Me costaba dar crédito a mis ojos cuando me paré ante el espejo de cuerpo entero. Brandon había contratado a una estilista para que se encargara de mi peinado y mi maquillaje para la fiesta, y ahora que le había agregado el vestido que compráramos el día anterior, me parecía estar viendo a otra persona. Honestamente, no tenía idea que pudiera llegar a verme tan bonita.
Brandon se paró detrás de mí y apoyó sus manos en mis hombros, mirando mi reflejo de arriba abajo con su sonrisa más cálida.
—Mira. Ahí tienes a mi modelo preferida —susurró en mi oído.
Antes que pudiera responder, me rodeó la cintura con su brazo y se apretó contra mi costado para la típica selfie en el espejo. Entonces giró hacia mí y dejó que sus ojos resbalaran hacia mis labios.
—Mierda. Debería permitirte llegar a la fiesta con el maquillaje intacto, ¿no?
—Te conviene —repliqué, muriendo por besarlo.
Alzó un dedo y se apresuró a ir a buscar algo en su bolso. Regresó con un estuche alargado forrado en terciopelo negro. Mi cara lo hizo sonreír.
—No temas. No es un anillo de compromiso —dijo, haciéndome girar hacia el espejo.
Abrí el estuche y alcé la vista hacia él estupefacta. Lo que había dentro era una delicada cadenilla de platino con una gema diminuta. Una gema blanca y brillante. Tomó la gargantilla y la puso en torno a mi cuello, cerrándola bajo mi cabello.
—Oh, Brandon, esto es… —murmuré abrumada.
—Para hacer juego con el anillo, si alguna vez hubiera uno —susurró.
Sentí que mis ojos intentaban llenarse de lágrimas y respiré hondo. Se suponía que el maquillaje era a prueba de agua, pero no me interesaba arriesgarme. Encontré sus ojos en el espejo y meneé la cabeza, sin saber qué decir.
Brandon me ayudó a ponerme el tapado y tomó su chaqueta. Sólo entonces advertí que vestía jeans y tenis.
—¿Irás vestido así?
Me tomó la mano con un guiño. —Las ventajas de ser famoso: tu presencia basta para que no te critiquen el aspecto.
—Oh, si serás humilde.
Creo que no miento al afirmar que fue una de las noches más divertidas de mi vida. El club nocturno era pequeño y estaba atestado de gente. Todo el mundo recibió a Brandon con abrazos y grandes voces. Él no soltaba mi mano por ningún motivo, ayudándome a sentirme más segura. Perdí la cuenta de la cantidad de gente que me presentaron, y me alivió ver que no era la única con menos de treinta. Bailamos hasta que me dolieron los pies, y tomamos champagne, y platicamos con nuestro anfitrión y los demás invitados. Disfrutaba viéndolo con sus amigos de la escuela, siendo tonto y divertido como cualquiera de nosotros, mortales ordinarios, soltando mi mano sólo para rodear mis hombros o mi cintura con su brazo.
Cuando la medianoche asomó a la vuelta de la esquina, nos unimos a los demás en la pista de baile y contamos en voz bien alta los últimos segundos del año viejo. Y luego recibí el año nuevo en brazos de Brandon, besándolo como si fuera el fin del mundo, para compensar por todas las horas anteriores cuidando mi maquillaje.
Una ligera nevada nos aguardaba en la calle, y recorrimos las calles desiertas todavía bromeando y riendo.
De regreso a su suite, no me permitió encender ninguna luz. Me guió a los ventanales al otro lado de la sala y me tomó en sus brazos.
—No te muevas —susurró junto a mis labios.
Se tomó su tiempo para desnudarme, hasta que sólo vestía el diamante que me regalara.
La mañana nos halló aún acurrucados en el sofá junto a los ventanales.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó cuando nos sentamos a desayunar.
No creía que la respuesta que esperaba fuera casarme contigo, así que la dejé cruzar mi mente y desaparecer sin dejar rastros.
—¿Qué opciones tenemos? —inquirí.
Me resultaba gracioso ver que siempre que se sentaba a comer, se transformaba en una trituradora industrial, llenándose la boca y masticando sin pausa hasta que limpiaba su plato, sin necesidad de hacer una pausa para respirar o hablar.
—Irnos o quedarnos —dijo, tragando, el tenedor listo para volver a llenarle la boca.
—Deberíamos consultar el pronóstico. Mis neumáticos sirven para un poco de nieve, pero no para una tormenta.
—¿No viste mi camioneta rentada? —inquirió con la boca llena—. Podemos ir al maldito polo norte en pleno invierno.
—Pero mi auto quedó estacionado cerca de lo de Amy.
—¿Y qué? Asegurémonos que puede quedar ahí y vámonos en mi camioneta. Puedo traerte a buscarlo de camino al aeropuerto en unos días.
—Déjame consultarla —murmuré, tomando mi teléfono.
—Pregúntale si me puede revisar —dijo mientras yo escribía, señalándose la nuca con el cuchillo—. Quiero asegurarme que sigo limpio.
Amy respondió de inmediato, invitándonos a almorzar.
Empacar me hizo sentir un hueco frío en el estómago. Había pasado algunos de los mejores días de mi vida allí con Brandon, e irme se sentía como dejarlos atrás para siempre. Para él no era más que otra habitación de hotel, de modo que me miró interrogante cuando me detuve a mirar la suite por última vez. Meneé la cabeza e intenté sonreír, tomando su mano para dirigirnos juntos al elevador.
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Editado: 22.07.2023