ir al baño —rió cuando no le permití levantarse.

Así que lo solté y me di la vuelta, alzando las mantas hasta mi cabeza. Se levantó y lo oí ir al baño y moverse por la habitación. Alguien llamó a la puerta. ¿Ya habían traído el desayuno? Mierda. Tuve que sentarme en la cama enorme, frotándome la cara y rascándome la cabeza como solía, la reina de la sensualidad.

Ver a Brandon Price empujar la mesa con rueditas hacia mí, vistiendo sólo sus bóxer bajo la bata abierta, contribuyó a despabilarme. Me hubiera abofeteado a mí misma. ¿Acababa de pasar la noche con semejante hombre sin hacer nada, más que llorar por un demonio mestizo, por adorable que fuera? ¿Cómo había sido capaz? No me sorprendía que mi futuro inmediato fuera regresar a mi vida insignificante y solitaria en el medio de la nada. Me lo tenía merecido.

Acomodó la mesa junto a mí y acercó una silla para sentarse al otro lado.

—Gracias —murmuré, aceptando la taza humeante de café a tiempo para escucharme preguntar: —¿Necesitamos hablar?

Brandon alzó las cejas, la boca abierta, el tenedor lleno a mitad de camino desde su plato, y se volvió hacia mí. Sus cejas bajaron a unirse sobre su nariz en una forma que indicaba que se preguntaba si estaba bromeando.

—No lo sé —terció—. Pero si quieres, estoy listo.

—No para hablar.

Hundí la cara en el café mientras él reía de buena gana.

—Me gustas en la mañana, Francesca Garner.




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