Una ráfaga de viento me despertó. Tardé unos segundos en darme cuenta de dónde estaba. Seguía en la terraza del hotel y llevaba puesta una manta fina. No recordaba habérmela puesto. Miré hacia mí al rededor y no conseguí ver a Ace. Fue cuando me percaté que ya era de día. De un salto me levanté y dejé todo bien puesto cuando me fijé en que la taza no estaba. Volví a mi cuarto y revisé mi teléfono; eran las 8:45. Todavía no era la hora del desayuno, ¡qué alivio!
Aproveché y me cambié de ropa y arreglé. Bajé hacia el comedor y seguía sin haber nadie excepto el señor y la señora Fisher, los padres de Ace, que estaban ayudando al servicio de a limpiar, a quienes saludé y viceversa.
-¡Mamá! ¿puedes ir poniendo la mesa? -gritó Ace desde la cocina.
Su madre le contestó y se dirigió hacia allá. Pero me adelanté.
-Disculpe, si quiere puedo hacerlo yo. No me importa.
-Bueno, vale. Muchas gracias, Julien- me sonrió. Su hijo ha sacado su misma bonita sonrisa.
Y allí me dirigí. Me encontré a un Ace con su cabello recogido en una improvisada coleta que recogía su undercut, con su delantal blanco y algo ajetreado. No recordaba haberle visto así de concentrado.
-Ten, mamá. Ve llevando el zumo de naranja y la bandeja con las tostadas- lo organizó todo en la bandeja.
-A la orden, chef- y se giró. Me miró incrédulo.
-¿Qué haces aquí? ¿No dije que solo podía entrar yo?
-Pues anoche no dijiste nada... Además, simplemente he querido ayudar, tus padres están ocupados así que me he ofrecido- le arrebaté la bandeja.
-Ya pero...- resopló -Como quieras, no tienes remedio, ¿verdad?
-No, soy muy testaruda- pareció que le hice reír.
Después de terminar, mis familiares y los suyos aparecieron y nos sentamos a comer. Entre risas y anécdotas, presentí como si alguien me estuviera vigilando. Y en efecto, Ace no me quitaba el ojo de encima, como si me estuviera leyendo el alma. Lo único que pude hacer era sonrojarme e intentar no mirarle.
-Y díganme, ¿tienen algo previsto para hoy? - se dirigió Myrtle a mis tíos.
-Pues habíamos pensado en pasar el día en la playa del Norte, ya que Julien aún no ha estado allí, ¿verdad?
-No, aún no- mentira -pero tampoco me apetece. No me gusta demasiado el mar- otra vez mentira. Me dolía la mirada de desilusión de mis primos, pero no quería ir allí, no quería verle.
-¿Qué tal si te enseño a cocinar?
Todos nos giramos sorprendidos hacia Ace. ¿Me acababa de ofrecer enseñarme a cocinar?
-Es verdad, este curso que empieza, impartirá mi hijo clases de cocina- Explicó Myrtle -necesitará práctica. No es muy bueno enseñando, pero sí en dar órdenes. Puedes practicar con Julien.
Aún no me lo podía creer cómo había l. Estaba despidiéndome de mis familiares, quienes me seguían persuadiendo de ir con ellos. Todavía no sé por qué accedí. Quería darle alguna oportunidad de llevarnos bien.
-Bueno, ¿vienes o qué? - Me gritó Ace desde la puerta de la cocina.
-Uhg, ya voy.
Una vez allí, mis primeras lecciones fueron las de ponerme el delantal, lavarme las manos y ponerme una redecilla en la cabeza.
-¡Ey! ¿Por qué tu no llevas red y yo sí?
-Porque yo no lo necesito.
-Pero si tú tienes el pelo más largo que yo y más cantidad.
-Por eso mismo, yo ya sé controlar mis nervios. Te estresarás mucho. Además, cocinarás más tú que yo. Toma, póntelo.
Le hice caso al final.
-Bueno, ¿por dónde empezamos? - pregunté entusiasmada.
-Pues, ahora que lo dices, hay una pata de liebre que tengo que limpiar y partir. Tu primera tarea será quitarle la piel y...
-Espera, ¡¿QUÉ?! ¿Me estás tomando el pelo? No has dicho nada de esto. Creía que me ibas a enseñar recetas para mí, no esto.
-¿Qué te esperabas? ¿Iría a enseñarte cómo preparar una ensalada? ¿Cómo freir patatas? No, para nada. Tú me ayudarás en la comida de hoy- Ace se rió y se dirigió a la despensa cuando volvió a mirarme. Unas lágrimas amenazaban con salir de mis ojos ante cómo me imaginaba la escena que describió Ace -Oye, espera. Era una broma. Qué tonta eres a veces- apoyó una mano en mi hombro -¿De verdad creías que iba a pedirte eso?- resopló y me abrazó durante unos segundos, los cuales se me hicieron eternos -Perdoname...-susurró.
Empecé a sentirme mal y le empujé -Idiota. Eres un idiota- empecé a pegarle indolentemente y me reía.
Me agarró las manos y me atisbó durante no sé cuánto tiempo.
-Oye, Julien...
-Ace, cariño, vamos a ir a comprar, ¿necesitas algo? - su madre irrumpió en la cocina. En ese instante nos separamos.
-No, mamá. Bueno, sí, tráeme unas cuantas fresas traviesas y nueces de Macadamia.
Cuando sus padres se fueron, volví en mí y me solté -Venga, ¿Qué me vas a enseñar, Chef?
-Bueno pues... Te enseñaré a hacer una tarta Red Velvet vegana. Te gusta, ¿no?
-¡Qué! ¡Claro que sí! ¡Es mi favorita! Pero ¿cómo la harás que sea vegetal? -
-¿Te acuerdas que te preparé el primer día una igual? Bueno, pues era vegana totalmente. No te mentí.
Saltaba de alegría mientras él reía de mi reacción. Nos pusimos manos a la obra, o bueno, a la receta en este caso. Seguí las instrucciones paso a paso que él me daba.
-Bien, ahora añade las tres cucharadas soperas de cacao en polvo poco a poco- me indicó.
Fue entonces cuando recordé que de pequeña me gustaba el olor del cacao. Lo inspiré, pero me atraganté y, sin querer, resoplé y le eché el cacao encima. Me reí tanto ante aquella escena que no ví venir el puñado de harina que me tiró y me salpicó en toda la cara.
-¡Oye! No me eches harina encima.
-Has empezado tú.
-Ha sido un accidente, imbécil- me reí y me quité la harina que tenía con el mandil.
-Espera, tienes aquí...-Ace me limpió con el dedo pulgar los restos de harina esparcidos por mi mejilla. Me apartó el cabello que se había escapado de la red y lo llevó atrás de la oreja. Su mano fría rozó la piel de mi cuello, cuyo movimiento hizo que me diera un chispazo eléctrico y se me erizara la piel. Su cabeza se agachaba cada vez más hacia la mía. Mi corazón iba a mil por hora. Terminé por cerrar mis ojos poco a poco a medida que se iba acercando.