Hecha de Estrellas

33. A Solas

—Café. Máquina. Ahí —logré articular, una sensación de vértigo me apretaba la garganta.

     Hoy en día, no tengo muy claros aquellos minutos. Sé que me pregunté si alguien podía morir de vergüenza, muchas personas vieron esa escena donde Will me cargaba como una princesa en apuros y como no sabía dónde esconderme, escogí el cuello de él porque al menos así disfrutaba de su delicioso aroma (qué creepy podía llegar a ser).

     En un momento estaba entre sus brazos y al siguiente me encontraba sentada, con un vaso de algo humeante delante. Arrugué la nariz, era chocolate (200 calorías) y no podía negarme a tomarlo por mucho que no me apeteciera.

     —Bébetelo todo. —El tono de Will estaba cortado en advertencia.

     Observé su gesto de disgusto poco disimulado. No estaba segura si se enojó conmigo por tener que ayudarme o decir que estaba bien justo antes de un bajón de azúcar. Como fuera, acabé aceptando el vaso. Cuando di el primer sorbo, empecé a ser un poco más consciente de la situación. Emily estaba sentada a mi lado, apartándome el cabello de la cara. Will se encontraba a mi derecha, apoyado contra la máquina de bebidas. Me dolía la cabeza, la mejilla, el labio y el orgullo. Al menos no había ningún doctor guaperas comprobando mis constantes vitales.

     —Ya estoy casi bien —respondí con algo más de glucosa en sangre.

     —¿Cómo se te ha podido olvidar el desayuno y el almuerzo? —preguntó Emily, logrando que me revolviera en el asiento.

     —Con todo lo que ha pasado hoy...—mentí, solo había olvidado almorzar. No desayunar había sido una decisión consciente.

     Di otro trago, no iba a negar que el chocolate era delicioso a pesar de ser casi azúcar. Inspiré y expiré de forma acompasada por la boca. Tuve que insistir en que no llamaran a ningún médico o peor, a mi padre. Quería quitarme el dolor de cabeza y marcharme a casa.

     La hermana de Em llegó, pegando un par de bocinazos con el claxon de la moto para que saliera.

     —Cuídala —rogó Emily a Will—. No permitas que haga tonterías.

     —Con ella es imposible —contestó él sentándose en el sitio que antes ocupaba mi amiga.

     —Os estoy escuchando —dije yo.

     —Lo sé, pero es parte de su encanto —contestó Em sin mirarme, como si yo no estuviera.

     —Sigo aquí.

     Terminé el chocolate y apreté el vaso de cartón hasta dejarlo inservible. No era el increíble Hulk, pero podría recoger mis pedacitos de orgullo desperdigados por el suelo si presionaba los hombros para abajo, estiraba el cuello y mantenía la espalda recta.

     —Me aseguraré de que no haga ninguna gilipollez más —comentó él.

     —Parece que he muerto y ahora soy un fantasma. —Parpadeé hacia Em, quien se acercó a mí para apartarme el flequillo y dejar un beso en la frente.

     —Nena, llámame cuando estés en casa y me dices cómo te encuentras.

     —Lo haré. —Me forcé a sonreír para que se marchara más tranquila, sabía que no le gustaba tener que dejarme así, pero la estaban esperando.

     Hizo un gesto con la mano antes de alejarse, dejándome a solas con Will. En ese momento, me sentía enana, del tamaño de una hormiga. No me agradaba nada aquel silencio entre ambos y las únicas palabras que me venían a la cabeza fueron estas:

     —Lo siento.

     —Tenía una tarde aburrida y me la has arreglado. —Entre la ironía, podía percibir un poco de disgusto—. ¿Qué voy a hacer contigo?

     —¿Reñirme por haber sido despistada?

     —Vamos a tomarnos algo en la cafetería.

     La sola idea de permanecer un minuto más en el hospital me revolvía el estómago. Comida precocinada, olor a antiséptico y cansancio acumulado. No era una buena combinación. Qué día más redondo.

     —Prefiero comer tranquila en casa. —Mi voz sonaba a medio camino entre un puchero y una queja.

     Su ceño fruncido se estrechó un poco más y me provocó un escalofrío. Podía convertir toda su belleza en algo terrorífico con un gesto. Me volví a sentir como el primer día, yo sentada a su lado temiendo qué decir por miedo.

     —No voy a dejarte en casa sin saber que has comido en condiciones —dijo pausado, sonando más como una advertencia.

     Así que de eso se trataba, no confiaba en que luego fuera a alimentarme bien. Sacudí la cabeza y desvié la mirada, molesta y agotada por tantas emociones en menos de 24 horas. Se me encendió la bombilla.

     —Vale, hay una solución para que ambos estemos contentos —negocié esperanzada—. Te invito a mi casa.

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El azúcar tarda mínimo 15 minutos en llegar a su nivel más alto en sangre. En ese tiempo pudimos cruzar Rock Valley hasta llegar a mi casa y yo meter la llave en la cerradura. Sentía el estómago vacío, pero cualquier temor a desmayarme había desaparecido.

     —Blanca, he vuelto —anuncié sin obtener el típico ¨okaeri¨ de mi hermana.

     Debía seguir dormida o con los auriculares, así que luego subiría para verla. No era la primera vez que Will entraba en mi casa, pero aquella vez estaba más concentrada en qué iba a ponerme en lugar de esa sensación de estar solos en la planta baja.

     Escuché como musitaba algo, como una especie de risa contenida.

     —¿Qué es tan divertido? —Fui del vestíbulo a la cocina.

     —Por un momento pensé que me habías invitado a tu casa —dijo caminando a mis espaldas, sin necesitar que lo guiara. Luego agregó—: Los dos solos.

     —Siento decepcionarte, pero no es la primera vez que invito a alguien para merendar.

     —¿Lo has hecho con muchos, Evans?

     —No lo dudes. ¿Nunca invitabas a los amigos a jugar a la PlayStation o a la Wii?

     —No se nos permitía hacer ese tipo de cosas.

     ¿Se refería a jugar con consolas o invitar a otros niños a la casa? Por alguna razón, no me imaginaba a Will siendo un niño pequeño rodeado de amigos. Puede que fuera por la manera en la que lo dijo o porque había estudiado desde casa y eso podría limitar el poder conocer a otros compañeros de juego.




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