Hecha de Estrellas

40. Obsesión

A veces, me hubiera gustado grabar las llamadas con mi abuela. Ella tenía una extraña costumbre de exagerar las cosas hasta extremos innecesarios, cambiando palabras para que fueras tú quien quedara mal y dudaras de tu memoria.

     —Es que esto me parece un ataque muy cruel por tu parte.

     —Por favor, no hagas un drama de esto —rogué a la pantalla del portátil.

     —No, ahora soy dramática por ofenderme cuando mi propia nieta se avergüenza de mí.

     —Yo no he dicho eso.

     —Pero lo piensas —me acusó con el ceño fruncido—. Si no, ¿por qué no quieres presentarme a tu nuevo novio?

     Aquella videollamada resultaba agotadora. La verdadera función de la aplicación era desconectar un poco del móvil mientras estudiaba y solo atender llamadas. Sin embargo, iba a tener que utilizar el portátil durante algunos días hasta ahorrar lo suficiente como para comprar un teléfono decente.

     Mi yaya no solía mirar a la cámara. Se distraía con esa ventanita en la que veía su propia cara en la pantalla. Es una suposición, pero creo que se revisaba las arrugas. A su edad, nadie se vería así sin la ayuda de un cirujano y un esteticista. Sus mejillas, antes angulosas, estaban un poco caídas. Llevaba pestañas postizas y la melena recogida en un elegante moño, formando un halo brillante. Oro pulido y no sucio como el mío.

     —Es un amigo por el que siento cariño —dije, en gran medida, para mí misma—. Es decir, quizás me guste o solo estoy confundida.

     —¿También es alérgico a los caballos como el otro o es normal?

     Muy normal no era Will. En ese punto, su única debilidad contrastada era la cocina.

     —Ser alérgico es más común de lo que piensas —defendí a la comunidad de personas vulnerables al pelo de animal—. Tampoco lo sé, llevamos poco tiempo juntos.

     —Pregúntale y me lo presentas la semana que viene. No sabes la ilusión que tengo por ver la casa llena cuando venís a visitarme.

     La idea era reunirnos en familia, dar paseos a caballo, beber vino y pasar tiempo con mi abuela. Tendríamos que hacer un viaje en carretera por una hora y quedarnos todo el fin de semana allí.

     —No creo que le agrade —respondí con sinceridad.

     Hubo una pausa, provocando un silencio entre ambas.

     —Aurora. —Su voz sonaba dolida—. Mi vida, respóndeme. ¿Tú me quieres?

     —¡Claro que te quiero!

     —Entonces, no te cuesta nada preguntar al muchacho.

     Abrí la boca de incredulidad al darme cuenta de lo que estaba haciendo.

     —Eso es chantaje emocional.

     —¿Llamas chantaje a la ilusión por conocer al hombre que tiene cautivada a mi niña?

     En ese momento, toda la atención en cuanto a citas estaba puesta en mí. Eric tenía cuatro años, así que solo podía contar los piquitos que se daba con alguna niña. Blanca nunca hablaba de chicos con más de dos dimensiones o que no se dedicaran al k-pop. En resumen, mi abuela tenía esperanzas de que presentara a alguien y estaba claro que no iba a recular, aunque quizás acabaría la falsa antes.

     —Está bien, se lo haré —suspiré, sintiéndome culpable.

     —Eso suena mucho mejor —me felicitó tras manipularme—. Por otro lado, ¿has estrenado alguno de los modelitos que te dejé?

     El corazón me dio un brinco al ver una notificación de llamada entrante en la esquina inferior derecha.

     —Si no te gustan. —Ella se alarmó—, tampoco hace falta poner esa cara.

     —Me está llamando Will...

     —¡Oh! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. Voy a apagar esto y os dejo. Sé cuándo molesto.

     —Espera. Yaya, no hemos...

     —Chaíto, cielito.

     Cortó la llamada en un segundo. Mi estrés se incrementó de manera exponencial y me paralizó. No podía creer que me pusiera nerviosa solo con eso. Que no cundiera el pánico. Tenía la opción de poner video, pero pensé que sería más fácil enfrentar aquello sin distraerme con su fisionomía hegemónica. Cliqueé en la notificación y acepté su llamada.

     —¿Hola?

     —¿Al tercer tono? Te estabas haciendo la interesante.

     ¿Tenía la cara de decirme eso? ¿Él?

     —No fue intencional, estaba hablando con mi abuela. —Me agradó notar que mi voz no sonaba temblorosa—. ¿Qué querías decirme?

     —Heather me ha contado lo que te pasó ayer en el Tártaro. Todo.

     ¿Todo abarcaba desde que estuve a punto de pegar un puñetazo a un tipo veinte cm más alto, pasando por mi cursi confesión sobre lo mucho que le echaba de menos, hasta yo metiéndome en sus asuntos privados? Intenté pensar y ese no era mi fuerte. Me removí inquieta en la silla de oficina, sin saber si me iba a reclamar por ser entrometida.

     —¿Y estás enfadado conmigo?

     —¿Enfadado? Estoy impresionado. Parece que cuando me doy la vuelta, te pasa algo malo.

     —Tampoco es como si fuera gafe...

     —Una vez, es un accidente. Dos, pura casualidad. Tres, ya se trata de un patrón. —Casi podía sentir su sonrisa en la voz.

     Interpreté que Heather fue discreta y solo contó la pelea o eso quería pensar. Estaba a salvo, por ahora.

     —¿Sabes qué? Ha sido buena suerte porque estabas en lo correcto. —Era una frase que nunca creí que le diría directamente—. Derek es como tú dijiste y voy a poder ayudar a mi amiga.

     —Entonces, yo me encargaré de él.

     —Ni se te ocurra, Wolf.

     Tuve un mal recuerdo de cómo solía enfrentar los contratiempos. Se me heló el corazón y la piel se me puso de gallina.

     —Esto es algo que ya tengo decidido —aseveró.

     —Deja que me encargue. Este problema es mío.

     —Pero mi forma de resolverlos es más efectiva.

     —Por favor —le pedí y me incliné hacia delante, colocando los codos sobre el escritorio—, no me gusta que te metas en problemas por mí. Prométeme que no vas a entrometerte.




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