Hecha de Estrellas

1. Cambios

Yo acababa de cumplir 18, se supone que ya era adulta. Sin embargo, me sentía igual de perdida como desde hacía mucho tiempo.

     Entre los 18 y los 25 se encuentra la edad confusa más confusa. Algunas personas conducen, otros van en bus. Unos pocos piensan en casarse, muchos son vírgenes. Incluso hay quienes trabajan mientras que la mayoría está en el instituto y tiene que pedir permiso a papá para volver tarde.

     Estaba sentada en una de las mesas alargadas del laboratorio, justo en medio de mis amigos como siempre. Creo que estábamos hablando de la próxima salida del armario de Luke, las ganas de cometer la desfloración de Emily o la reciente ruptura con mi ex cuando el profesor empezó a gritar. No hacía ni un minuto que había comenzado la clase y ya se notaba que la vena hinchada de su reluciente calva.

     —¡Quítense las batas! —vociferó a un grupo de alumnos del fondo—. Hoy es el curso de educación sexual, no les harán falta.

     —¿Eso quiere decir que no haremos ejercicios prácticos? Qué pena —respondió James Lawson y su grupo de amigos con las mismas chaquetas militares se empezó a reír.

     Anderson, nuestro profesor de biología, era un hombre escuálido y mayor que apenas conservaba ni el pelo ni el respeto en las clases. Sabiendo eso, no entendía por qué le habían adjudicado la labor de mostrar a un grupo de adolescentes cómo ponerle un condón a un plátano.

     —Un comentario más y está fuera, Lawson —explicó y se puso junto a la pantalla del proyector—. Supongo que la mayoría no apreciará el valor cívico de esta clase, pero la educación sexual es una cuestión de salud pública. Recientemente, el instituto ha pasado por otro brote de herpes y me han solicitado que os dé algunas explicaciones sobre el tema. Empecemos con una película.

     Luke se acercó a mi oído y susurró:

     —Nos va a poner nopor.

     —No, nos podrán 50 Sombras —contesté yo.

     —O 365 Días —concluyó Emily y los tres contuvimos la risa.

     Entonces, el profe bajó de un tirón la pantalla del proyector y todo el mundo empezó a reírse. Habían dibujado sobre la tela blanca lo que parecía ser una vagina, si, una vulva con pelo muy realista y una flechita marcaba una zona junto con la frase, ¿Clítoris, tanto cuesta encontrarlo?

     Lo reconozco, me reí. Nos divertíamos porque el dibujo era demasiado absurdo. Todo el mundo menos Anderson, ya que su cara pasó a un rojo intenso. ¿Sabes eso de que antes de la tormenta llega la calma? Pues supongo que eso debió pensar el profesor. Respiró hondo, cerró la pantalla, nos miró durante unos segundos y mostró una perturbadora sonrisa.

     —Ya veo que necesitáis esta clase mucho más de lo que se esperaba —continuó—. Siento pena por la persona que dibujó esto, ya que el clítoris está arriba. Además, veo que estáis muy divididos por género. ¿Qué os parece si os cambio de asiento para lo que queda del curso?

     Puse los ojos como platos. Las quejas inundaron el aula y el sonido de los estudiantes protestando por esa decisión. Yo miré a Luke y luego a Emily, habíamos sido amigos desde primaria y siempre permaneceríamos los tres juntos. La idea de separarme de ellos me perturbaba y ambos también protestaron.

     Cada alumno ocupó su respectivo nuevo asiento, nos colocó por parejas de chico y chica. Al principio, tuve la ligera esperanza de que a Luke le tocara con Emily o conmigo, pero eso resultó muy poco. Le asignaron junto a una chica que no recordaba su nombre casi desde el inicio. Luego, la inocente Emily debía sentarse con Lawson y me despedí de ella haciendo un pequeño gesto con la mano. Todas las filas se fueron ocupando hasta que solo quedé yo y me mandaron a la última, al lado de la ventana. Por unos segundos pensé que me quedaría huérfana de compañero.

     —Disculpe, señor Anderson —dije, levantando la mano—. Soy la única que está sola.

     —No se preocupe, aún falta una persona por llegar.

     Revisé la clase, cara por cara con atención... Solo faltaba uno... No, santa puta mierda. Me había tocado con...

     El sonido de la puerta abriéndose con brusquedad me hizo levantar la vista hacia la entrada y vi una cabellera rojiza...

     —William Wolf, su asiento está al fondo junto a Evans. —Logró articular el profe y agarró unos papeles.

     «¿No va a decir algo?», me pregunté y no, nadie le dijo nada por llegar tarde. Aunque, bueno... era Wolf y si solo la mitad de lo que decían de él fue cierto, mis esperanzas de vida se habían reducido a cero.

     Algunos chicos le saludaban con la cabeza casi con respeto. Las chicas le miraban con lascivia. Él parecía ignorarlos a todos y se dirigió hacia mí. Tiró su mochila negra junto a la silla, haciendo que yo pegara un pequeño respingo y se sentó. Ni siquiera me miró en ningún momento. Supongo que mientras menos me mirara, más posibilidades de sobrevivir tenía. Hacía cinco minutos, estaba riéndome con mis amigos de una vagina hiperrealista y ahora, temía respirar demasiado fuerte.

     Por un lado, no quería acabar siendo una víctima más en su historial de agresiones. Por otro, me pareció feo no saludarle y no me apetecía juzgarlo por unos rumores. Me armé de valor para hablar.

     —Hola, soy Aurora —le saludé mientras se recostaba sobre el escritorio y cerraba los ojos.

     No lo podía creer, estaba durmiendo en medio de clase o me ignoraba. En cualquier caso, me fastidió. Había decenas de chicas que se habrían muerto con tal de sentarse a su lado, en el sentido figurado, supongo. No entendía por qué, bueno... Quizás, un poco. Era muy atractivo, alto y con facciones marcadas, pero eso no justificaba su falta de educación.

     Su cabello era rojo oscuro, casi negro. Un intenso tono sangre que no había visto nunca. Lo llevaba recogido por la nuca en una coleta corta y suelta.




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