Will
La verdad es que no me sentía orgulloso de mentir a Aurora, pero no me quedaba otra. Ella no podía saber quién me había llamado en realidad, ni que debía ir a la dirección que me acababan de enviar.
Atajé por un callejón. La mayoría de las farolas estaban rotas en aquel barrio. Había muy pocos peatones que transitaran a esas horas entre semana. El viento nocturno era frío y cortante, como una guadaña. Metí las manos en la chaqueta de cuero, aceleré el paso y llegué a una nave industrial. Junto a la entrada estaba un letrero bastante viejo que indicaba que ese edificio se trataba de un negocio de alquiler de trasteros. En ese momento, entendí el número que Jasper me pasó. Comprendía que no quisiera citarme en su casa, pero de ahí a hacerme visitar los sitios más remotos de la ciudad existía un gran trecho.
Chasqueé la lengua y entré en el lugar. Solo se escuchaba el sonido de mis botas contra el suelo de hormigón mientras andaba delante de las diferentes puertas. Fui buscando hasta encontrar el trastero número 2016. Desde fuera, se apreciaba una luz procedente del interior, la cual se colaba por la parte baja.
Agarré la manilla y deslicé la puerta, haciendo un sonido metálico. Jasper se encontraba rodeado de cajas cubiertas de polvo, muebles viejos y otros objetos olvidables.
—Mira quién se digna a venir. —Su voz tenía un tono de desaprobación que me molestó.
—¿Tienes algún fetiche con los putos sitios raros? —pregunté y cerré tras de mí para que nadie nos escuchara.
El trastero era un tres por tres, lleno de cosas inservibles que ocupaban la mayor parte del espacio y la luz amarilla le daba un aspecto más deprimente. Costaba moverse sin tirar nada. Puede que el aire viciado tuviera amianto y nos estuviera quitando días de vida al estar metidos en aquel lugar.
—Se llama seguridad —respondió con el ceño fruncido, soltó un montón de carpetas sobre una mesa y levantó una nube de polvo—. Te diría que tomaras asiento, pero no tenemos tiempo. Debo revisar varios expedientes, mi gata acaba de dar a luz a cuatro bebés y ahora me entero de que has mandado al hospital a tres estudiantes. ¡Muy bonito!
Había evitado aquella charla durante la semana, pero no era imbécil. Sabía que, tarde o temprano, aparecería Jasper para recriminarme.
—Es un milagro que no grabaran la pelea y que nadie la subiera a internet.
—Lo sé.
—Es muy egoísta por tu parte —dijo mientras buscaba entre los papeles—, te pones en peligro tanto a ti como a tu hermana.
—Joder, ya lo sé. ¿Tienes los detalles de lo que ocurrió?
—El director me llamó y me puso al tanto.
—Entonces, sabrás por qué lo hice. —Le miré con hastío y me crucé de brazos, apretando la mandíbula.
—Que quisieran molestar a una chica, no significa que puedas golpear a nadie.
Vino hacia mí, señalándome con un dedo como si fuera el responsable de todos sus problemas. No te mentiré. La mitad de mí quería agarrarle del dedo y rompérselo. Más de la mitad. Jasper empezó a bajar el tono cuando me acerqué. Era alto, pero no tanto como yo. La última vez que alguien quiso intimidarme, ese alguien acabó muy mal.
—¿Me estás insinuando —hablé con voz neutra— que lo mejor habría sido que dejara que le hicieran algo?
Me esquivó la mirada, pero yo le seguí y clavé los ojos en los suyos.
—Nunca he dicho eso...
—Mira, eso es todo en cuanto a este tema. Si lo que buscas es un arrepentimiento, no lo tendrás porque lo volvería a hacer.
Lo observé durante un momento y Jasper bajó la mano. Tal vez fuera porque estábamos hablando de Aurora, pero me acordé de ella la primera vez en el Tártaro. Cuando Vanessa me la describió, la imaginé diferente. En mi cabeza, se trataba de una princesa sin gracia, presumida, frígida y más alta. Me topé con una rubita muy interesante que se enfrentaba a mí.
—Abusón —masculló Jasper y metió la nariz entre los documentos de nuevo—. A tu edad, yo estaba más centrado en sacar buenas notas, no siendo invitado a eventos, eligiendo a qué universidad estudiaría derecho, sin atropellar a nadie y... ¡Lo encontré!
Sacó una hoja de la carpeta y me la entregó.
—Hubo avances en cuanto al juicio.
Dejar lo más importante para el final, típico de él. Ni me sorprendía.
—Tras la declaración ante la corte de Nueva York, el juez ha dictaminado que la cuenta quede incautada. Parece que se trata de una ratonera.
Cuando tienes tanto dinero sucio como mi padre, debes gastar una parte y esconder la otra. No hay mejor lugar que un paraíso fiscal como Suiza, donde las leyes del secreto bancario son algo ¨especiales¨. Ninguna fuerza extranjera podía iniciar una investigación, a menos de que estuviéramos delante un fraude de valores.
Jasper me enseñó un expediente del titular de la cuenta. Se trataba de un viejo amigo de mi padre, un inversionista suizo que podía gestionar el dinero en su nombre sin muchos riesgos. Sin embargo, no consideró mi testimonio.
—¿Se sabe de cuánto dinero estamos hablando? —no cambié mi tono.
—Dos millones de dólares.
Eso quería decir que mi padre era dos millones menos rico. Para un paraíso fiscal, eso era como talar un árbol en un bosque, pero el titular de la cuenta no tendría forma de justificarlo. Solo había dos opciones: asumir las consecuencias y pasar varios años en la cárcel o traicionarle. Te aseguro que la segunda opción era casi imposible. En cualquier caso, el dinero quedaría en manos de las autoridades.
—¿No estás contento? Esto es una gran noticia.
—Es igual que darle un puñetazo, satisfactorio. Sin embargo, no lo llevará a la cárcel.
—Es otra prueba más contra él.
Me di cuenta de que no había dejado de juguetear con el pañuelo de Aurora, intentando mantener la calma. Habíamos ganado una batalla, pero no la guerra.
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Editado: 25.09.2023