Mi autoestima era amiguita del suelo. Sin embargo, empezaba a cansarme de comentarios sobre mi físico, rechazar un regalo de mi yaya no era justo y era hora de parecer menos infantil que el comportamiento de Will.
Pensé en los vestidos de mi abuela, se encontraban dentro de una caja aislada en una esquina del dormitorio. Ella me los había mandado para que las polillas no devoraran las telas y yo estaba dejando que el paquete cogiera polvo.
Me acerqué a la caja y saqué algunos de los trajes. La mayoría tenían algo provocativo o que me hacía sentir incómoda, como si cada prenda se riera de mí. Me encontré con un vestido de cóctel, el primero que me permitía agacharme sin enseñar hasta el alma. Era de un color marfil y tenía un escote muy bajo en forma de pico. No había cremalleras ni botones, solo un broche dorado para ajustar en la cintura.
Toqué la tela suave del cinturón y decidí que quería ver cómo me quedaba el conjunto delante del espejo. Pensé que no me valdría, pero lo hizo. Me recogí el cabello y dejé algunos mechones sueltos. Si entornaba los ojos y me pegaba un golpe en la cabeza, podría lucir como una actriz de los años 50.
Había visto fotos antiguas de mi abuela. Lucía como una reina de la belleza sobre un escenario, recibiendo halagos hasta la extenuación. Entonces, que yo pudiera llevar su ropa significaba que iba por el buen camino.
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Dominik me abrazó muy fuerte, sorprendiéndome.
—Hola, estás muy mona. —Sonrió y se alejó un poco para mirarme con una expresión sin malicia.
—Tú también tienes muy buen aspecto —comenté, al tiempo que notaba un calorcito en las mejillas. Me gustaban los chicos con traje de chaqueta.
Tuve una reacción natural, no una cascada hormonal como estaba acostumbrada. Un hombre me daba un halago y no había ni una pizca de burla o segundas intenciones. Qué novedad.
Notaba un curioso contraste entre ambos y el resto de la clientela de aquel café. Antes de ir a la función, Dominik propuso que nos viéramos para tomar algo. En mi caso, podía permitirme dos calorías de un té. Había leído que tras una operación de estómago, los pacientes solo consumían alimentos líquidos y perdían peso, así que pensé que una dieta líquida podría resultar interesante.
Todo iba bien. Es decir, nada fuera de lo normal cuando ves a un amigo en una cafetería bonita. Mona es lo que se dice a los bebés arrugados para no ofender a los padres. No entendía por qué Will había insistido en que aquello era una cita o el motivo de que me dejara con la palabra en la boca.
Me prometí a mí misma aparcar a un lado esos pensamientos y centrarme en el presente.
—Te hice caso —dije, al tiempo que sumergía la bolsita de té en la taza—. Ya he empezado con la beca.
—Oh, me alegro. Espero que tengas suerte.
—Voy a necesitarla, solo escogen a uno de cada mil. Suponiendo que me admitan en Nueva York.
—En cuanto a la admisión, la preselección es un video de demostración y es la parte fácil. ¿Ya lo tienes?
Retiré la bolsa con la cucharilla y la dejé en el plato.
—Sé qué debo hacer: me presentó a la cámara, doy tanto mis datos como mis estudios en danza y hago unos ejercicios.
—¿Has pensado en la coreografía y la música? —Su pregunta me recordó otra de mis preocupaciones.
—Estoy en ello, pero todavía no he encontrado la canción adecuada.
—Yo utilicé una predeterminada, eso es lo de menos.
—Sí, pero valorarán si utilizo una canción diferente.
Para mí, hasta el más mínimo detalle podía influir y quería dejar el menor margen de error posible. Di un sorbo al té para aplacar los nervios.
Me obligué a no pensar en Will. Lo intenté con todas mis fuerzas. Y, por supuesto, fracasé miserablemente. El té era de menta y empecé a recordar el sabor de cada beso, todos parecían estar calculados para dejarme con ganas de más.
«¿Se habrá rapado y ahora no podré enterrar los dedos en su cabello?», pensé. Con mi suerte, era muy probable. Noté una picazón en las palmas, como si aquella necesidad tuviera un correlato fisiológico.
—Me he fijado en algo. —La voz de Dominik me sacó del ensoñamiento.
—¿En qué?
—Creo que eres de esas personas que todo tiene que ser perfecto o no está bien.
Ese muchacho no era consciente de la loca desastrosa que tenía delante, la cual era incapaz de centrarse en una conversación o tomar un tesito sin recordar a cierto idiota pelirrojo. No podía sacármelo de la cabeza ni de la boca... esta frase sonaba mejor en mi mente.
Agarré la taza y terminé el contenido de un largo sorbo.
—Me gusta hacer las cosas bien. —Conseguí emitir una risita inquieta—. Algunas personas me consideran cabezota.
—La verdad, me lo paso mejor contigo que con cualquier señor pretencioso que te voy a presentar —dijo, antes de echar un rápido vistazo a la hora en su móvil—. Por cierto, deberíamos ir pronto al teatro.
Dominik pidió la cuenta con una seña y sacó su tarjeta de crédito.
—Oh, vamos a medias —comenté con torpeza.
—He sido yo quien te ha invitado a salir.
En mi opinión, esa carta era y es aplicable solo en las citas... Así que me detuve por un segundo y se me pasó por la cabeza una idea.
—Vale, pero después del teatro te tengo que invitar a un sitio. Es un club, conozco a los músicos y creo que puede ser divertido.
—Pensaba que ibas a proponer que fuéramos a tu casa.
Él sonrió. Yo me reí, nerviosa. Sabía que era una broma, pero durante un segundo pensé que iba en serio. Estaba empezando a comportarme como una paranoica.
Salimos del local y caminamos juntos bajo un cielo bañado de dorado, rosa y azul marino entretejidos. Nos acercamos a un gran edificio de piedra blanca. Seis columnas de mármol se alzaban en líneas rectas. En la fachada, había un par de carteles enormes con dos bailarines caracterizados de Romeo y Julieta. Miré hacia arriba y vi la cúpula clásica que coronaba el teatro.
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Editado: 25.09.2023