La sombra
He cometido homicidio. Asesinado a sangre fría. A muchos hombres que han poseído diferentes caras del diablo. Y lo he hecho por varias razones. Ya sea que violaron a un niño, mataron a un inocente o destruyeron la vida de alguien que no lo merecía.
Pero nunca he matado a nadie por celos. Hay una primera vez para todo, supongo.
Archibald Talaverra tiene sus labios sobre mi chica y sus manos bajo sus pantalones. La está tocando. Follándola con sus dedos. Diciéndole cosas sucias que provocan un bonito rubor en sus mejillas.
Y en ese momento, decidí que no viviría esta noche.
En el segundo en que los vi juntos, me tomó todo mi control no irrumpir en ese club y sacar su trasero de allí.
Porque no solo otro hombre estaba tratando de reclamar a mi chica, sino que Archibald Talaverra es un maldito psicópata.
Uno verdadero.
Golpeó a su ex esposa hasta convertirla en una maldita pulpa en varias ocasiones y convirtió su vida en un infierno cuando finalmente decidió divorciarse de su trasero.
La mujer todavía se encuentra en un hospital psiquiátrico recibiendo tratamiento por un trastorno de estrés postraumático severo. Literalmente quebró a la mujer, y mientras ella pasa sus días tratando de curarse de su abuso, él pasa sus noches en clubes eligiendo a una mujer diferente para llevar a casa y follar.
Lo último que supe, tampoco es un buen polvo. Su forma de juego rudo no es placentera de ninguna manera cuando la mujer se aleja con la nariz ensangrentada y el labio roto.
El imbécil merece morir. Y estoy feliz de recibir el puto honor.
Los crímenes de este hombre y de su familia eran pequeñas migajas en el gran esquema de las cosas. Su familia se involucra en delitos menores y se ve a sí misma como la mafia de Seattle. Pero son hormigas comparadas con los malditos dinosaurios que caminan por esta ciudad.
Los dejé solos porque hay peces mucho más grandes para freír que los delincuentes de baja categoría que se creen los señores del crimen. Su amenaza para la humanidad es minúscula en comparación con las personas a las que sigo y mato, y hasta que comiencen a comerciar con algo más que polvo, nunca han estado en mi radar.
Hasta ahora, eso es.
No hay forma de evitar que Addie abra la boca y le diga a la policía que tiene un acosador. No importa que haya destruido todas las pruebas de sus informes policiales.
Y si los Talaverra se enteran de eso, matarán a Addie por algo fuera de su control. No importa que la familia tenga enemigos. Cualquier posibilidad quedará eliminada cuando descubran que el heredero del imperio de Talaverra ha sido asesinado.
Así que esta noche, libraré a Seattle de las pequeñas plagas que se han estado congregando para poder concentrarme en cosas más importantes. Hacer mía a Adeline y desmantelar los círculos de pedófilos.
Me trueno el cuello, me precipito hacia la puerta principal y golpeo la madera con el puño tan fuerte como puedo. Vierto toda mi ira en eso, no me importa un carajo si rompo la madera debajo de mi puño. Al igual que la noche en que estuvo aquí ese pequeño imbécil. Saliendo corriendo de la casa desnudo y con un solo calcetín, maldiciendo el nombre de Addie.
Me sentí aliviado al ver que Addie lo echaba a patadas. Fue la única razón por la que no lo maté esa noche. Pero eso no significa que no le corté la lengua por los nombres con los que la llamó.
Ella todavía no se da cuenta de eso, ya que lo eché fuera de la ciudad y le prohibí que volviera a contactarla.
Me agacho en las sombras más allá del porche.
Conozco el tipo de Archie. Saldrá furioso, siempre el salvador de la damisela en apuros. Listo para enfrentarse al lobo feroz como si no fuera la abuela a punto de ser devorado.
Realmente, es solo un zorro rabioso que se hace pasar por un lobo. Su mordisco duele, pero nada comparado con el de un depredador real.
Justo en el momento correcto, Archie abre la puerta, sus manos envuelven una pistola.
―Sal fuera, hijo de puta. Sé que estás ahí fuera.
Ven a buscarme, Archie.
Vacila en el umbral de la puerta, sintiendo el peligro que reside en las sombras.
Pero después de unos momentos, desarrolla una vagina y sale corriendo por la puerta y baja los escalones del porche. Su cabeza gira, sus ojos se agrandan cuando alcanza a vislumbrar mi rostro con una sola rosa roja en mi boca, el tallo atrapado entre mis dientes.
Enseño los dientes, una sonrisa salvaje que enfriaría incluso al diablo. Antes de que pueda reaccionar, salgo, agarro su brazo y lo giro. Mi mano golpea su boca mientras tiro su espalda hacia mi frente.
Girando mi cuchillo, lo apuñalo dos veces en el estómago. Ambas áreas precisas que no cortarán órganos vitales. Gruñe bajo mi mano, la conmoción lo deja casi en silencio.
Antes de que la situación lo alcance y comience a gritar, lo empujo lejos de mí y le doy un puñetazo en la nuca.
Hecho en cuestión de diez segundos, ni un solo pío de su boca.
Mi brazo se suelta y lo agarro por la parte de atrás de la chaqueta del traje antes de que pueda plantar cara al suelo frío y fangoso. Frío y sangrando profusamente.
Necesito curar las heridas antes de que pierda demasiada sangre.
Pero primero, deslizo la rosa de mi boca y sumerjo los pétalos en el carmesí que se derrama de sus heridas.
No puedo permitir que mi Ratoncita piense que no hay consecuencias por dejar que otro hombre toque lo que es mío. Pronto se dará cuenta de que no hago amenazas en vano.
Descanso su cuerpo contra el porche por un segundo mientras camino y tiro la rosa en su puerta. Estoy demasiado cabreado para hacer mucho más.
Y luego agarro su cuerpo y comienzo la breve caminata por el bosque donde me espera mi Mustang. Para cuando llegue la policía, será demasiado tarde.
Un rastro de sangre los llevará a las huellas de los neumáticos, y es posible que puedan reducir la marca y el modelo en función de las impresiones de la banda de rodadura, pero la evidencia se enfriará después de eso. Todo será destruido muy pronto.
Editado: 02.12.2024