Hecha de Estrellas

24. Heather

«¿Por qué estoy tan nerviosa?», me pregunté mirando mi reflejo y dejando el metro en el armario de mi pequeño baño. Solo faltaban unos minutos para que Will me recogiera y yo estaba intentando controlar esa inexplicable inquietud. El día anterior solo estaba un poco ansiosa, sabiendo que eso no era real y que iba a conocer a la hermana de un amigo, nada más. No era mi cuñada, así que... ¿Por qué me preocupaba tanto por causar una buena impresión?

     Llevaba una camiseta blanca de un grupo que había escuchado con él, una falda plisada y con medias oscuras (y el conjunto supercaro de Victoria Secret). No iba a consentir que Will hiciera bromas sobre mis camisas de flores y quería sorprender un poco. Había perdido un centímetro de muslo, me sentía orgullosa de mi progreso y pensaba mostrarlo.

     Sabía que si me quedaba más tiempo delante del espejo, acabaría arrepintiéndome de cada decisión de vestuario, así que decidí bajar y esperarlo en el porche. Will llegó puntualmente, deteniendo su Volvo plateado justo delante de la casa. Me dirigí hacia el auto y abrí la puerta para sentarme dentro. Will me miró enarcando una ceja.

     —Hola —le saludé.

     —Llevas una camiseta de Queen —dijo en lugar de un convencional 'hola a ti también'.

     —Sí.

     —Antes me caías bien.

     —Ahora te caigo mejor. —Imité su gesto, extrañada, pero intuí que no iba por ese camino.

     Enarcó ambas cejas y yo me puse el cinturón.

     —Muy buena respuesta —contestó encendiendo el motor—. No vas mal hoy.

     —¿Suelo ir mal?

     —Pareces menos niñita mimada.

     —No sabes hacer cumplidos. —Puse los ojos en blanco, cruzándome de brazos y piernas mientras él conducía.

     Después de eso, Will dejó solo una mano sobre el volante y me pellizcó la media.

     —Combinarían con el suelo de mi habitación —soltó la fina tela haciendo un chasquido y volvió a colocar ambas manos en el volante.

     Dios, di gracias por la invención de la cuchilla y por estar depilada. Así no vio que cada vello de mi cuerpo se erizó por una tontería. Sin embargo, el sonrojo no iba a disimularse. Moví las piernas, dejándolas rectas.

     —¿Por qué tonteas conmigo? —pregunté a las claras—. Sabes que no va a funcionar.

     —Creo recordar que te lo comenté. —Rodó los ojos hacia mí—. Haces caras muy lindas cuando te sonrojas y es tan fácil.

     «Este chico va a acabar matándome».

     A mí también me gustaba golpear los testículos de Peter y no se lo iba haciendo cada día. Una vez era suficiente. Me acomodé un poco en el asiento, no tenía claro si estábamos discutiendo o solo se divertía.

     —¿Qué le has dicho que somos a tu hermana?

     —Solo amigos, por eso también vendrá Yin y una amiga de Heather.

     —Heather —repetí—. ¿Se parece a ti?

     —Ella es siete años mayor que yo y siete veces más caprichosa, manipuladora y desquiciada. En resumen, una dulzura de persona.

     Empecé a imaginar la situación. ¿Había invitado a más personas para que no me sintiera tan incómoda? No lo tenía claro, pero lo cierto era que me sentía un poco más a gusto sabiendo que no sería una especie de presentación formal. Al menos, conocía a más de la mitad de los asistentes si incluía al perro.

     Cuando llegamos al apartamento, él fue directo al ascensor y subimos por este en lugar de las prácticas escaleras. Me parecía ridículo e infantil pedirle que fuéramos por ellas, así que me callé (siempre se puede hacer drama por todo). Sentía que mi corazón latía un poco más rápido con cada piso que nos elevábamos. Tal vez debía arreglarme más, puede que a Heather no le gustara mi manicura color capó del coche Barbie o las horquillas para disimular el flequillo.

     Nada más acercarnos a la puerta, escuché el ladrido del perro. Me pegué al brazo de Will. Había aprendido la lección, no iba a permitir que su perro me tirara al suelo de nuevo.

     —Solo es juguetón —le defendió metiendo la llave.

     —Pesa casi lo mismo que yo, no me arriesgo.

     —Es la peor excusa que han dicho para tocarme —se burló.

     —Yo no pongo excu...

     Iba a apartarlo cuando empujó la puerta. Káiser avanzó hacia nosotros. Grande, fibrado y baboso. Me apreté más contra Will y mi mejilla quedó presionando su pectoral cuando el animal ladró, tenía los ojos puestos en mi personita como si fuera su futura cena o solo quisiera más mimos. Ostras, me pegué a Will como una lapa.

     —Calma —ordenó él—. Es mía.

     Mis párpados subieron y mi mandíbula cayó.

     —¿Tuya? —cuestioné, alejándome un palmo.

     —Eres mi invitada. Mi huésped. Mi visita. Como quieras llamarlo. 

     «Por favor, no eres un helado, así que no te derritas con cada tontería». Buen consejo, pero difícil de seguir. Hacer el ridículo parece ser mi sino.

     El perro se sentó obedientemente, permitiéndonos entrar y cerrar la puerta. Dentro de la casa había un olor a especias picantes y carne asada, además del sonido proveniente de la cocina y las patas del perro. Pasé a su lado y el animal me siguió sin intentar caerme o morder. Apenas había comido a la hora del almuerzo, sospechando que podría cenar muy mal esa noche. Al fondo del pasillo, estaba una chica que creía haber visto antes, sentada en el sofá y tecleando en el móvil con una funda de flamenco. Al darse cuenta de que acabábamos de entrar en el salón, nos sonrió.

     —Hey, justo a tiempo —dijo levantándose y dejando el móvil-pájaro.

     Hice un acto de memoria y recordé ese pelo arcoíris de la primera vez que casi morí en el Tártaro. Sí, era la camarera sensual solo que con un poco más de raíz oscura.

     —Yin no ha quemado nada por lo que veo —comentó Will.

     —Casi, pero no —respondió.

     Parpadeé un poco. Si ella era su hermana, entonces la idea que tuve cuando la vi en el bar y pensaba que era una de las muchas chicas que se había acostado con Will, se tiñó de sucio incesto y quería disolverla en ácido (la idea, no a la chica). Iuuf.




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