Hecha de Estrellas

21. Informante

Will

Sujeté un cigarrillo con la boca y acerqué el mechero para prenderlo, con la otra mano lo cubrí para evitar que el aire del puerto apagara la chispa. Iba quemando el tiempo en la zona de carga del muelle, había varios barcos de diferentes tonelajes atracados junto a la pasarela flotante de tablas muy desgastadas. Olía a mar muerto, agua sucia y restos de gasolina.

     Llevaba la capucha puesta, desde fuera podía parecer parte de los mozos que cargaban cajas de las embarcaciones entre la suave niebla. Esperé observando el lugar, cerca había un pequeño estacionamiento con coches. A lo lejos, uno de esos autos con cristales tintados empezó a parpadear, los faros mostraban un titileo constante. Una ráfaga corta y tres largas. Un patrón que reconocí al instante, ese debía ser Jasper.

     Dejé de apoyarme en el costado de una barca tumbada y fui hacia el coche con los cristales opacos. La puerta del copiloto estaba abierta y entré. Un hombre de unos cuarenta estaba sentado en el asiento contiguo. Llevaba el cabello hasta el mentón, peinado hacia atrás y la barba algo frondosa bien cuidada. Iba con un abrigo largo y un maletín en el regazo.

     —Es la tercera vez que te digo que no fumes en el coche. ¿Tienes mala memoria?

     —¿Y qué vas a hacer? ¿Detenerme por fumar? —Di una última calada al cigarro.

     —Hace un mes, dijiste que intentabas dejarlo.

     —Las cosas no estaban tan jodidas hace un mes.

     Además de ser de las pocas cosas que me relajaba, el tabaco era la única droga que me permitía, sin bajar la guardia. Dicen que un cigarrillo resta 30 minutos de vida, era un precio que estaba dispuesto a pagar si con eso conseguía algo de tranquilidad. Había logrado reducirlo a solo medio paquete al día a cambio de una cantidad considerable de caramelos de menta. Creo que me estaba volviendo adicto a la menta.

     —¿Crees que será el tabaco lo que me mate? —pensé en voz alta y bajé la ventanilla para tirar la colilla ya consumida.

     —A este ritmo, probablemente. Espero que eso no pase en mi turno, bastante trabajo tengo ya entre el juicio por fraude de valores y el embarazo de mi gata.

     —Imagino que estar charlando sobre esto quiere decir que nada ha cambiado a peor.

     —¿Y eso en parte no es buena señal? —cuestionó él, abriendo el maletín—. ¿Has notado algo extraño últimamente?

     —Aparte de que mi vecina ha cambiado su horario para poder coincidir conmigo en el ascensor por la mañana, nada —bufé y me recosté en el asiento de cuero—. Todo sigue en calma.

     Sabía que la mujer estaba casada y aun así me había dejado su número en el buzón, llamado para pedirme sal tres veces en una semana y un día apareció en bata con el cabello mojado preguntando si podía usar el baño porque hubo una 'avería' en el suyo y tenía que quitarse el aceite corporal de coco. Desde que tenía 12 años, he visto lo que ciertas personas son capaces de hacer ante un rostro y un cuerpo atractivos. Sé que la belleza está bien con las mujeres, pero de poco sirve cuando no sabes cómo luchar por la atención de la chica que te importa.

     —¿Se sabe algo de ella?

     —¿De tu vecina madurita interesante? La investigamos y está limpia.

     —De mi hermana. —A veces no sabía si Jasper estaba siendo irónico o solo idiota.

     —Ah, claro. —Sonrió, marcando las líneas alrededor de sus ojos café—. Me han hecho llegar esto. Parece un regalo para ti. Es de tu hermana.

     Jasper sacó un sobre marrón y yo se lo arranqué de las manos.

     —Joder, empieza por lo importante y ve al grano —le cuestioné.

     —Está en alemán y solo di cuatro años en el instituto, de los cuales solo recuerdo ¨auf wiedersehen¨ —dijo con una pronunciación horrible, Till Lindemann se ahogaría en el río Rin.

     Rasgué el sobre y saqué el contenido. Dentro había una hoja escrita a ordenador. A medida que leía, fui sonriendo poco a poco.

     —Está bien —dije ilusionado—. Le han dado el visto bueno en Phoenix y vendrá en unos días. —Seguí leyendo y mi sonrisa se agrandó—. Está presumiendo de que ahora está más morena.

     —Al fin una sonrisa —comentó él—. Si hasta pareces un chico bueno.

     Fruncí el ceño y le lancé una mirada severa. Jasper se encogió de hombros ladeando la cabeza. Su expresión cambió, jugueteando con las manos en un gesto nervioso hasta que dio una palmada.

     —Venga, pregunta sorpresa, ¿dónde estudió Will?

     —Will estuvo en un colegio católico hasta los 11 años. Luego, pasó dos años en un correccional por desorden público, quemó la iglesia y ahora está aquí.

     Me di cuenta de que con el paso del tiempo, era preferible hablar de 'Will' en tercera persona.

     —Muy bien, solo una pregunta más.

     —Dispara.

     —Tú. ¿Estás bien? ¿Sigues con la medicación?

     Ahora quien se encogía de hombros era yo.

     —Sí —mentí—. Y he conocido a una chica. Es muy rara, pero me divierte.

     No sabía quién era. Ni se imaginaba con quién se estaba metiendo. Ni de lo que era capaz de hacer. Resultaba bastante ameno.

     —¿Una chica o la chica? —preguntó curioso.

     —La chica que puede aguantar más de 10 minutos sin asustarse o echarse encima de mí.

     «Con quien finjo una relación para darle celos a Vanessa y está igual de rota que yo».

     —Hay un truco con las chicas —dijo señalándome—. Sé tú mismo.

     Dejé escapar una risa irónica. No iba a decirle ningún detalle más, solo veía al informante una vez al mes para seguir con la seguridad.

     —Sí, gran consejo.

     Como si eso fuera posible. Jasper no lo notó o le prestó poca atención porque solo podía pensar en mi hermana. Pronto volvería tras meses separados. Terminadas las preguntas, me despedí del puto idiota y bajé del auto. El coche con cristales negros se alejó entre la niebla del puerto. Me quedé ahí, con la carta de mi hermana y la promesa de que todo volvería a una relativa tranquilidad cuando estuviera en Pensilvania.




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