Hecha de Estrellas

8. Decisión

—¿Qué clase de apuñalamiento es ese? —ladró papá—. La sangre no sale con tanta presión y menos esa cantidad. ¿Cuántos litros cree ese director que tiene un cuerpo humano?

     —Ay Doctor, es una peli de serie B —contestó Gloria colocando un bol de palitos de zanahorias en medio de la mesa.

     —B de burradas.

     Estaba tumbada en el sofá de casa junto a Luke y Emily, mi cuerpo me pedía a gritos un sábado de películas de bajo presupuesto con mis amigos. La pantalla de la tele mostraba una vieja película de los 80 donde un tipo acababa de apuñalar a una chica que estaba a punto de tener sexo y ahora soltaba chorros de sangre falsa bañando sus pechos siliconados. Cogí un palito de zanahoria y me lo metí en la boca.

     —Te quiero —dije mirando el cuenco.

     —¿A mí o a mi comida? —preguntó Gloria en tono burlón y le sonreí.

     —Mi corazón tiene hueco para ti y los palitos.

     Comimos todos del bol, puede que consumiera unas 42 calorías de más, pero ese día estuve practicando bastante ballet mientras me grababa. No me sentía satisfecha, pensaba que esas emociones que el señor Bourdeu me había pedido encontrar estaban aún desaparecidas y además, no paraba de darle vueltas a la proposición de Wolf. Tenía ganas de compartirlo con alguien, sobre todo con Luke porque él había estado en varias relaciones, pero me daba vergüenza admitir que me estaba replanteando aceptar. ¿Cómo iba a fingir una relación si apenas podía crear una falsa sonrisa cuando alguien que no me agradaba me saludaba?

     «Podría buscarse otra más guapa».

     No estaba prestando atención a los descuartizamientos de la peli, pero en mi defensa diré que Luke no paraba de escribirle a su nuevo chico y Emily miraba el Tinder y luego nos mostraba fotos de algún galán de los bajos barrios. Blanca era la única que tenía los ojos puestos en el psicópata de la motosierra. Dejé de comer palitos y puse el bol junto a ella, que se inclinó sin siquiera mirarlo, como si ella pudiera repeler a la verdura igual que dos imanes del mismo polo.

     No es por lo del bar sino porque eres tú. Las palabras de William retumbaban en mi cabeza con mucho más sentido en frío. Empecé a recordar algunos detalles, pequeñas cosas sin importancia que cuando las junté supe que algo estaba mal. De pequeñas, Vanessa solía vestir como yo aunque al principio me parecía divertido tener una especie de gemela morena, luego fueron algunos gestos que solía imitar, a los 16 apareció con la moto que yo le había comentado una vez que me gustaba, ahora el mismo color de cabello y la joya de la corona, me robó a Peter.

     «¿Por qué no?», pensé tras reflexionar, pero la calma no volvería a mi vida en un tiempo. Quería hacer algo malo y no sé me ocurrió a nadie mejor con quien hacerlo que William Wolf.

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Mi habitación tenía paredes pintadas de azul oscuro y gotas de plata en forma de estrella, un azul más cerca del morado que del verde. Mis pies estaban en alto, con los talones apoyados en el cabecero de la cama y los brazos cruzados sobre mi pecho formando una L con el cuerpo. Esa postura dejaba que toda la sangre fuera directa a la cabeza y tenía la extraña impresión que así me permitía pensar mejor, no cometer un terrible error.

     Iba a hacer la mayor locura de mi vida. Se hacía tarde y mi hermana empezó a llamarme para que fuéramos al instituto. Alargué aquel instante de paz al máximo, pero la realidad me reclamaba así que me coloqué los zapatos y nos fuimos. Por el camino, ella me preguntó si me pasaba algo y yo intentaba fingir que todo se debía a las clases en la academia, aunque la verdad era que estaba muy nerviosa por ver a William. Me despedí de Blanca antes de desviarme de mi camino habitual hacia el aparcamiento.

     Había varias docenas de coches estacionados por el lugar, unos mejor aparcados que otros, pero ni rastro de William. Era temprano, tenía tiempo para esperarlo, ir hasta él y... ¿Aceptar? Aún me lo cuestionaba y me dolía la cabeza de tantas vueltas. Escuché el sonido de un claxon y una motocicleta aparcó cerca de mí. Era la Kawasaki ZZR 250 de Vanessa, y sí, ella la manejaba. Estaba pintada de un color crema, restaurado hasta que casi era un modelo irreconocible y eso era lo más cercano a echarle lejía a la Mona Lisa que había visto. No le gustaba la moto, le gustó mi cara al verla a ella conduciendo. Se sacó el casco y sacudió el cabello.

     —Buenos días, Evans —me saludó de manera casi jovial—. ¿Cómo ha ido el finde con los frikis de tus amigos?

     Estábamos solas, ella no tenía que jugar la carta de la buena compañera así que yo tampoco me cortaría. La guerra fría era solo delante de otros.

     —Bien, he entrenado mucho. No quiero que mi nivel técnico sea el de una niñita de 12 y el señor Bourdeu sienta vergüenza.

     —¿Eso va por mí? Las dos sabemos que solo habrá una prima ballerina y esa seré yo.

     Movió su cabello oxigenado de nuevo y yo contuve una pequeña risa. Sacudí la cabeza, solo una chica podía ser prima ballerina de una compañía, pero todas creíamos ser esa una. No digo que fuese imposible o que Vanessa bailase horrible, pero había una probabilidad de 0,001% de obtener ese puesto. Era más fácil recibir la carta de Hogwarts.

     Tras un par de coches, William aparcaba su Volvo plateado. Mi corazón comenzó una carrera desbocada de latidos y mis piernas se convirtieron en mantequilla. No estaba preparada para eso y aun así puse un pie delante del otro.

     —Claro... —me despedí de la arpía, digo, de Vanessa—. Will está ahí.

     Sí, decidí llamarlo así para pinchar. Ese día me levanté con las pilas cargadas de maldad si a eso se le podía decir maldad.

     —¿Wolf? ¿Para qué vas a hablar con él?

     La ignoré completamente y sonreí para mis adentros mientras iba hacia él. William estaba apoyado sobre el capó de su coche mientras apuraba las últimas caladas de un cigarrillo. Ya te lo advierto, se veía peligroso; la misma pinta de un chico que sabes que no te conviene, pero quieres acercarte a él.




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