Hecha de Estrellas

29. San Valentín

Apenas había logrado perder medio centímetro, la dieta del pomelo no era tan efectiva como yo pensaba. Si quería que el traje de Odette me quedara perfecto, tendría que hacer cambios. Apunté mis medidas, recriminándome por haber comido mal durante el finde y tomé la decisión de no desayunar esa mañana.

     Echando la vista al pasado, creo que de lo que más me avergüenzo es el hecho de que yo era consciente de todo. No fue como si desconociera que tenía una obsesión con mi cuerpo, las calorías y el traje de la obra, pero pensaba que no era tan grave. Aceptaba que no estaba bien lo que hacía y aun así, decía que a mí no me iba a pasar nada o eso creía.

     Aquel 14 de febrero era un poco diferente. Por un lado, sería mi primer San Valentín tras romper con Peter. Por el otro, mi hermana no iba a ir al instituto. Devoró todos los pasteles y gominolas que íbamos descartando hasta que acabó en un estado lamentable. Tenía la cara pálida, el estómago hinchado y esperaba que hubiera ganado algo más de consciencia.

     —¿Te encuentras mejor? —pregunté a Blanca, quien estaba postrada en el sofá con una bolsa de agua caliente sobre el abdomen.

     —No, me muero —dijo la reina del drama—. Estas pueden ser mis últimas palabras.

     —Nadie muere por un empacho —le cuestioné—. Que no se te vuelva a ocurrir hacer esto.

     —No me riñas, estoy enfermita —gimoteó con lágrimas de cocodrilo—. Dile a Willyrex que no le honraré con mi presencia.

     —¿Willyrex?

     —Mi cuñi. Como su nombre es Will y tú le llamas ¨tiranosaurio¨, pues los junté. Pierde la gracia si tengo que explicarlo.

     Tenía fuerzas para bromear, pero no para ir a clase y justo el día que Gloria iba a una reunión por la tarde. Sacudí la cabeza y dejé un beso en su frente, deseándole que se mejorara pronto. Tras despedirme, salía al porche para esperar a Will. ¿Yo nerviosa? No mucho...

     Me convencí a mí misma de que verlo atractivo solo significaba que poseía un par de globos oculares casi funcionales o una mala reacción a los medicamentos para el resfriado. Era algo físico, no racional. Además, acabábamos de cruzar una línea invisible en lo referente a nuestros sentimientos. Conectar con un amigo era de lo más normal... Soñar con él no debía ser tan extraño y menos cuando estás bajo los efectos de una sustancia.

     «Piensa en el Dalai Lama», repetía en mi cabeza como un mantra hasta que pude ver a lo lejos su coche.

     Puntos para tener en cuenta. Primero, se podía observar claros signos del destrozo de la otra noche en el auto, es decir, no sufrí un brote de locura ni tuve un viaje psicodélico por culpa de alguna droga de diseño. Al menos el espejo retrovisor estaba arreglado. Segundo, dentro había un Will con mal cara y el cabello recogido en una coleta bastante suelta, como si se acabara de levantar de la cama.

     —Buenos días —le saludé al tiempo que me sentaba—. ¿Te encuentras bien?

     —Agotado —respondió masticando un caramelo de menta.

     —¿Quién se toma algo así de fuerte tan temprano?

     —Alguien que solo ha dormido un par de horas. ¿No viene Blanca? —Cambió rápido de tema.

     —Hoy no te honrará con su presencia por ser una inconsciente. —Empecé a contar lo que había hecho con los dulces mientras él conducía.

     La historia le hizo un poco de gracia. Una sonrisa bailaba en la comisura de sus labios con una expresión algo fatigada. Intentaba no mirarle a los ojos, dando pequeños vistazos y obligándome a mirar por la ventanilla a las casas con ventanas pequeñas y habitaciones grandes o al cielo plomizo que anuncia lluvia. Si me detenía y observaba con atención, temía sonrojarme y preguntara qué me pasaba. Me embargó un absurdo, infantil y maldito interés. Quería saber qué le quitaba el sueño.

     —¿Todo bien fuera de la ciudad? —La curiosidad podía conmigo.

     —Al final fue solo una pérdida de tiempo. No era importante —contestó secamente, no obtuve ni una gota de información.

     Vi como pasaba la mano por su cabello rojo, peinándose hacia atrás. Tenía las ojeras algo marcadas y puede que fuera peligroso manejar en esas condiciones y con el coche así. Aun estando cansado, lucía más atractivo que el 99% de la población mundial. Ostras, no debía fijarme en esos detalles.

     «Si no es nada importante, ¿por qué no me lo cuentas?», me barrunté.

     Quería entrar en esa cabeza y exprimir sus pensamientos como una naranja, pero insistiendo solo conseguiría molestar. Intenté concentrarme en otra cosa, como su ropa. Siempre llevaba ropa oscura, lo único que cambiaba era el logo de su camiseta. Aquella no era demasiado apropiada para la fría temperatura, aunque resaltaba sus perfectos brazos, marcándole los fuertes músculos. Unos brazos que me habían rodeado...

     —¿Evans?

     —¿Mmm? —Bajé de mi ensoñamiento y volví la vista a su rostro.

     —¿Tienes pensado responderme en algún momento? —Enarcó una ceja, expectante.

     Parpadeé un par de veces, había preguntado algo y yo ni me enteré. Maldita atención selectiva. Otra vez quedando de tonta.

     —Si me repites la pregunta... —«Lo siento, es que estaba perdida en tus tonificados brazos»—. No eres el único que ha dormido mal.

     —¿Sabes qué día es hoy? —habló despacio, como si estuviera conversando con alguien que apenas entiende el idioma.

     —El día de los enamorados —respondí, demostrando poseer un IQ normal.

     —Correcto —me felicitó entrando en el instituto—. Una oportunidad perfecta para nosotros.

     Ya había coches estacionados en paralelo por todo el lugar, lo que significaba que el aparcamiento estaba lleno. Abundaban las parejas muy heterosexuales abrazándose, besándose y casi a punto de enrollarse. El amor estaba en el aire y en los fluidos corporales.

     El Royal High tenía cierta fama, había sido coronado como el instituto con más casos de herpes del estado. Fue por la plaga de San Valentín. Hasta salió en las noticias.




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