A las cuatro, había acabado el libro para el examen de literatura y toda la tarea para el día siguiente, menos el informe. Eso me perturbaba porque disponía del tiempo justo para coger la bolsa, caminar rápido hasta la parada del bus e ir a mis clases de ballet como cada tarde de lunes a viernes.
Mi rutina era eso, rígida, imperturbable y estática. Llevaba una agenda organizando las 24 horas del día. Todo se resumía en estiramientos mañaneros, clases en el instituto, ayudar en casa a papá con mis hermanitos, tareas, luego ballet y finalmente, a caer en los brazos de Morfeo. Una sucesión de hechos muy planificados, eso me gustaba y tranquilizaba. Sin embargo, había aparecido algo inesperado, Wolf. Quería hablar con él, ponerle los puntos sobre las íes aunque tuviese cierto miedo a que me partiese un hueso. Si él no era civilizado, yo lo sería.
Nunca le había visto participar durante las clases, pero sí sabía que estaba en el grupo que compartíamos por el móvil, aunque no hablase. Aún me quedaban unas pocas paradas antes de llegar a mi destino, así que saqué el viejo iPhone 5 con una esquina rota y busqué su número entre los participantes. Le escribí intentando sonar neutral, como si no me acordase de que hacía unas horas él me hubiese llamado linda, estúpida y rubita en una misma frase.
¨Hola, soy Evans¨.
¨Tenemos que hacer el trabajo¨.
¨He pensado que podríamos hacerlo por aquí y hablar como personas¨.
¨Te parece bien que lo hagamos a las 8:30? ¨.
Mientras tecleaba, pensé en la cantidad de chicas que habrían sacado su número de ahí solo para ligar con él. Puede que un 90% de todo el alumnado hetero femenino de Royal High le tuviese agregado.
Jugué con un mechón de pelo, enrollándolo en un dedo y soltándolo. Dorado oscuro, igual que el oro sucio. Estaba un poco sensible con mi cabello. Unas semanas antes, me di cuenta de que nunca hay que hacerse un cambio de look cuando se está emocionalmente inestable. Me lo corté para probar algo nuevo, pero acabé descubriendo que a mi cara redonda no le sentaba bien el flequillo. Entre eso, las cejas arqueadas, las pecas y la nariz respingona parecía una niña con ojos verdes.
Justo a las cuatro y veinticinco el bus llegó a mi parada y salí de aquel auto con olor a mala humanidad. Estaba delante de la Academia Castle, la mejor escuela de danza del estado según un folleto. Era un edificio antiguo en comparación con los que lo rodeaba, igual de incongruente con su entorno como ver aliens en un prado de margaritas. La primera vez que lo vi, tenía 6 años y pensaba que era un castillo real: una fachada de ladrillo descubierto con escaleras de mármol y los techos acabados en picos puntiagudos. Por dentro, había decenas de habitaciones con bellas columnas blancas, espejos gigantescos, música de piano que lo inundaba todo y sí, también tenía princesas que bailaban sobre la punta de sus dedos. Quería ser igual que ellas y, en ese momento, lo era.
Llegué a los vestidores para cambiarme, ahí reconocí a Emily en un sujetador blanco que contrastaba con su piel morena. Me saludó y fui a su lado.
—Ey, ¿qué tal con ese trabajo? ¿Terminado? —me preguntó mientras yo me desvestía.
—No —respondí y saqué la ropa—. Lo último debe hacerlo el ¨delincuente guapo¨.
—¿Sabes de lo que me he enterado?
—¿Qué en sus ratos libres atropella viejecitas?
—Peor, estuvo saliendo con Vanessa.
—¿Antes o después de que ella se acostara con mi novio? —Mi voz sonó más áspera, me ocurría siempre que hablábamos de ese tema.
No hacía mucho que había roto con Peter y aún no me acostumbraba a hablar de lo nuestro en pasado.
—Antes, por lo que me han dicho.
Giré la cabeza instintivamente hacia el otro lado, ahí estaba Vanessa pasando una barra de labios por encima de su borde natural. Fuimos amigas durante años, hasta que un día decidió meterse en la cama de mi ex. Era una chica alta, con proporciones perfectas, rasgos felinos, se había teñido de rubia hacía poco y tenía ojos miel que parecían dulces. Me daba arcadas solo recordar lo que fue capaz de hacerme. De pronto, nuestras miradas se encontraron y me sonrió. Existía una extraña guerra fría entre ambas.
Me terminé de colocar los leotardos negros y las mallas, salí con Emily de los vestuarios y caminamos hacia sala de baile para comenzar el calentamiento en el suelo. Era una habitación con suelos de roble, un par de espejos que ocupaban una de las cuatro paredes y barras para practicar. Normalmente nos habría acompañado Luke, pero apareció bastante tarde, poco antes de que llegara la pianista y el profesor. Era un chico no mucho más alto que yo, con el cabello castaño rizado y ojos traviesos, parecía un ángel hasta que abría la boca.
—Has batido tu récord en llegar tarde —le dije, pero solo mostró una linda sonrisita.
—Estaba ocupado, hablando con uno de los nuevos bailarines —me contestó empezando a calentar y le miramos extrañadas.
Emily fue la primera en hablar.
—¿No habías conocido a alguien la semana pasada?
—Que tenga elegido mi plato no significa que no pueda mirar el menú.
Los tres estábamos riéndonos y fuimos a colocarnos en las barras.
—Ahora decidme, ¿de qué hablabais?
—William Wolf, es justo el tipo de Vanessa: un idiota —dije con claridad.
—Y terriblemente sexi, ¿has visto que ojos?
—Sí y su pelo es tan... ardiente —dijo Emily en un suspiro—. ¿No piensas lo mismo?
Empezaba a creer que solo su nombre podría provocar orgasmos.
—No me van los pelirrojos —contesté aunque en sí, lo que no me gustaba de él no estaba en su físico.
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Editado: 25.09.2023