Hecha de Estrellas

44. Estallido

Tras salir del local, era bastante tarde y me abracé para resguardarme del frío aire nocturno. Dominik lucía como si quisiera estar en cualquier parte menos allí.

     —¿De verdad es tu novio? —me preguntó.

     No tenía una respuesta concisa, solo un montón de dudas que tendría que solucionar allí y en breve.

     —No… exactamente, pero hay algo entre Will y yo. —Era lo más preciso que podía ofrecer—. Dios, siento lo del casi beso.

     —Oye, no importa —dijo y añadió por cortesía—: yo debí preguntar antes de asumir nada.

     —Gracias por todo, Dominik. Me lo he pasado muy bien. —Hice una sonrisa nerviosa—. En serio, me gusta la tragicomedia y he disfrutado mucho.

     —Me recuerdas a una persona que conocí hace unos años.

     —¿Ella también comparaba Shakespeare con Disney?

     —No habría sido capaz —las comisuras de los labios se curvaron hacia arriba.

     —¿Te puedo preguntar algo? —murmuré, a lo que él asintió.

     Era una prueba que me impuse. Ojalá no hubiese dicho la siguiente frase. Quizás habría hecho que aquella situación terminara de una manera menos incómoda.

     —No tengo muy claro si esto fue una cita —terminó por decir.

     Él estudió mi rostro en silencio. Mi sonrisa fue desapareciendo hasta convertirse en un gesto serio.

     —Yo pretendía que lo fuera.

     —Dios, soy idiota —solté una obviedad.

     —No digas eso.

     —Quería pedirte…

     Cuando empecé a hablar, él alzó la mano y yo me callé.

     —Que no se te ocurra pedir disculpas.

     —Iba a decir que… quiero que seamos amigos.

     Un nubarrón negro le ensombreció la expresión. Reveló un descontento, puede que por no haber sido él quien lo dijera primero. Había alivio y algo de irritación.

     —Claro, ya hablaremos de la carta de recomendación. Ni te preocupes. —Sacó la llave del coche—. Buenas noches, Odette.

     Ni me acordaba de la carta, solo deseaba solucionar las cosas. Mientras se alejaba, alzó una mano en señal de adiós e imité su gesto. Caminó despacio, jugando con las llaves. Vaya fiasco de noche.

     Lo triste en este asunto es que Dominik era un chico más que perfecto para mí. Encajábamos. Quizás, bajo otras condiciones, yo también habría fantaseado con una cita. Si Will no hubiese existido…

     Me sentía como si fuera a luchar contra un dragón malhumorado y me hubieran cambiado la espada por una cuchara. En ese estado, tuve que regresar al club. Descendí las escaleras del infierno, escuchando una música ruidosa y machacona que sonaba a todo volumen. Me dirigí al mismo lugar de antes, donde me encontré con Wolf junto a Yin en lo que parecía una discusión.

     —¿Pero mira qué princesa tenemos aquí? —exclamó el pelirrosa mientras me abrazaba.

     —Buenas noches, Yin.

     Era la primera vez que veía a Yin sin una gota de alcohol en el cuerpo. Estaba enfadada, pero no era tan maleducada como para no saludar a un conocido. Observé a Will y él hacía lo mismo conmigo: labios sellados, mirada orgullosa con sombra negra e imponente aunque terrorífica figura.

     —Dime que te lo vas a llevar —dijo Yin en un susurro, miró a Will e hizo una mueca—, está hoy insoportable. Creo que es por cretino o solo te echa de menos, te dejo la tarea de calmarlo. Eres como un Valium.

     —Tengo que hablar con Evans —respondió Wolf con los brazos cruzados sobre el pecho—. A solas.

     Sus ojos se oscurecieron de nuevo. Puede que escuchara lo que Yin acababa de decir a pesar del ruido. Will dirigió la vista hasta mí.

     —¿Quieres hablar en un sitio más tranquilo? —Me tendió la mano—. Tengo que desmaquillarme.

     Yo la acepté, más por practicidad que por ganas. Yin me pidió que le calmara, pero imaginé que iba a hacer justo lo contrario.

     —Sí, supongo.

     Will se abrió paso entre la gente. Junto a la puerta que daba los bastidores se encontraba Harold, dormido y roncando. Al cerrar tras de mí, la música se amortiguó hasta convertirse en el latido de una guitarra y la letra lejana de una canción. La luz roja iluminaba débilmente el lugar y daba un ambiente semioscuro.

     —Una cuestión muy sencilla: el tipo de antes. —Empezó él.

     —¿Cuál es el problema?

     —¿Qué beso te ha gustado más? —me preguntó sin previo aviso.

     —¿Cómo?

     —Es una simple pregunta. —Posó su mirada desafiante en mi rostro, con el antebrazo sobre el marco de la puerta—. ¿Es que necesitas volver a comprobarlo?

     En uno de esos momentos inoportunos, recordé lo mucho que me encantaban los idiotas bien grandes y musculosos. La complexión física de Will me gustaba muchísimo, me hacía sentir resguardada. Sin embargo, no era el momento ni la situación.

     —No —dije sin entender a qué se refería—, ¿pero de qué hablas?

     —Te vi hace un momento, te abalanzaste sobre él y le besaste.

     Di un respingo al comprender un poco más la situación. Quizás, pudo ver eso desde lejos. No obstante, eso tampoco explicaría que estuviera tan agitado solo por un posible beso.

     —No ha pasado nada —confesé—. Dijo que podría darme una carta de recomendación para Nueva York. Fui a darle un beso en la mejilla, pero se movió y casi le besé en los labios.

     Sentí orgullo al explicarme sin apartar la vista de sus ojos negros, los cuales me estudiaban como si estuviera sometida a un interrogatorio. El aire desprendía chispas entre nosotros.

     —Vamos a dejar claro lo último. ¿Te gusta?

     —Ya te contesté —dije, sin entender aún de qué iba aquello—. Es solo un amigo.

     La expresión enloquecida de sus ojos se atenuó unos cuantos grados. Miró un momento al suelo y soltó un suspiro, como si le hubiera quitado un peso de encima.

     —Ahora me toca a mí —espeté con el ceño fruncido—. ¿Qué le dijiste antes para espantarlo?




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