Haunter 1 - La Sombra del Cazador

Contando los Días

Trisha se las arregló para volver a casa antes del anochecer del lunes. Había tenido que dejar su auto en Boston, tomar un bus a Worcester, otro de allí a Hardwick y caminar los cuatro kilómetros del pueblo a la mansión. Pero lo logró, y la agasajé con una buena cena, antes de mandarla a darse un baño relajante y dormir en su cama cómoda y calentita.

Yo todavía estaba toda alborotada por la llamada de Brandon, pero lo hice a un lado para escuchar las aventuras de mi amiga en la nieve. El martes por la mañana, cuando Trisha bajó para dejar que Susan hiciera ruido en el segundo piso, yo ya estaba más calmada y se lo conté con aire casual.

—Sí, me escribió anoche —dijo, luchando por pasar del estado parada al realmente despierta—. Unas pocas palabras: hagámoslo después de Año Nuevo. ¿Vuelves con él después de la fiesta?

Buena idea. Si los caminos estaban abiertos, tal vez aceptara la invitación a pasar un par de días conmigo en Casa Blotter. Sería agradable. Mentira. ¡Sería fantástico!

—¿Qué te pondrás para la fiesta? ¿Tienes acaso algún vestido de noche?

—Mierda. No, no tengo nada.

Necesitaba respirar hondo y calmarme, porque ya me daba cuenta que las próximas dos semanas serían un tobogán vertiginoso al pánico, y hasta podría resultar lo bastante cobarde para hallar una excusa para ni aparecer por Boston.

Conociéndome a mí misma, le escribí a Amy, diciéndole que estaba bien, pero que me gustaría que platicáramos cuando tuviera un momento libre. Sus súper poderes de médium le indicaron que se trataba de una situación de vida o muerte y me llamó esa misma noche. Estaba encantada con las noticias, y organizó mi última semana de diciembre a la velocidad de la luz.

—¿Qué planes tienes para Navidad? —preguntó.

—Eh. ¿Ninguno?

—Bien, entonces la pasarás conmigo. Y Trisha también, si no tiene planes. Puedes quedarte en casa los días siguientes y prepararte para el gran reencuentro. ¿Cuánto hace que no te depilas de cuerpo completo?

—Eh. ¿Nunca?

—De acuerdo. Una amiga mía tiene un salón de belleza, de modo que nos iremos a pasar el día allí, y luego iremos a buscar un vestido decente para la fiesta.

¿Me iba a negar?

Con mis movimientos previos a reencontrarme con Brandon en las competentes manos de Amy, sentí que podía volver a quedarme más tranquila. Digamos, porque de sólo pensar en volver a verlo, me daba taquicardia.

Como para alimentar esa sensación irreal de vivir en un péndulo imparable que iba del éxtasis al pánico, Brandon me llamó la noche siguiente. Apenas alcancé a ocultar mi gran sonrisa idiota con una sonrisita tonta antes de atender.

—Estaba pensando —dijo, sin perder tiempo en saludos—. Podría ir a Boston un par de días antes. ¿Qué te parece el 28?

—Genial. Pasaré Navidad en lo de Amy y me quedaré con ella hasta que nos encontremos.

—Perfecto. Entonces puedo ir el 26.

—No, señor, porque tenemos cosas de chicas para hacer, y no queremos que ningún hombre nos arruine los planes.

—¡Bien, bien! Entonces el 28. Envíame la dirección de Amy para pasar a recogerte.

—Sí, capitán. —Me gustó ver su sonrisa de mandón complacido, porque soy así de tonta—. Por cierto, ¿qué clase de vestido debería usar?

—¿Para mí? El de Eva. —El maldito soltó una carcajada cuando me ruboricé—. No te preocupes, lo elegiremos juntos.

—¿Iremos de compras juntos? ¿Debería entrar en pánico?

—Confía en mí. También tengo buen gusto para atuendos que no sean el de Eva. —Me guiñó un ojo, sus labios en esa sonrisita que agitó cinco nuevas generaciones de mariposas infernales. —El 28 entonces. Es una cita.

Y lo era.

Volver a estar en contacto con él, en tan buenos términos, levantó la prohibición de escribir en un abrir y cerrar de ojos, porque ahora disfrutaba revivir cada minuto de los días con él en la mansión, aun aquellos en los que estaba como loco. Así que de pronto me resistía a dejar el estudio, y Trisha resoplaba y rezongaba, obligada a subir media docena de veces por día hasta el tercer piso, porque yo ni miraba sus mensajes en el teléfono.

Lo que pasa es que escribir es atrapante. Tener una historia para contar es como enamorarse: acapara todo tu tiempo y tus pensamientos, el mundo es más brillante, los colores son más vivos, todo es hermoso y cuentas los minutos hasta seguir escribiendo. Y en mi caso, me sentía así por escribir sobre él. Aclaración: aunque estaba loca por él, no creía estar enamorada. Era una cuestión más bien física. El deseo de estar en sus brazos, de besarlo, de tener sexo con él. Eso sólo no califica como amor para mí. Son reacciones químicas del cuerpo que se van más rápido de lo que llegan.

Sin embargo, tenía que admitir que el sexo no era lo único. Había algo que se reía de todos mis intentos de encajonarlo en palabras. Algo profundo que parecía revivir con su mera presencia o el sonido de su voz.

Aún creía que tenía que ver con lo que lo había visto soportar, y el respeto, la admiración que su fuerza de voluntad y su coraje me inspiraban. Lo había visto en su peor momento. Lo había visto doblarse llorando de dolor, y aun así, dar batalla. Lo había visto caer y volver a levantarse para seguir luchando. Todo lo que había pasado ante mis ojos, me hacía sentir inclinada a darle lo que fuera que necesitara de mí, porque se lo tenía más que merecido.




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