Hecha de Estrellas

37. Poca Distancia

No comer tiene sus trucos. Encuentras formas de saltarte el desayuno, excusas para levantarte antes de la mesa o pretextos como que ya cenaste con un amigo. Poco a poco, vas restando calorías y las cuentas siempre me salían favorables.

     El cuerpo humano hace cosas increíbles. Si metes mucha agua en el estómago, pierdes el apetito. Si no tienes grasa, aumenta el vello corporal para mantener el calor. Si no tienes energías para menstruar, deja de provocarla. Lo único que necesita es una mente que le ordene y este se adapta a las circunstancias para seguir funcionando.

     En ese momento, me encontraba con las manos apoyadas en las rodillas y respirando entre suspiros, llenando los pulmones con aire viciado. Subí al ático con la intención de hacer cardio hasta que me dolieran las articulaciones, cuando la piel estuviera cubierta de sudor y sabiendo que el resultado sería negativo al sumara el total de calorías menos el ejercicio. Notaba el crujido de la madera y cómo mi determinación se fortalecía. Estaba temblando de agotamiento al anoté el tiempo en mi cuaderno.

     Merecía una buena ducha. Arrastré mi trasero sudoroso hasta mi habitación y entré al baño. Quince minutos después estaba eligiendo qué ponerme. Luke recibió el alta del hospital por la mañana, lo que significaba que en ese momento se encontraba en casa con Freddy. Iba a estar mínimo un mes en sillas de ruedas y mucha fisioterapia, pero eso era mejor que no volver a bailar.

     Siento decepcionarte, pero mi definición de fiesta consistía en quedar con cuatro o cinco amigos, comer algo, jugar a juegos de mesa o ver una peli sangrienta. Nunca me han gustado las macroreuniones donde no conocías al anfitrión o el por qué se celebraban.

     Me miré en el espejo y fruncí el ceño, frustrada por mi cabello.

     —Tardas mucho. —Blanca se quejó mientras se apoyaba en el marco de la puerta—. ¿Me dejas hacerte algo en el pelo?

     —Yo me rindo, voy a ponerme la bandana y nos vamos.

     —¿Me puede repetir por qué tengo que ir?

     —Porque no puedes tener solo amigos con dos dimensiones.

     Por un lado, el psicopedagogo habló con mi padre y dijo que debíamos ayudar a mi hermana para que pudiera hablar con más personas cara a cara. Por el otro, me daba ansiedad estar a solas con Will en el coche. La última vez que estuvimos en esa situación, las cosas fueron demasiado extrañas y no quería repetirlo. Era preferible llevar a Blanca en el asiento trasero. Sí, estaba utilizando a una menor para mi beneficio personal.

     Terminé de cepillarme el cabello y me pude colocar el pañuelo verde claro, el cual combinaba con mis ojos. Un último vistazo a mi reflejo me confirmó que esa noche no entraría en el grupo de las Divinas.

     —Tengo amigos por internet y además —me respondió ella y me señaló—, traumas por vuestra culpa.

     —¿Pero qué traumas tienes tú?

     —No quiero veros a ti y a Willy besuquearos en el coche. —Puso cara de asco.

     ¿Quería y quiero a mi hermana? Sí, me enfrentaría a una cucaracha voladora por ella. ¿Con frecuencia me costaba soportarla? Ni lo dudes.

     —Blanca, hay un filtro que indica cuándo debes decir cosas.

     —Eso no me hará que duerma mejor por las noches.

     Aquella conversación me estaba costando la poca salud mental que conservaba. Llevaba acumulado mucho cansancio mental provocado por aquellos días sin ver a Will. Tenía cosas en las que pensar: ¿qué había pasado entre él y yo? ¿Casi nos besamos? ¿Era normal mi estrés? ¿Por qué me gusta complicarme tanto la vida? Bastantes preguntas y yo sin poder responder a ninguna.

     Por suerte, las dudas quedaron resueltas al estar juntos. Me alegró y asustó encontrar a Will puntual junto al porche. Levanté la mano en un gesto que quería decir no estoy abrumada por las palabras que intercambiamos, ni por las caricias que me diste y tampoco por los besos... Por cierto, ¿eres consciente de lo bien que hueles? Él me sonrió con su mandíbula marcada y sus pómulos altos. No noté nada extraño entre nosotros mientras conducía hacia la casa de Luke.

     «Estás siendo ridícula. Seguro que solo lo hizo para desesperarte y lo habrá hecho con tantas chicas...», me reprendí por perder el tiempo con rumiaciones.

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La casa estaba dentro de una urbanización a las afueras de la ciudad. Era tan grande y lujosa que podrías haberla llamado mansión. La madre de Luke fue en su día una diseñadora de decorados y redecoraba el hogar cada cierto tiempo. Habían pintado las paredes de blanco y beiges, contrastaba muy bien con los colores de los muebles de cedro, las cortinas de bambú, los paneles de cristal y las plantas artificiales.

     Tuve la extraña sensación de que a Gloria le caería muy bien Freddy, quien nos fue asignando trabajos como si fuera el jefe de la cocina. Quería torturarme y para ello me pidió que me encargara de remover el arroz. Le tenía pánico al aceite. Sonaba a broma, pero era anécdota. No lo digo porque me diera miedo cocinar y quemarme. Una cucharada son 135 calorías y había una piscinita en la cazuela.

     —Le falta champán —respondió Blanca después de terminar su copa—. Pon algo menos de zumo y déjame ver qué tal.

     —Está bien así. Además, solo ibas a probar la mimosa —le recordó Freddy.

     —Opino lo mismo que ella. —Luke la apoyó.

     —Si por ti fuera —dijo su novio con los ojos en blanco—, llevaría nada más que champán.

     —Cómo me conoces, tunante.

     Mi amigo agarró la botella y se sirvió un segundo vaso. Habían hecho cócteles mezclando champán de trescientos dólares con zumo de naranja del supermercado. Quien tiene dinero, hace lo que desea con él.

     —Vigila el fuego —pedí a Will y saqué el móvil, quería mandar un mensaje a Emily.

     El pelirrojo lucía confundido. Se colocó en frente de la placa de vitrocerámica y la observó igual que yo cuando me pedían que resolviera un problema de genética mendeliana.




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