Después del conflicto contra Vox, el Hazbin Hotel disfrutaba de un respiro, pero la calma se sentía frágil, como un cristal a punto de quebrarse.
Las luces tenues del hotel reflejaban destellos rojizos y naranjas que danzaban en las paredes, mientras un olor a incienso mezclado con café recién hecho flotaba en el aire. Charlie organizaba algunos papeles con entusiasmo, sus movimientos resaltaban entre el murmullo de los ventiladores y el lejano retumbar de las llamas que siempre ardían afuera.
—Paz y tranquilidad… nada malo puede pasar —dijo, intentando convencerse a sí misma.
Vaggie vigilaba cada esquina con ojos agudos, lista para intervenir, mientras Niffty barría y limpiaba con energía casi hipnótica, levantando pequeñas nubes de polvo que brillaban con la luz infernal. Husk, sentado en un sillón desgastado, levantaba su vaso con desgana, y Ángel Dust jugueteaba con Cherry Bomb, dejando un rastro de travesura por donde pasaban. Alastor permanecía en silencio, observando todo con su sonrisa inquietante que parecía absorber la luz a su alrededor.
En la lejanía de la Ciudad Pentagrama, la atmósfera del Infierno se tensaba como un tambor a punto de estallar. Las calles estaban cubiertas por humo denso que olía a cenizas y metal fundido. Edificios torcidos y retorcidos proyectaban sombras imposibles, y ríos de lava reflejaban un rojo profundo que iluminaba figuras que se movían entre la penumbra.
Un nuevo pecador había llegado. Su sola presencia parecía absorber la luz y doblar las sombras a su alrededor. Cada paso que daba hacía que las llamas temblaran, como si el mismo Infierno reconociera su poder.
Su armadura negra parecía viva; patrones metálicos se desplazaban lentamente, simulando movimientos serpenteantes que parecían anticipar cada acción. De su espalda surgían alas gigantescas, elegantes y mortales, cuyo aleteo apenas perceptible cortaba el aire con un silbido ominoso. Su casco, con cuernos imponentes y ojos que ardían como brasas vivas, proyectaba un aura de autoridad inquebrantable.
—¿Dónde… estoy? —susurró, apenas audible bajo el peso de su presencia.
Los pecadores que cruzaban su camino huían sin mirar atrás. Incluso Alastor, quien había visto horrores inimaginables al llegar al Infierno, sintió un escalofrío recorrer su estructura demoníaca.
Lucifer, al percibir la llegada, detuvo su paseo con un pequeño patito de hule en la mano.
—Vaya… esto no pinta bien —murmuró, su voz cargada de preocupación—. Charlie… esto va a ser… complicado de explicar.
El aura del ser se acercaba al Hazbin Hotel, y la tensión se volvía casi tangible, como un peso que presionaba el aire y hacía que incluso la bruma de incienso se arremolinara con inquietud.
—¿Se sienten… nervios? —comentó Ángel Dust, intentando disimular su inquietud con sarcasmo, pero sus dedos temblaban levemente.
—No me pagan para esto —dijo Husk, levantando su vaso como un escudo, mientras sus ojos seguían al recién llegado con cautela.
—Parece que alguien nuevo ha llegado al Infierno —añadió Alastor, inclinando la cabeza, fascinado y perturbado al mismo tiempo.
Charlie abrió la puerta y se encontró cara a cara con el extraño, sintiendo que la luz del hotel se apagaba un poco ante su presencia.
—Hola… ¿necesitas ayuda? —dijo, su voz temblando entre miedo y curiosidad.
—Busco a Lucifer —respondió el pecador, firme y frío, con un tono que helaba la sangre y hacía que el mismo aire se sintiera más denso.
Vaggie se adelantó, lanza en mano, evaluando la imponente figura que emanaba poder y autoridad absoluta.
—Está bien… pero si haces algo… —su advertencia flotó en el aire, casi insignificante ante la majestad del recién llegado.
Lucifer descendió elegantemente, con su porte tan calmado como teatral.
—Hola, Ishnofel… —dijo, midiendo cada palabra—. Me alegra verte. ¿Cómo has estado?
—Estoy bien, mi amo —respondió Ishnofel, con obediencia y autoridad simultáneas, su voz resonando como un eco metálico que llenaba el espacio.
Charlie frunció el ceño, confundida.
—Papá… ¿lo conoces? ¿Quién es? —preguntó, su miedo apenas contenido tras un hilo de voz.
—Ah… él es… mi creación —dijo Lucifer, con un dejo de orgullo y preocupación—. Lo convertí en demonio hace unos días. Encontré a un hombre que sufría demasiado, y le di el fruto prohibido… pensando que así podría proteger a su esposa.
Vaggie lo miró con furia contenida.
—¿Eso era un humano? Lucifer… ¿en qué estabas pensando?
—Ahora es un demonio —respondió él con calma—. Lo hice para protegernos de pecadores como Vox. No puedo intervenir directamente, así que… creé a Ishnofel.
—Solo sigo las órdenes de mi rey —dijo Ishnofel, firme, sin titubear, su mirada haciendo temblar incluso la luz a su alrededor.
Charlie asintió ligeramente, tratando de aceptar la situación, aunque su corazón latía con fuerza.
—No busco tu comprensión, princesa —dijo Ishnofel, su voz tan fría y majestuosa que parecía envolver el aire mismo—. Solo cumplo con mi propósito.
Ishnofel caminó hacia un cuarto apartado, cerrando la puerta detrás de él con un sonido que resonó como un golpe seco en el silencio del hotel.
—No te preocupes, Charlie —dijo Lucifer, acercándose y posando una mano tranquilizadora sobre su hombro—. Ishnofel no atacará a nadie. Tiene voluntad propia, pero su lealtad es inquebrantable.
El Hazbin Hotel había recibido un nuevo y poderoso habitante: Ishnofel. Su presencia era tan majestuosa que incluso el Infierno parecía inclinarse ante él.
Editado: 15.12.2025