Hecha de Estrellas

23.Castigo

El culo del señor Bourdeu había sido tendencia en la academia Castle, hasta que se filtró el Instagram de Dominik. Decenas de vídeos donde se grababa realizando complejas coreografías y algunos sin camiseta, mostrando su atlético cuerpo en mallas. Todos vimos (y admiramos) esas publicaciones, ya que no eran privadas. En ningún momento se violaba la intimidad, pero eso provocó que muchas chicas y algunos chicos, se la pasaran pidiéndole clases privadas.

     Mi popularidad también creció. Era como si hubiera pasado de ser una simple campesina a la princesa perdida o más bien, la reina. Un eslabón social más alto. Sin embargo, eso no me quitaría el castigo. Vanessa y yo tuvimos que asistir una hora antes durante una semana, juntas... Creo que ambas preferíamos comer tendones de ratas (no tengo idea de cuántas calorías son).

     Nuestro trabajo consistía en ayudar a los profesores con los alumnos de primer curso. La señora Wilkinson fue nuestra vigilante, una mujer alta con canas y dedos huesudos que nos dio clases durante un par de años. Nos advirtió de las posibles consecuencias un par de veces esos días. La academia no era un zoo para ver como dos fieras rubias se pelean. Más que enseñar ballet a base de repetir los pasos, me dediqué a rehacer moños, echar a un padre demasiado apegado (o espero que fuera el padre de alguna) y sobre todo, charlar con las niñas. Se había corrido la voz de que era la Reina Cisne en la representación y me preguntaron en varias ocasiones sobre el traje, la corona, el príncipe y etc.

     No hubo disputas como tal entre Vanessa y yo. Intentábamos hablar lo menos posible, puede que por prudencia. Sentía una espina clavada cada vez que la veía con su corte de pelo idéntico al mío, pero me contuve de decir nada al respecto. Quizás por eso no me restregó por la cara su nochecita con Will y yo no iba a sacar ese tema, lo que él hiciera no debía importarme... Pero extrañamente, sí me interesaba. Quería saber qué pasó, si solo durmieron o si realizaron el frutifantástico.

     —No, así no —se quejó Vanessa por tercera vez—. Los talones juntos y los pies miran hacia afuera, primera posición.

     Se desesperaba con las chicas que no realizaban los movimientos a la primera. A mí se me antojaba muy llevadero. He cuidado de Blanca, esas niñas eran como jugar en modo fácil. Supuse que al no tener hermanos pequeños, Vanessa se impacientaba con mayor facilidad. A ese paso, las niñas se reunirían en una esquina y se nos amotinarían.

     —Oye, ¿y si intentamos algo? —propuse en voz baja mientras las niñas estiraban—. Nos dejaban poner canciones de Disney cuando lo hacíamos bien. Puede que eso las anime.

     Vanessa me miró como si acabara de tragar algo en mal estado y se recolocó el pelo. ¿Por qué a ella y a Taylor Swift les podían quedar tan bien el flequillo, pero a mí no?

     —Tienen que acostumbrarse a la música clásica.

     —Con nosotras funcionaba. Escuchábamos la Sirenita o Anastasia y siempre nos peleábamos por ver quién elegía la canción.

     En ese momento, rodó sus ojos a las niñas y dejó salir un chasquido.

     —Son de otra generación. Van a elegir Frozen —murmuró y se dio la vuelta, pero tras un par de pasos se giró para mirarme—. No me gustaba eso, era una pérdida de tiempo.

     Eso casi me hizo sonreír.

     —Para que conste —rematé.

     «Eras la única niña de ocho años que se enfadaba cuando ponían Mulán«», quise añadir pero me contuve.

     Vanessa apartó el rostro y siguió con las clases. Ella podía negar lo que quisiera, pero yo recordaba cuál era su peli favorita de Disney. Agradecí a las más de 30 millones de entidades divinas del Tíbet que no acabáramos en un juicio por combate. Habíamos sido capaces de intercambiar palabras y a los pocos minutos, sonó Let It Go.

     No podía evitar sentirme mal por arañarle la cara o acusarla de algo sin pruebas, así que empecé mi investigación. Fui preguntando a algunas chicas, incluida la pelirroja que aplasté (con ella si me disculpé, pobrecita), y todas me decían la misma versión, pero también estaba la sospecha de quién me escribió la nota que encontré en la mochila. Tenía más misterios y sospechosos que el Cluedo, así que el candado en la taquilla era lo más seguro y no confiar en nadie.

     Estaba rehaciendo el tercer moño de la tarde cuando la puerta del estudio se abrió y al girar, vi una cabellera negra. Dominik.

     —Disculpe la interrupción, señora Wilkinson —se disculpó, entrando en la sala.

     —Señor Legris —dijo ella con aire despectivo—. Espero que interrumpa mi clase por un buen motivo.

     —Lo hay. Gran parte de los de tercero va a utilizar puntas y necesito una chica que sepa hacer los relevés muy controlados. ¿Podría una de las dos ayudarme?

     —Yo puedo encargarme —intervino Vanessa, puede que para no estar en la misma sala que yo.

     Dominik miró a Vanessa durante un segundo y luego su mirada se posó en mí.

     —Los portés son más sencillos con una chica bajita. —La profesora me señaló con su huesudo dedo—. Creo que nuestra prota puede hacerlo.

     Asentí, dejando a la niña con el pelo arreglado y fui hacia Dominik. Vanessa parecía molestarse por alguna extraña razón, pero yo me limité a ignorar su mirada antes de seguir a Dominik por los pasillos. Había ensayado un par de veces delante de él para el Lago de los Cisnes y aun así, la sangre de mis venas se empeñaba en concentrarse en mi rostro cuando recordaba lo del vestuario. Entramos en otro estudio, igual que el anterior, pero con preadolescentes quienes giraban despreocupadamente. Dos chicas se reían en la barra, bailando con las puntas. Al verlo, Dominik dio un par de palmadas y las detuvo.

     —Vamos a dejar los fouettés para cuando vuestros tobillos estén preparados —señaló él, todavía no me acostumbraba a su acento.




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