Hecha de Estrellas

43. Incidentes

Aurora

Pude centrarme y disfrutar de la velada con Dominik. La obra había sido magnífica y pudimos charlar. Ambos éramos hijos de bailarines, por lo que me animé a hablar más sobre el tema de lo que suelo hacer con otras personas e intercambiamos anécdotas de las academias.

     Acabábamos de entrar en el Tártaro, pero nuestra discusión aún continuaba desde que salimos del teatro. No eché en falta a Harold junto a la puerta ni sus insultos sobre mi edad.

     —Me dijiste que te gustaba Shakespeare —dijo él mientras dejábamos los abrigos en el armario.

     —Y me gusta, pero hay detalles que no me convencen.

     —Dime uno —me retó Dominik.

     —Romeo tiene unos 16 o 18 años. Julieta apenas tenía 13. ¿Quieres más argumentos? —Creí que con eso bastaría, aunque su expresión de perplejidad seguía ahí—. Disney hizo algo similar en Blancanieves.

     Parecía que mi broma le remató. Puede que fuera algo naíf, pero no veía a mi hermana pequeña suicidándose por un chico. Quizás, solo por la separación de BTS.

     —Míralo desde la perspectiva histórica —argumentó él—. Shakespeare escribía, por lo general, para satisfacer la moralidad de su época.

     —No estoy diciendo lo contrario —dije y luego, cité la primera frase de mi redacción de Lenguaje que me concedió un notable—. Sin embargo, es una gran historia de amor que se basa en el enamoramiento. ¿Soy un demonio?

     —¿Qué?

     —Es que me miras como si me hubieran salido cuernos.

     —Con ese vestido, pareces un ángel.

     Me tomó de la mano y me la alzó, sosteniéndola con dos dedos. Volteó la muñeca. Yo entendí el gesto y giré con fluidez sobre mis tacones. Debíamos lucir dignos de una sesión de fotos.

     —Así que estoy con una chica que nunca protagonizará una novela romántica —comentó con gracia.

     La verdad, me veía más como la amiga desgraciada que acababa con muchos gatos. Yo nací para eso.

     —No creo que exista el amor a primera vista. ¿Tú sí?

     —Lo he experimentado.

     —¿Y cómo fue?

     Su mano aún sostenía la mía. Dominik sonrió, una pequeña sonrisa algo asimétrica. Parecía que un pensamiento había cruzado su mente antes de responder.

     —Lo que duró, fue lo más mágico que he vivido —dijo por encima de la música.

     Por dentro, el Tártaro tenía forma de botella: un estrecho pasillo con escaleras que se abría en una sala llena de gente. La guitarra y la voz me golpearon los oídos. El lugar estaba abarrotado y la música era demasiado alta. Olía como la cesta de la colada de Bob Marley.

     Lo prometido es deuda. Fuimos al mostrador y una camarera con rastas nos sirvió dos copas de algo que pidió Dominik en bajito. Parecían chupitos de jarabe para la tos.

     Tuve varias horas para mentalizarme de que, tuviera las calorías que tuviera, las había quemado con el cardio y la ducha de agua hirviendo. Mis conocimientos sobre el impacto calórico de los alimentos no abarcaban nada que tuviera alcohol, así que eché un rápido vistazo a la etiqueta de la botella. Calculé cuánto tiempo tardaría tanto en quemarlo como en no sentirme tan débil mentalmente.

     Di el primer sorbo. Me quemé la garganta y, como buen cliché, comencé a toser. Dominik se rio en mi cara.

     —¿Demasiado para ti?

     —¿Las personas falsifican carnés de identidad y se escabullen a bares por esto?

     —Ya te acostumbrarás.

     Me sigue sabiendo igual de mal hoy en día.

     Mi atención se dividía entre el escenario del fondo y la conversación. Solo había dos figuras luciendo máscaras de demonios. Rogué a mi pulso que se calmara. Quien supuse que era Yin, se encontraba de pie ante el micrófono. Y a su lado, Will. Estaba sentado con una rodilla levantada para apoyar la guitarra. Tenían una multitud reunida mientras actuaban. Los acordes se deslizaban por el lugar. Tocaban una canción con una melodía más suave y dulce de lo que habría esperado.

     Me habría gustado cerrar los ojos y dejar que mi cuerpo siguiera los pasos que tenía en la cabeza, siguiendo el ritmo delicado de la música.

     —Son muy buenos —comentó Dominik—. ¿Los dos son amigos tuyos?

     —Sí. Por cierto, gracias por aceptar.

     —No es para tanto. Tú fuiste la primera en aceptar y venir conmigo al teatro.

     —Lo dices como si hubiera sido un esfuerzo. Mi plan a futuro es ser capaz de llenar un teatro y que la gente pague por ver mi interpretación.

     Él se inclinó y dejó los codos apoyados en la barra pegajosa.

     —Te veo motivada.

     —Depende del día, pero os demostraré que tomasteis la decisión correcta al elegirme como Odette.

     —No quería decirte esto, pero Bourdeu y yo hemos estado hablando. Ambos estudiamos en Nueva York y conocemos a la directora. Si veo resultados después de la obra, podría darte una carta de recomendación.

     Puse una mano sobre el pecho para comprobar que mi corazón estaba en su sitio. No salía de mi asombro. Me eché hacia delante. Dudaba de mi propio oído. Tuve que enloquecer de ilusión.

     —¿De verdad?

     —¿Eso te motivaría?

     —¡Oh! —respondí sin poder contener la emoción—. Dios, gracias...

     —Pues entonces...

     Abracé a Dominik en medio de la oración. Pretendía besarle en la mejilla, pero giró el rostro y acabó siendo un beso en la comisura del labio. Parecía bastante asombrado por mi reacción. Expectante. Me retiré y volví a sentarme en el taburete.

     «Tú no aprendes, ¿verdad?», me recriminó mi consciencia y con razón.

     Me quedé en blanco justo cuando los aplausos reemplazaron la música. Había hecho algo estúpido, como si no hubiese bastantes rumores sobre Bourdeu y yo. Añadir a Dominik era impensable.

     —Yo... lo siento —repetí varias veces—. Casi te beso.




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